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MEDIA COLUMNA
La mano de Dios
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Cuando Juan Pablo II fue elegido Sumo Pontífice hace cuarenta
años, luego del breve período de su antecesor, todos repararon en que era el
primer Papa no italiano. Muchos menos repararon en el significado de que
hublera nacido en Polonia, país profundamente católico que resistía
silenciosamente la dominación soviética.
Todo cobró sentido cuando el Papa apoyó públicamente, por
primera vez, la huelga de los trabajadores del sindicato Solidaridad y su líder
Lech Walessa en los astilleros del puerto de Gdansk. Que el Vaticano
comprometiera todo su peso político global en la defensa de una huelga en un
país de la órbita soviética, amparándose además en la protección de la Virgen
María, fue algo jamás visto. Y fue el principio.
Pocos años después, Ronald Reagan pedía a Mikhail Gorbachev
derribar el Muro de Berlín y el acontecimiento efectivamente ocurriría ante
nuestros ojos en cadena mundial de televisión en la Navidad de 1989, hace
treinta años, seguido después del derrumbe final de la temida Unión Soviética.
Fue el acontecimiento político del siglo XX. Uno puede ver en ello, si quiere, la
mano de Dios o una cadena de hechos fortuitos. El hecho es que será para
siempre el signo del Papado de Juan Pablo II.
Hoy, que se acerca el fin de la primera década del siglo XXI,
¿cuál será el signo del Papado de Francisco en la historia?
Como Polonia fue el centro del escenario europeo a fines de
los 80, Argentina puede serlo en Sudamérica en la década que comienza, y hay
tal vez una buena razón para que Francisco sea argentino, como Juan Pablo era
polaco. Atribúyaselo el lector, si desea, al azar, a la premonición de un
cónclave de cardenales, o a la intervención del Espíritu Santo. El descalabro
final, desafortunadamente, aún esta por llegar y es inevitable. El peronismo
kirchnerista, con su retórica ochentera sobre la deuda impagable, a los
peruanos nos sabe a telenovela de las malas. Eso va para peor. Todos lo
sabemos. Argentina aun ha de sufrir bajo el autoritarismo cuando ya no sea
gobernable manteniendo las apariencias de una democracia. Cuando finalmente llegue
la noche más oscura, comenzará a amanecer. Para quien conozca ese país y quiera
leer entre líneas. El pueblo argentino está destinado a mejores cosas.
Si Francisco tiene la inteligencia –que no le falta- y, sobre
todo, la grandeza de alma –que debe tenerla- hará de Argentina su herramienta,
como lo hizo Juan Pablo con Polonia 30 años atrás. Derribará esa mutación del
castrismo que hoy se abate todavía sobre Argentina y otras naciones del
continente, y lo liberará de quienes aún no renuncian a someterlo por la fuerza
como un día sometieron al Este de Europa.
Esto requiere de Francisco un supremo esfuerzo de lucidez y
determinación, por amor a su Patria y al continente en que nació. No han de
faltarle si su Papado ha de tener un significado en la historia. Y lo tiene.
Solo hacer falta verlo. Llámele la mano de Dios si quiere. Es una expresión que
los argentinos han empleado antes para fines menos elevados.
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