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MEDIA COLUMNA
Línea de fuerza
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Los dados ya están echados. Solo que no hay nada en juego. No
hay apuestas, no hay carga emocional, no hay expectativa. El resultado es un
fiasco por adelantado. No le importa realmente a nadie. Es una decepción porque
no hay pozo en este juego. No significa nada. No hay nada que ganar, nada que
perder. La elección del domingo y el Congreso que resulte de ella es un trámite
que la Constitución manda. Si no fuera eso, nadie se tomaría la molestia. Es un
engorro.
No se le oculta a nadie tampoco que el Congreso de año y
medio no resolverá nada. Será más de lo mismo. Parte del problema, no de la
solución. Otro síntoma de la patología de la política peruana. Por eso la
mayoría quisiera votar en blanco o viciar su voto, o no tomarse siquiera la
molestia de votar.
Sobre las consecuencias para la correlación de fuerzas políticas
en lo que queda de este malhadado quinquenio -como ha dicho Juan de la Puente
en magistral metáfora-, el resultado no
producirá siquiera una Blanca Nieves con siete enanos, sino un amontonamiento de
pitufos –cuatro los más grandes- donde ninguno tendrá el peso político para
prevalecer sobre los demás.
Conviene ir extrayendo, entonces, algunas lecciones para la
carrera del 21.
La primera es la de la Constituyente de 1978, que tiene
alguna similitud con la elección actual, salvo que no existe necesidad de una
Constitución. Todos se precipitaron ávidos a las elecciones, salvo Fernando
Belaunde. Sabía que el Perú le tenía una deuda de gratitud y que se la pagaría,
pero solo una vez, no dos. Impuso por lo tanto a su partido, incrédulo, la
decisión de no ir a a la Constituyente. Se quedó fuera. Con ese solo gesto creo
una línea de fuerza, una tensión que reclamaba un desenlace. Creó, pues, una
obra de teatro. Fundó su propio tiempo. Y ganó las elecciones de 1980.
De sobra sabía Belaunde que las elecciones las gana el
personaje, no el actor. El protagonista y su narrativa tienen vida propia en la
imaginación de los electores. Todo lo que el actor tiene que hacer es tratar de
no traicionar al personaje con particularidades propias. Belaunde se lo explicó
a Vargas Llosa en el 90. Como vio que no le haría caso, le dio a entender que
la elección ya estaba ganada si lo dejaba administrar al personaje. Llegó a
pedirle que desapareciera, que se fuera a escalar el Everest o a hacer un paseo
por el Hades, como deben hacer los personajes antes de volver victoriosos. Por
supuesto, MVLl no hizo caso. Sobreactuó, le quitó tensión a la obra. Malogró la
línea de fuerza.
Lo mejor que puede hacer el candidato a la Presidencia que
quiera ponerse desde hoy en el partidor para la carrera del 21, que es la de
fondo, debe saber que la obra demanda a su personaje y este será –lo es desde
ya- el que denuncie enérgicamente a los futuros parlamentarios de año y medio.
El pueblo los detesta de antemano y con razón, puesto que no serán sino más de
lo mismo. Parásitos del pueblo, podrá llamarlos si quiere. Es lo que se espera
de él. El elector aplaudirá disimuladamente, como foca. Ahí está la línea de
fuerza.
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