viernes, 24 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 24 enero 2020

 

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Falla de carácter


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Un gran candidato debe tener una inagotable capacidad de trabajo. Laboriosidad y fecundidad. Es lo que el mito andino llama el poder del llankay, en quechua.

Pero un gran candidato necesita también lo que el mito llama el poder del yachay, el conocimiento. De detalle incluso, en el caso de cada uno de los temas públicos fundamentales, económicos, políticos y sociales.

Pero tampoco basta.

Porque lo que hace la diferencia entre un gran candidato y uno del montón no es ninguna de esas dos cosas. Lo que hace la diferencia es lo que el mito llama el munay, el poder de la voluntad y el afecto.

Este es el ingrediente que hace posible la química de la interacción de las tres cosas. La magia a la que el mito llama ayni, el intercambio recíproco de las tres condiciones.

En otras palabras, una elección es ante todo una cuestión de carácter. Una falla de capacidad de trabajo o de conocimiento es un error grave. Una falla de carácter es letal.

Sobrevivir a una falla de carácter no es imposible, pero requiere expiación. Dolor de corazón, acto de contrición, propósito de enmienda son los prerrequisitos de una absolución legítima en la confesión católica. Esto no es diferente.

El control de daños de una falla de carácter es improbable, no imposible. Pero solo tiene oportunidad de funcionar si parte de un doloroso sinceramiento –propio o prestado- que restablezca la credibilidad lo suficiente para que el transgresor acceda, primero, a la ocasión de ser escuchado y, luego, a la oportunidad de convencer de que hubo buena fe y no dolo detrás de la debilidad de carácter que la falla ha puesto en evidencia.

Casos de líderes que han sobrevivido a naufragios de este calibre los hay, pero contados con los dedos de la mano. El de Julio Guzmán, para bien o para mal, no parece uno de ellos.



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