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MEDIA COLUMNA
El enemigo golpea
la puerta
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
La
frontera sur del Perú está amenazada por un proyecto geopolítico mientras nuestra
clase política sigue en la discusión estéril sobre si es constitucional vacar
de nuevo la Presidencia, disolver el Congreso o adelantar las elecciones.
La
propia clase política es el subproducto de nuestra democracia de baja
gobernabilidad. No es capaz de resolver los problemas, solo los aplaza una y
otra vez hasta que se pudren sin solución. Así, el debate no lleva a decisiones.
Se banaliza, se convierte en una discusión bizantina sobre cuántos ángeles
caben en la punta de un alfiler, cuando el enemigo golpea la puerta.
El
enemigo ya está aquí, y muestra claramente el rostro. La enésima intentona del
castrismo en 60 años logró apoderarse del petróleo de Venezuela, pero está
terminando en un desastre. La superviviencia misma del castrismo depende ahora
de jugarse su última carta por el control de los recursos naturales –el cobre,
el litio, el agua- del sur del Perú. Para esto necesita capturar el poder en el
Sur.
El
plan instrumenta al gobierno del presidente de Bolivia, Evo Morales y a sus
aliados en varios gobiernos regionales del Sur. El
plan es detener en seco la inversión minera en el Perú, no por una cruzada contra la minería, sino porque el pensamiento post extravista de la
izquierda radical pretende instrumentar el natural temor a la globalización y
la modernidad para la captura del poder y poner luego la renta de los recursos
naturales al servicio de su permanencia en el poder.
El
cerebro del plan no es el gobierno peruano, como creen muchos que luchan contra el enemigo equivocado. Tampoco es Evo Morales. El cerebro del plan son sus
aliados en el Foro de Sao Paulo, en Caracas, en La Habana.
Tres
grandes potencias –EE.UU. China y Rusia- pugnan hoy globalmente por el control
de los recursos naturales del planeta para el siglo XXI, por el cobre y
el litio para la fabricación de los autos eléctricos a la vuelta de la esquina.
Pero EE.UU. ha dejado de invertir en Sudamérica hace ya demasiado tiempo,
mientras China, en cambio, apuesta por los recursos naturales y lo hace no por medio
del modelo caduco de una dominación política tradicional, sino buscando socios.
Su megaproyecto global para la construcción de la infraestructura de las economías
emergentes del planeta –llamado el Cinturón y la Franja o las Nuevas Rutas de
la Seda- no está exento de peligros para las naciones emergentes. Pero aún así,
mientras haya competencia en un mercado libre, es una oportunidad infinitamente
mejor que cerrar las fronteras de un país para generar monopolios artificiales
qué repartir como prebendas a los aliados políticos y terminar en el desastre
de Venezuela hoy o en la recaída crónica de la Argentina desde hace ya 80 años.
De Venezuela y la Argentina llegaron precisamente hace doscientos años las ideas
libertarias que involuntariamente generaron la anarquía política en que se
plasmó nuestra democracia de baja gobernabilidad. En ella, una multitud de
tontos útiles colabora hoy con el enemigo que golpea la puerta. Doscientos años
atrás la historia vino a buscar su desenlace en nuestra patria. Hoy, en pleno
siglo XXI nuevamente, la última batalla por la igualdad de oportunidades, la
libertad de la economía y la gobernabilidad democrática será en el Sur del Perú.
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