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MEDIA
COLUMNA
Disipar
la desconfianza
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
El jaloneo reciente
entre las vertientes encontradas de la izquierda en el gobierno -el cerronismo
y la caviarada- se está convirtiendo en un espectáculo grotesco.
No obstante, tiene la
virtud de invisibilizar o disimular que hace ya un buen tiempo que nadie en el
oficialismo cerronista ha vuelto a pronunciarse sobre la constituyente. Ni
siquiera el sector ultra de la bancada del partido de gobierno menciona ya el
tema. El silencio es elocuente.
¿Es posible asumir que
el partido de gobierno finalmente haya aceptado, aunque sea a regañadientes, abandonar
la torpe idea de convocar esa asamblea inútil? El error político crucial de este
gobierno es no distanciarse hasta la fecha, de manera pública y definitiva, de
esa malhadada iniciativa que ha ocasionado el frenazo de la inversión privada en
el país.
Debió hacerlo hace
mucho. El país se habría estabilizado en los carriles conocidos de la
Constitución y su modelo económico. Se habría evitado la salida de miles de
millones de dólares del país, el gasto de miles de millones también en impedir
el alza del dólar, se habría evitado ya el desplome de la inversión previsto
para el año que comienza, se habría impedido el desfallecimiento del impulso del
país al crecimiento.
Pero no es tarde si el
silencio del secretario general del partido de gobierno respecto de la
constituyente significa que ha llegado a términos con los caviares para entrar
al gabinete. Sería un acto de madurez política de su parte.
No se encuentra el Perú
en un clima prerevolucionario como el que Cerrón tenía en mente cuando llegó.
La revolución que el país necesita y reclama no es la de Lenin y los
bolcheviques rusos de 1917, no la de los cubanos de Fidel de 1959. Es una revolución
burguesa en el mejor sentido de la palabra. Una que consolide la propiedad, que
no la ponga en entredicho ni en peligro.
Si el modelo económico
que trajo 30 años de prosperidad al Perú necesita ajustes, es hora de
debatirlos en los medios y en el Congreso de manera fuerte y clara. Pero no en
medio de una gritería llena de amenazas.
Lo que hace falta es
disipar la desconfianza que hoy hace imposible el diálogo. No se puede hablar
con quien habla insinceramente y disimula mal que esconde la intención de
sorprender más adelante con hechos consumados. Esto es lo que subleva a los
peruanos. Nadie se engaña, a nadie se puede engañar ya, porque todos estamos de
regreso de la decepción y el desengaño.
Bastaría que el
gobierno reconozca con valentía que se equivocó al creer que necesitaba una
constituyente. Eso por sí solo corregiría el rumbo del país.
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