jueves, 18 de abril de 2019

ESTA NOCHE miércoles 17 abril 2019



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MEDIA COLUMNA
El momento
Juana de Arco

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com

Me llevó mi padre por primera vez a la Misa cantada de las diez de la mañana del domingo en la catedral de Notre Dame. El coro resonaba en ese espacio enorme, sobrecogedor, que podía transportar en el tiempo, a la coronación de Bonaparte en 1804 o a ese lugar imaginario del ático y las gárgolas en la entrañable novela de Víctor Hugo.  

La construcción tomó cien años entre los siglos XII y XIII. Tres generaciones le habrán entregado toda su vida. La edificaron para durar siglos. Notre Dame ha durado 850 años. En el incendio del lunes 15 de abril de 2019 el techo colapsó y  la aguja se desplomó, pero las dos torres de los campanarios, los muros, los arbotantes y los contrafuertes resistieron. La Catedral sobrevivió.

Será reconstruida por la misma razón que fue construida: para durar mil años, más que las vidas humanas. Para eso se edifican catedrales y pirámides, porque fundan en el corazón de los hombres el amor de la grandeza, unen a los pueblos en torno a ella y llevan un mensaje más allá, que debe ser preservado para los que siguen.

El mensaje de Notre Dame es el del Cristianismo y de Occidente. Desde 2016, ha habido dos atentados frustrados con coches bomba en sus inmediaciones. En lo que va de 2019, ha habido diez incidentes de vandalismo en iglesias católicas de Francia. Los hechos indican hasta el momento que el incendio de Notre Dame –el lunes de Semana Santa- comenzó en el ático. Puede haber sido un accidente involuntariamente causado por mano humana. Pero las autoridades no han descartado un acto deliberado. Necesitarán valor para decir la verdad, cualquiera que esta sea.

Pasé en París algunos meses importantes de mi vida en la secuela de Mayo 68, allí cumplí 22 años con un amigo querido que ya no está. Todavía existían ecos apagados del faro que fue París en décadas ya partidas. Diez años después me tocó un espectáculo innoble: en el Metro de París un hombre abofeteaba ante todos a una mujer indefensa y la golpeaba en el suelo sin que nadie se atreviera no ya a intervenir, sino a mirar siquiera. La indolencia nacida del miedo no ha hecho sino crecer desde entonces, hasta convertirse en paranoia ante el ubicuo, inminente ataque terrorista. 

El lunes en las imágenes el mundo entero veía a los jóvenes en las orillas del Sena recordar cantando oraciones y coros de su infancia. De pronto su fé se encendió de nuevo, como una vela. Es conmovedor que la coraza del miedo se resquebraje un momento para encontrar en el prójimo a un semejante. Pero Notre Dame debería ser más que eso. Debería ser el momento Juana de Arco, la santa del valor ante la adversidad canonizada en la Catedral: un punto de inflexión política y el momento de decisión que lleve a esa ciudad amada por todos a recordar quién es, cuál es su verdadera identidad y su herencia, como tantas veces en el pasado. Ese será un domingo de Resurrección.  



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