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MEDIA COLUMNA
Acto de fe
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
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El Presupuesto 2019 del Estado
peruano es de unos 168 mil millones de soles, un monto casi 7% mayor que el de
2018, pese a que la economía crecería 3.9% en el más delirante escenario del
optimismo. Algo no está bien acá.
Algo más no está nada bien. El
Presupuesto que se da el Estado peruano para 2019 equivale a unos 50 mil
millones de dólares, y el tamaño de la economía peruana es de unos 200 mil
millones de dólares. Es decir, se lleva de entrada una cuarta parte de la torta
y a cambio -salvo por la excepcional calidad humana de personas individuales-
ofrece a los peruanos una seguridad ciudadana, una salud y una educación inaceptables.
Las virtudes de personas individuales, por mucho mérito que tengan, no no pueden
compensar la ausencia de un sistema que sea fruto del trabajo humano
organizado.
La tercera falla en el
Presupuesto 2019 es que las entidades subnacionales -los gobiernos regionales y
locales- consiguen para sí en esta ocasión lo que posiblemente sea el mayor
presupuesto de su historia: 50 mil millones de soles, es decir el 30% del
Presupuesto del Estado peruano (y el 35% del gasto en inversión).
Claramente, esta es una
apuesta del gobierno con la complicidad del Congreso a que las entidades
subnacionales pueden identificar y ejecutar mejor la inversión (y el gasto
corriente) del Estado. ¿Será que tanto el presidente de la República como el
del Consejo de Ministros provienen de gobiernos regionales -de Costa y Selva- y”creen” en eso? Es un acto de fe.
Uno que, sin embargo, no
estamos obligados a compartir. ¿Es esa realmente una buena idea?
Veamos. Los 50 mil millones de
soles en cuestión se reparten en 24 mil para los gobiernos regionales y 16 mil
para los locales. Es decir, los primeros se llevan dos tercios de todo eso.
Durante el gobierno de Toledo
(es un decir), una regionalización fallida de nacimiento con una arquitectura fatalmente
mal diseñada (que vino de la mano con la elección de presidentes de las
regiones) desembocó durante el gobierno de García -en medio del colapso de la
burbuja global de 2008 y ante el inminente desplome del crecimiento- en que el
gobierno transfiriera a las regiones de manera vehemente la enorme mayor parte
del Presupuesto.
Tal decisión solo podía ser
acertada si estas se hallaban ya en condiciones de ejecutar mejor que otras
entidades -ya fuera el gobierno central o las empresas mediante obras por
impuestos-. Pero no lo estaban. Los gobiernos regionales ciertamente no estaban
a salvo siquiera del virus de la corrupción, más cerca de Dios como los niños o
el “buen salvaje” de Rousseau. El acto de fe fue un monumental error
estratégico.
El hecho de la experiencia es
que esa transferencia fue el origen de la más abrumadora ola de corrupción que
el Perú ha conocido jamás. Comenzó en Ancash y se fue extendiendo como una mancha
de aceite a otras regiones, sin ningún control. Pequeña escala, desde luego, al
lado de lo que ocurría paralelamente con las empresas brasileñas en los
megaproyectos de obra pública. La complicidad fue total, en todo el Estado
peruano.
Pero, sin haber aprendido
nada, aquí vamos de nuevo.
Los gobiernos subnacionales se
llevan este año de 2019 no solo el mayor presupuesto de su historia -50 mil millones
de soles-, sino un aumento de 20% respecto del año anterior. ¿Con qué
argumento? ¿Ha mejorado su capacidad de gasto? ¿Ha sido erradicada la
corrupción? ¿Esta la Contraloría, al menos, preparada ya para lidiar con esto?
Se trata de un nuevo acto de
fe. Como decía Einstein, seguimos haciendo lo mismo y esperando resultados
diferentes. Bien inteligente.
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