viernes, 8 de marzo de 2019

ESTA NOCHE lunes 4 marzo 2019





ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Del bosque a la montaña

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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John Maynard Keynes es el padre de la conferencia de Bretton Woods que en 1944 ató el dólar al oro, creó el Fondo Monetario y el Banco Mundial, y lanzó a la economía global a un crecimiento jamás visto, apuntalado por la decisión política, que traería treinta años de prosperidad asombrosa al mundo entero.

Pero la receta resultó ser adictiva. Trajo aparejado un costo: el de la estatización de la economía y la demagogia política. Friedriech Hayek lo denunció ese mismo año de 1944 en Camino de servidumbre contra el comunismo y el fascismo, esas patologías del Estado. Hayek fundó la sociedad Mont Pelerin para difundir ese pensamiento. Este portal, Café Viena, lleva ese nombre en su honor. El argumento lo resumió él mismo en una entrevista publicada aquí: “el socialismo es imposible, porque presupone que una autoridad única puede utilizar todo el conocimiento disponible. Una vez que somos conscientes de que podemos utilizar el conocimiento de millones de hombres, queda claro que la suposición del socialismo simplemente no es correcta”. Son sus palabras.

Mucha agua ha pasado bajo los puentes entre Bretton Woods y Mont Pelerin.

Desde que en 1972 Richard Nixon cortara la atadura del dólar al oro establecida por Keynes en Bretton Woods, un oceáno de dinero cada vez más grande ha inundado la economía global y, una tras otra, han venido colapsando burbujas globales cada vez más grandes dejando cada vez mayores estragos. Hoy, los gobiernos de las economías desarrolladas –sin saber qué hacer ante los efectos de la última de las burbujas globales, la de 2008- se han embarcado en una cruzada para reactivar las economías con gasto público mediante reducción de impuestos y masiva inversión estatal en infraestructura. Un nuevo ciclo keynesiano, dicen, pese a que Keynes ató el dólar al oro para prevenir y advertir contra el descontrol monetario.

Los bancos centrales, encabezados por la Fed de EEUU, han tratado de controlar ese oceáno de dinero con un balde, con política monetaria. La Fed ya tiró la toalla. Ha cedido ante el poder político y el sentido común. Tendrá en adelante una política de “paciente” espera. No se atreve ya a subir la tasa de interés por temor a frenar el crecimiento. Ni podría. Habrá, pues, un nuevo colapso global. Es demasiado tarde para impedirlo con políticas monetarias.

La pregunta es qué haremos al día siguiente.

En lo que nos toca, si la Fed no sube la tasa de interés, tampoco subirá el dólar (ni los rendimientos de los bonos del Tesoro de EEUU). Subirán las bolsas, que reflejan el crecimiento de las empresas, y el cobre, que se mueve con ellas. El Perú vende cobre. Bolsas y cobre caerán, sin embargo, cuando las asustadizas aves del capital se espanten del colapso global. Entonces subirá el oro, que es el refugio donde se guarecen las aves hasta que se les pasa el susto. Del cobre y del oro vive el Perú. Del primero en las vacas gordas y del segundo en las flacas. Si cuando uno baja el otro sube, no le irá tan mal al Perú en otro eventual colapso global. Así ocurrió en el de hace una década.    

Nuestro problema es interno. En las economías emergentes en general la prudencia retrocede y la demagogia avanza desde hace años. En el Perú estamos resistiendo apenas el avance arrollador de la izquierda radical antiminera y su comparsa caviar de tontos útiles. Las reformas están detenidas. El gobierno intentó al principio del quinquenio relanzar el crecimiento con inversión pública. Descubrió que la inversión pública no responde. No conseguirá relanzar la privada mientras no restablezca la  gobernabilidad. El caso emblemático de Conga se repite hoy en Las Bambas. La principal mina de cobre del Perú tiene que sacar la producción por una carretera secundaria porque la principal está bloqueada. 

Con el colapso global veremos nuevamente una fuga masiva de capitales de las economías desarrolladas a las emergentes. Los veremos venir, como en 2008, pero esta vez no podemos desaprovecharlos. Necesitamos reformas masivas en salud y educación, en libertad para la economía y gobernabilidad para la decisión política. Es la última oportunidad.

Si el mundo desarrollado redescubre hoy a Keynes, nosotros necesitamos descubrir a Hayek. Si las economías desarrolladas se internan nuevamente en la oscuridad del bosque de Bretton Woods, escalemos la cumbre de Mont Pelerin. Allí hay más luz y se respira mejor.         



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ESTA NOCHE sábado 2 marzo 2019




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MEDIA COLUMNA
Lady Susan

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Una chica peruana, norteña, que atiende un puesto en el mercado de Chiclayo y escribe letras de canciones y las canta, junta sus ánimos y sus ahorros y se viene a Lima a tentar suerte en los concursos de canto de la tele.

Pero la rechazan. No tiene presencia, le dicen, es muy bajita, le dicen. Le desean suerte y la envían a tocar puertas a lugares de segunda.

La chica vuelve a su puesto del mercado de Chiclayo. Pero el destino interviene.

Un extranjero que pasea por el mercado la encuentra distraída en el puesto escribiendo absorta sus letras en un cuaderno. Le pregunta si no piensa atender a la clientela. Ella se disculpa. Le pregunta qué escribe. Sorprendido, el comprador le pide leer lo escrito y luego le ruega que cante. Ella accede. Y canta.

Las estrellas se alinean. Es un productor del Festival de Viña del Mar en Chile, y ha quedado fascinado y emocionado con su canto. Meses después, pero en un solo instante del tiempo del sueño, ella está cantando ante el Monstruo de la Quinta Vergara.

Quizá le tiembla la voz, pero nadie ni nada va a interponerse en su destino. Canta libremente, con el corazón en la mano. Y gana. Gana en grande. Como nunca nadie de estas tierras lo ha hecho. Dos premios, no uno, dos Gaviotas. Un mar de gaviotas. Una tormenta de aplausos. Una lluvia de sueños. Nace una estrella.

Es la historia que nunca envejece. La chica humilde que cree en los demás y en sí misma, que nunca se da por vencida, que prevalece al fin sobre la indiferencia de corazones encallecidos en la brega o la pequeñez y la envidia farandulescas de un medio mediocre, que produce muñecas en serie. Un universo que no reconoce a una verdadera Lady Gaga.    

“Ya no más” se llama la canción, con toda propiedad, hecha para ella por grandes compositores peruanos con Eva Ayllón, que creyó en ella. Es un trabajo de equipo. Qué no lo es. Los chilenos la descubren y la aplauden en Viña y nos dan una lección. Pero la niña que en Lima nadie miró siquiera, hasta el momento no recibe el aplauso que merece. Como tampoco los  pequeños hermanos campeones de ajedrez o el chico campeón de matemáticas o las corredoras que ganan medallas a cada rato y que son un modelo para todos los peruanos.

Es que no merecen el interés de la prensa, ocupada como se halla en castigar severa y ejemplarmente con primeras planas al autor de gruesos mensajes recibidos por una periodista en el Congreso. Porque esto sí es importante. Y Lady Susan solo es una vendedora del puesto del mercado que tuvo suerte.      


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jueves, 28 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 27 febrero 2019



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MEDIA COLUMNA
En Venezuela terminan
60 años de historia  


Jorge Morelli



El último capítulo comenzó cinco años atrás, en marzo del 2014, con la llegada de Sebastián Piñera nuevamente a la presidencia de Chile. Una golondrina no hace verano, sin embargo. Le siguió quince meses después Mauricio Macri, en la presidencia de la Argentina desde diciembre del 2015. Un intervalo demasiado largo, sin embargo, para hablar de una tendencia.

El punto de inflexión ocurrió un año después con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en enero del 2017. Pronto siguieron dos más. Lenín Moreno en Ecuador en mayo del 2017 pareció al principio un herefero de Rafael Correa, en el poder desde enero del 2007. No lo era. Y luego Mario Abdo en Paraguay, desde abril del 2018. La tendencia tomaba forma.

Pero faltaba la definición crítica del hermano de Venezuela. En mayo del 2018 la llegada de Iván Duque a la presidencia de Colombia definió la tendencia. Aún faltaba, pese a todo, Brasil, el partido de fondo por su peso específico en la balanza de poder de Sudamérica. Cuando Jair Bolsonaro asumió la presidencia en enero del 2019 terminó la espera. La piezas estaban todas en su sitio. Era el momento.

Veinte años han pasado desde que Hugo Chávez llegó a la presidencia de Venezuela en febrero de 1999. Quince desde que Lula da Silva tomó el poder en Brasil en enero del 2003 para seguir luego de 2010 a través de su protegida Dilma Rousseff hasta la caída del régimen en el centro del lodazal de la corrupción sudamericana. Doce años, seis meses y quince días estuvieron los Kirchner en el poder en la Argentina desde que Néstor llegara en el 2003 hasta el descalabro final de Cristina Fernández, en el 2015.

Todos devorados por la corrupción de la izquierda del Foro de Sao Paulo.

Solitario queda Evo Morales en Bolivia en lo que por línea de carrera en la política andina sabe hacer mejor que nadie: sobrevivir. Hoy es aliado de grandes capitales europeos y chinos para la explotación en gran escala del litio boliviano que alimentará baterías de autos eléctricos en el siglo XXI. Irónicamente, el más humilde de todos ellos, los grandes izquierdistas latinoamericanos, les da una lección política. Como Víctor Paz Estenssoro hace medio siglo. En el gobierno de México desde diciembre del 2018, Andrés Manuel López Obrador haría bien en aprender la lección del humilde político sudamericano.   

Pero hoy es el momento de la decisión política final: la caída del régimen de Chávez, de Maduro, de Diosdado. Es el descabello. Venezuela ha esperado veinte años. Estamos presenciando su desestabilización económica y su aislamiento político. Ya falta poco.

Pero es solo el capítulo final. La historia no comenzó hace veinte años en Venezuela, sino sesenta años atrás en Cuba, con la captura del poder por Fidel Castro en enero de 1959. Fue Castro quien diseñó y ejecutó la exportación del castrismo a toda Sudamérica. Por eso Allende, por eso Velasco, por eso Chávez. Usar el petróleo venezolano fue su objetivo desde siempre. Cuando hace veinte años logró echarle mano, lo dilapidó comprando elecciones y gobiernos hasta desatar una marea que se apoderó por años de Sudamérica e incubó desde Venezuela y Brasil la mega corrupción que hemos conocido.

Fidel Castro fue por 60 años el general más importante de la izquierda en esta parte del mundo. Casi triunfó y en última instancia perdió.



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miércoles, 27 de febrero de 2019

ESTA NOCHE lunes 25 febrero 2019



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MEDIA COLUMNA
Nueva guerra de la droga

Jorge Morelli
@jorgemorelli1 
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Martín Vizcarra aún no toma por las astas al toro más grande. El hilo conductor de la corrupción en América Latina no proviene solo del mercantilismo -que hizo posible que gobiernos, partidos y empresas fueran cómplices en las licitaciones de obra pública-. La corrupción más grande proviene del narcotráfico.

Todo período de la historia tiene una trama económica oculta, subterránea, invisible a simple vista, sin la cual es imposible explicar la evolución de la economía y de la política. En la historia latinoamericana de los últimos 40 años -en el Perú, en Colombia y en México, especialmente- ese hilo conductor es la historia del narcotráfico. Desde la colonización de la Selva peruana -del Huallaga al Apurímac- por los cárteles colombianos de Medellín y de Cali sucesivamente, hasta su reemplazo por los cárteles mexicanos -el de Sinaloa, especialmente- que impuso finalmente su imperio de costa a costa a lo largo de toda la frontera con Estados Unidos, el narcotráfico nunca fue manejado desde el Perú. Pero la feroz violencia que desató se conoció también en estas tierras por el papel subordinado a que quedó reducido el terrorismo senderista, que negoció su rol de sicario.

Tanto el Plan Colombia como, años después, la “negociación de paz” de Santos con las FARC revirtieron en nuestro perjuicio por el llamado “efecto globo”, según el cual cuando se lo aprieta por un lado el globo crece por el otro. En efecto, cuando Colombia y la DEA resolvieron suprimir a los cárteles de Medellín y Cali lo hicieron sin saberlo en beneficio del cártel mexicano de Sinaloa, pero los cultivos del narcotráfico migraron al Perú.

A mediados de los 90 -durante el gobierno de Alberto Fujimori-, el área sembrada de coca en el Perú llegaba a las 125 mil hectáreas. Fue reducida drásticamente a 34 mil hectáreas en solo dos años con la decisión política de interceptar las narcoavionetas sobre territorio peruano. Esto redujo la demanda en el lugar de producción y tumbó el precio, con lo que los cocaleros se pasaron a otros cultivos sin que nadie los obligara y encontraron a tiempo la asistencia del Estado. La estrategia peruana, sin embargo, no pudo contar con la colaboración necesaria de fuera porque mientras más eficiente era el Perú en la lucha antidroga, más difícil hacía el “efecto globo” la guerra en Colombia.

Hoy, la guerra contra el narcotráfico ha desembocado en un agotamiento y una rabiosa resignación en casi todas partes. Hoy, la guerra se pierde todos los días con la violación permanente de nuestro territorio por narcoavionestas que ahora llegan de desde Brasil y Bolivia. El hectareaje sembrado ha vuelto a aumentar a más del doble de la 34 mil hectáreas a que llegó en 1997, con una productividad por hectárea hoy dos o más veces mayor que la de hace 20 años.

No obstante, el 12 de diciembre pasado, el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, anunció una nueva estrategia antidroga. Gracias a él por fin sabemos la verdad: que, a pesar del Plan Colombia y la “paz con las FARC”, los cultivos de coca en Colombia han aumentado 17% en 2017 hasta alcanzar el récord de 171 mil hectáreas, 25 mil más que el año anterior, según cifras oficiales de Naciones Unidas. El negocio del narcotráfico en Colombia representó en 2017 un 5 % del PBI de Colombia. Eso es equivalente a unos 15 mil millones de dólares anuales.

El presidente Duque anuncia ahora “operaciones de interdicción aérea, marítima, terrestre y fluvial” para "romper las cadenas logísticas”. Viene pues, una nueva guerra contra el narcotráfico en Colombia. Y el viejo “efecto globo” va a repercutir de nuevo en el Perú.


El gobierno de Martín Vizcarra no puede ignorar lo que viene. Necesita estar preparado para la decisión política de retomar la interceptación aérea en el Perú. EEUU se ha opuesto por años, pero es hora de negociar y conseguir que el gobierno de Donald Trump tome, a su vez, la decisión política de pedir a su Congreso revisar la ley que obliga a su país hasta la fecha a negarle el apoyo al Perú en la nueva batalla.

domingo, 24 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 23 febrero 2019




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MEDIA COLUMNA
¿Qué dice el oráculo de Omaha?

Jorge Morelli

El gradualismo del ajuste monetario de la Fed con el alza progresiva de las tasas de interés ya es demasiado poco, demasiado tarde. No habría logrado reducir la liquidez a la velocidad necesaria aun si hubiera sido aplicable. Y no lo era. Pronto tocó techo, chocó con el poder. En las últimas semanas, la Casa Blanca le torció el brazo a la Fed, que ya no habla de alzas. Su política encarecia el crédito, lo que desanima la inversión. Y revaluaba el dólar, lo que abarataba las importaciones y las multiplicaba.

Fue el exceso de liquidez lo que incubó la burbuja global que colapsó en 2008. Aun hoy el síndrome de abstinencia del paciente hace peligrar el crecimiento. El paciente no quiso o no pudo aceptar entonces la receta contra la adicción -que es renunciar a ella-, y la única salida que quedó, aplicada en los últimos once años, ha sido seguir administrándole dosis al adicto. Decía Einstein que la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. La ilusión ya no existe. El gradualismo no funciona y el shock es políticamente inviable. El problema se resolverá mediante un nuevo colapso global.             

Mientras tanto, los magos privados de la economía global sacan conejos de sombreros. Hay mucho que aprender de ellos. Son el termómetro. Desde hace años hay una fiebre de fusiones empresariales en masa. ¿Las fusiones son realmente inversiones? La adquisición de unas mega empresas por otras no genera riqueza nueva. Solo es un cambio de manos. La causa material -lo que las hace materialmente posibles- es la liquidez ilimitada del sistema financiero global. Los bancos prestan el dinero a tasas bajas, porque necesitan salir de él, y las empresas lo toman para comprar otras empresas.

He aquí un caso emblemático, protagonizado por Warren Buffett, el “oráculo de Omaha”, propietario del famoso fondo Berkshire Hathaway que tiene acciones en Apple, Wells Fargo, Walmart, American Express, Coca-Cola y una multitud de otras empresas globales. Buffett se alió hace seis años con un fondo brasileño para comprar Heinz, la trasnacional de alimentos, que luego se fusionó con Kraft para crear el gigante alimentario Kraft Keinz. Pues bien, Kraft Heinz ha perdido 25,400 millones de dólares en el cuarto trimestre de 2018 con la caída de sus acciones en bolsa. Buffett culpa a unas nuevas reglas contables. O sea, un asunto regulatorio. Esa no es la causa. Buffett anuncia que no seguirá haciendo grandes inversiones por ahora, porque los precios son “demasiado elevados”. ¡Pero es el océano de dinero en el mercado lo que eleva los precios!

Es posible que el modelo esté llegando a su límite. Para relanzar la economía global luego del colapso siguiente hará falta volver a fijar las monedas a un referente universal de valor, como era hasta hace menos de 50 años. Si no lo hace Estados Unidos con el dólar, lo hará China con el yuan. 

Mientras tanto, el viejo mago hace su última jugada magistral al borde mismo del abismo. Decían los griegos que el señor que vive en Delfos ni dice ni calla, solo indica. Es lo que hace el oráculo de Omaha. 


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viernes, 22 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 20 febrero 2019





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MEDIA COLUMNA
Premios delatores


Jorge Morelli

 

 

El acuerdo del Estado peruano con Odebrecht permitirá acceder a los testimonios de funcionarios de la empresa y a los archivos digitales “drousys” y “mywebday” que contienen las pruebas de los sobornos a políticos y funcionarios peruanos.

 

¿El acuerdo es bueno para el Perú? Es una pregunta retórica. Nunca es negociable la verdad, porque no tiene precio. Acceder a la información es la prioridad. Aún si es a un alto costo.

 

Ahora veamos el costo. El acuerdo asegura a los brasileños el estatus de “delatores premiados”, como llaman allá a los colaboradores eficaces, a cambio de la información. No serán procesados en el Perú por lo que revelen. Es la condición para acceder a la información. Este premio es un acto legal en el Perú. Es un costo encajable.  

 

El acuerdo permite a la empresa seguir operando en el Perú. No es poca cosa. Involucra la definición de una cuestión de fondo: las empresas no son responsables de los delitos cometidos por quienes las administran. Es una definición necesaria. No tiene un costo.  

 

Pero tiene consecuencias. Porque, si es así, ¿podía acaso el Estado negarle a la empresa seguir funcionando en el país? ¿Puede negociarse el principio constitucional de que la iniciativa privada es libre? Hay en el acuerdo otro síntoma de la misma confusión conceptual: la empresa se “compromete” a pagar los 450 millones de soles que debe en impuestos. ¿Podía el Estado acaso negociar la oportunidad del pago tributario, o el pago mismo, como condición de la libre iniciativa privada? Esos han sido argumentos falaces en la negociación. Y eso tendrá un costo.

El Estado pacta con la empresa una reparación civil de 610 millones de soles a pagar en 15 años (con un interés de 150 millones). ¿Es correcta esa cifra? La pregunta no tiene respuesta. No existe una definición conceptual clara sobre cómo calcular la reparación. Esta debe ser proporcional ¿a qué, exactamente? ¿Al monto de los sobornos pagados? ¿A los sobrecostos en las obras? ¿A las sospechosas adendas adicionales? ¿Al tamaño masivo de unos megaproyectos que es dudoso que el país necesitara?

Sobre todo, ¿fueron esos megaproyectos fruto de la decisión autónoma del Estado peruano o vinieron atados al financiamiento de un banco brasileño por decisión política de ese gobierno? En tal caso, ¿por qué no demanda el Perú al Estado brasileño? Porque este costo es el mayor de todos.

 

¿Y en ese contexto, de paso, en qué queda la multimillonaria demanda de la empresa pendiente contra el Estado peruano respecto del Gasoducto del Sur? Es un costo escondido.

 

La empresa reconoce en el acuerdo que pagó sobornos en cuatro megaproyectos. Y el Estado acepta su palabra. Si aparecen nuevas evidencias, como es probable, ¿el acuerdo será renegociado? ¿O será unilateralmente revisado por el Perú? Esta ambigüedad es un costo incalculable.

 

El acuerdo será sometido ahora al control de un juez de garantías del poder Judicial. ¿Y la Contraloría a nombre del Ejecutivo? ¿El Congreso no tiene nada qué decir en el control del acuerdo?   


Son preguntas que no se han debatido ni planteado realmente hasta hoy. Y está pendiente, por respeto al pueblo peruano, una  explicación seria sobre todas ellas en vez del parloteo confuso que se ofrece hasta hoy por toda respuesta. Conocida la información que llegará, por el bien del Perú esta negociación debe ser objeto de un debate serio entre peruanos. Entonces conoceremos cuál es el balance final de todos sus costos. Entonces sabremos si el acuerdo será revisado.




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jueves, 21 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 16 febrero 2019





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MEDIA COLUMNA
El hombre que sabía
controlar los huaicos


Jorge Morelli


Es penoso el espectáculo del país, impotente ante los huaicos. Sin saber qué hacer ni qué decir, el gobierno se limita a paliar un poco los efectos sin la menor idea de cómo enfrentar las causas.

Sobrevienen así, en boca de todos, perogrulladas con el dedo índice admonitorio: ¡la población no debería asentarse en las quebradas! ¿No debería? En las quebradas es donde está el agua, ¿dónde más iría la población? Y de las perogrulladas se desprenden con naturalidad iniciativas de política pública inejecutables, que se repiten cada año: el Estado debería mudar –incluso de manera forzosa, dicen- a la población de esas quebradas en dirección hacia no se sabe dónde. Es una quimera irrealizable por partida doble.

En primer lugar, la población no se moverá ni siquiera ante el huaico y si la sacan volverá. Nadie se muda de donde ha echado raíces si no ve cómo vivir mejor en otra parte. Doble quimera, además, porque atacar las consecuencias de los huaicos es lo correcto solo si las causas están bajo control. Y no lo están. La  verdad es que el Estado peruano -entendámoslo de una vez- es incapaz de organizar una respuesta que esté a la escala del problema.

La causa de los huaicos no hay que buscarla entre los escombros de sus efectos. Hay que ir al origen. Hemos perdido el control del ciclo del agua de los Andes. Para recuperarlo hay que retener el agua de las lluvias en las alturas de la Cordillera. Hay que impedirle ir a la pendiente, donde toma velocidad y se forma el huaico que arrastra todo a su paso. Una vez que el agua está en movimiento, ya es demasiado tarde.

Un peruano entendió cómo controlar los  huaicos, sin embargo. La solución existió desde siempre en una tecnología milenaria de la civilización andina. Los comuneros hasta hoy le llaman “sembrar agua”. Consiste en cortarle el paso al agua hacia la pendiente, inmovilizarla para que penetre en el suelo. Haciendo esto en la escala necesaria en las nacientes de las quebradas que, según la experiencia histórica, generan huaicos constantemente, e innovando la tecnología, recuperaremos el control del ciclo del agua de los Andes.

Podemos no solo aprender a controlar los huaicos, entonces, sino almacenar al mismo tiempo un lago Titicaca dentro de los Andes, bajo el suelo. Esta masa gigantesca de agua regulará hídricamente por su propia gravedad los ríos que bajan hacia los dos océanos, de modo que no se desborden en verano ni se sequen en invierno.

Estas no son cifras arbitrarias. Dos millones de hectáreas de punas desde Puno hasta Cajamarca trabajadas de esa manera producirán un reservorio natural de diez mil millones de metros cúbicos de agua dentro de la Cordillera, cuatro veces la suma de los diez reservorios principales de agua del Perú.

Ahora bien ¿quién redescubrió la tecnología perdida del control del agua de los Andes? ¿Quién hizo esos cálculos precisos? ¿Dónde esta el hombre que innovó la tecnología y la experimentó en Junín en miles de hectáreas hasta comprobar que funcionaba? El lector ya lo sabe: fue Alberto Fujimori, hoy privado nuevamente de su libertad por la mezquindad y el odio políticos.          


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