sábado, 10 de octubre de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 9 setiembre 2020 "La orgía demagógica del Congreso"




 

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MEDIA COLUMNA

La orgía demagógica

del Congreso

 

 

Jorge Morelli

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@jorgemorelli1

 

 

El Congreso ha producido la noche del jueves una verdadera orgía demagógica que ha puesto fin a años de esfuerzos del país por crear una meritocracia en la educación pública del Perú.

 

Se trata de la decisión de reponer por razones políticas –no por razones técnicas ni de justicia- a 14 mil maestros separados en 2014 por no haber aprobado o no haber aceptado someterse a la evaluación del caso.

 

Son 14 mil votos comprados por todos los partidos políticos actualmente en el Congreso. La prueba es que la ley fue aprobada por 107 de los 121 congresistas presentes. Y, como de costumbre, el proyecto fue exonerado de segunda votación. El Ejecutivo tiene ahora la posibilidad de objetar -observar es el término oficial- este escandaloso caso de clientelismo mercantilista. Pero, como sabemos por adelantado, el Congreso probablemente insistirá en su ley demagógica con la mitad de los votos de la única cámara, y la promulgará.

 

Esta es, además, solo la porción visible del iceberg. La parte bajo la superficie es bastante más grande.

 

Actualmente, hay unos 240 mil profesores nombrados que se hallan dentro de la Carrera Pública Magisterial. Para ser parte es forzoso tener título de Pedagogía. No vale ningún otro título profesional. En otras palabras, existe un monopolio sobre las plazas de la educación pública en el Perú que las reserva de manera excluyente para los titulados en Pedagogía.

 

A consecuencia del monopolio, una tercera parte entera de los maestros de la educación pública peruana son contratados cada año y jamás nombrados. No se les permite entrar a la Carrera Pública Magisterial con otro título profesional. Alguna vez, Martha Hidebrandt, que tiene título en Pedagogía, que sabe de lo que habla y a quien consulté el tema, me dijo que para enseñar bien es más importante conocer la materia -el qué- antes incluso que el cómo enseñarla.

 

Hoy en el Perú un maestro contratado percibe un sueldo igual al del maestro nombrado que recién comienza en el escalón más bajo de la Carrera Pública Magisterial. Contratado cada año, vive al filo del despido y no puede mejorar su ingreso porque se halla excluido del sistema. Y después hablan de inclusión.

 

Tampoco hay relación entre el mérito y la remuneración, pero hablan de meritocracia. La política controla las plazas de la educación pública y el sistema es manejado por “favores” desde el Sindicato Unitario de Trabajadores de la Educación en el Perú (Sutep). Esa es la columna vertebral de su enorme poder. La Derrama Magisterial no es sino su expresión material.

 

Alguna vez, de visita en Japón gracias a la generosa invitación de su gobierno, pregunté a un importante profesor de la Universidad de Tokio, una alta autoridad en educación japonesa a quien pedí ver, cuál era el momento clave de la historia de la educación japonesa. Me dijo que no era uno, sino dos: el primero ocurrió a mediados del siglo XIX durante la reforma Mei Ji y fue la enseñanza obligatoria de inglés en todas las escuelas públicas de Japón. El segundo fue a mediados del siglo XX, durante el gobierno provisional de Douglas MacArthur al final de la Segunda Guerra Mundial, y fue la cancelación del monopolio del gremio magisterial sobre las plazas de la educación pública japonesa. Entre las mejores del mundo hoy, la educación japonesa necesitó remover de su camino la piedra del poder político del Sutep japonés.       

                    

 

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miércoles, 7 de octubre de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 7 setiembre 2020 "Volver al Senado"


 

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Volver al Senado

 

 

Jorge Morelli

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El argumento de que el Senado es necesario porque es una cámara pensante y  reflexiva es infantil. No existe tal cosa. La bicameralidad es necesaria por otra razón: porque permite encapsular el conflicto político en el Congreso, que es donde corresponde, y sacarlo del terreno de la relación con el Ejecutivo, donde pone en peligro a la democracia.




Un fallido equilibrio de poderes ha creado esta situación. En el Perú el Congreso tiene más poder que el Ejecutivo, La Constitución le ha dado tres armas letales: la vacancia de la Presidencia, la censura de ministros y la insistencia del Congreso en las leyes observadas por el Ejecutivo. Las dos últimas hasta hoy con solo la mitad de los votos de la única cámara Un 30 por ciento de las leyes son observadas por el Ejecutivo, y el Congreso insiste con la mitad de los votos y prevalece siempre.

Frente a ese poder desmedido, el Ejecutivo solo puede defenderse con dos herramientas: la disolución constitucional del Congreso –bajo condiciones que ahora ya todos conocemos- y la delegación de facultades para legislar, un oremio consuelo que depende del Congreso. El equilibrio de poderes no existe, en suma. Nunca lo ha habido en el Perú. La falla en la arquitectura de nuestra democracia nos acompaña desde la fundación misma de la  República, hace 200 años. Ha creado no un equilibrio sino una jerarquía de poderes donde el Congreso tampoco es ya el “primer poder del Estado”. En las últimas décadas el Tribunal Constitucional le ha quitado ese privilegio. Hoy es el nuevo poder absoluto. Una vez más hemos reinventado el absolutismo contra el cual nació la democracia.

 

Llevará tiempo una reforma del sistema de gobierno que rediseñe el equlibrio de poderes. Mientras tanto, necesitamos una solución provisional para evitar que el tira y afloja normal de la política se convierta a cada instante en un conflicto de poderes que termina ante el árbitro supremo, el Tribunal Constitucional.

 

Para encapsular el conflicto político dentro del Congreso el mecanismo es simple. Un proyecto de ley nace de Diputados y va al Senado para revisión. Si el Senado está en desacuerdo, devuelve el proyecto a Diputados que puede insistir pero solo con dos tercios de los votos. Así el conflicto político se procesa y se resuelve en el Congreso, donde corresponde, sin generar un conflicto entre poderes. Y se evita la judicialización de la política que ocurre cuando el Tribunal Constitucional es el árbitro de todos los conflictos políticos.    

 

La bicameralidad tiene también la ventaja de frenar la sobreproducción legislativa del Congreso, que amenaza la seguridad jurídica. No por el número de normas -ya que el Ejecutivo produce incluso más normas que el Legislativo- sino por la precipitación con que se aprueban, que abre paso a la demagogia. Un ejemplo patético es el del sistema previsional: se hace política hoy con los ahorros de los pensionistas del Perú.  

 

La aprobación de leyes entre gallos y medianoche pudo evitarse con la segunda votación de las mismas. Pero esa regla es violada a diario en el Congreso. Todos los proyectos son aprobados con exoneración de la segunda votación. La bicameralidad acaba con esto para siempre.

 

Esta es, con todo, una solución incompleta, una salida provisional o una puerta falsa por donde circular mientras se repara la desvencijada puerta principal del sistema de gobierno.

 

Eso supone rediseñar el equilibrio de los tres poderes del Estado para devolver a cada uno lo que le corresponde: al Legislativo la resolución del conflicto político; al Ejecutivo el veto sobre las leyes que tiene en todas las democracias salvo la nuestra; y al Tribunal su función, que es el control constitucional de las leyes y no ser el árbitro de la política.

 

Rediseñar el equilibrio de poderes necesita trabajo y tiempo. La bicameralidad nos daría tiempo. La Comisión de Constitución del Congreso tiene un cronograma que permitiría elegir un  Senado en el 2023, con las próximas elecciones regionales.

 

El Bicentenario de la República es el momento de crear, por primera vez en el Perú, un sistema de gobierno con lo que los americanos llaman checks and balances: el mecanismo que, como un pequeño giroscopio, mantiene a una democracia estable dentro de un equilibrio en movimiento.

 

                    

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domingo, 4 de octubre de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 4 setiembre 2020 "Trump versus Biden"


 

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Trump versus Biden

 

 

Jorge Morelli

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Traduzco lo que publicó hace poco Diego de la Torre, porque no hay manera de decirlo mejor: “El debate fue una pelea de perros. De seguro no fue la mejor performance de  Trump. Sin embargo, pienso que los nuevos demócratas de izquierda –como Kamala, Ocasio–Cortez, Pocahontas Warren, el loco Bernie, etc.-  son un peligro no solo para Estados Unidos sino para Occidente. Que Dios nos ayude si capturan el poder en la nación y la democracia más importante del mundo. Como PPK, Biden será sobrepasado y puesto de lado por los neo-marxistas radiactivos disfrazados de progresistas, que salivan ante la perspectiva de destruir auténticos valores americanos, como la familia, la libertad y la igualdad ante la ley. Los progresistas hacen política de identidades instrumentando los temas de raza, género, etc. para multiplicar el divisionismo y la confrontación, situación en la que reinan, asaltan y proyectan el resentimiento contra el ethos de los fundadores de 1776 que hizo posible una nación poderosa, libre y próspera”.

 

Hay que reparar en la fuerza fundamental de este argumento. Es que Biden “será sobrepasado y puesto de lado por los neo-marxistas radiactivos disfrazados de progresistas”. Pone en tela de juicio la buena fe del “progresismo”, porque denuncia su peligrosa ingenuidad. En efecto, la caviarada es es el perfecto tonto útil para la captura del poder.

 

La estratagema es vieja como el hambre. Se puso en escena por primera vez en el siglo XX en Rusia antes de la Revolución de Octubre de 1917, durante el gobierno “de transición” de Kerensky, a quien los bolcheviques Trotsky y Lenin usaron primero y desestabilizaron cuando estuvieron dadas las “condiciones” para la captura del poder.

 

El libreto está escrito, en suma, y ha sido puesto en escena innumerables veces en Latinoamérica con éxito en una única ocasión desde que el castrismo tomara el poder en La Habana en el Año Nuevo de 1959 y desatara una confrontación política sorda, de baja intensidad, que ha durado ya 60 años. Los latinoamericanos sabemos de esto y hemos logrado neutralizar o desactivar esa bomba de tiempo en numerosas ocasiones y en muchos lugares de Sudamérica. En el Perú, especialmente, de manera más eficaz que en cualquier otra parte. Los peruanos estamos mejor vacunados o prevenidos contra este virus.

 

Son los americanos los que no lo saben, porque nunca lo han vivido. No se han visto realmente, cara a cara, con ese animal en su propio terreno. La gran mayoría no reconoce, por lo tanto, las señales de peligro. No está prevenida y no presta atención a las alarmas. Cree que son exageraciones o incidentes propios de una democracia ejemplar. Piensa que el debate realmente gira en torno a cuestiones morales respecto de las maneras de Trump o su modo irritante de tratar a sus adversarios. La opinión pública norteamericana hace juicios morales sobre los personajes, y es ciega ante el guión pre escrito que nadie reconoce y prepara la captura del poder. Sintomáticamente, muy por el contrario, teme que sea Trump quien -como Julio César- planea la muerte de la República.  

 

El progresismo global asume que la violencia anterior a la pandemia en Chile, Ecuador, Bolivia o Colombia, como la permanente catástrofe en cámara lenta de la Argentina, no son sino la consecuencia “natural” de la desigualdad de las sociedades latinoamericanas. Ese falso diagnóstico ha producido remedios errados en Latinoamérica desde hace 60 años. Desconocen hasta hoy mismo que la escalada de violencia en Santiago, Quito y La Paz fue organizada desde La Habana, Caracas, el Foro de Sao Paulo y Buenos Aires. Y se debe a que, desesperado, el progresismo ve llegar inexorablemente su final con la caída del chavismo en Venezuela y el fiasco definitivo del peronismo de izquierda en la Argentina.

 

El enfrentamiento sin cuartel entre Bolsonaro y Lula en Brasil es el campo de batalla principal hoy. Es el modelo de la confrontación polarizada entre Trump y Biden que nunca antes se había visto en Estados Unidos. La buena noticia es que el debate electoral estadounidense ya no versa únicamente sobre sus problemas nacionales y locales, sino sobre la encrucijada política fundamental del siglo XXI. Hoy al fin estamos todos en la misma página en todo el continente. 

 

Y es esto lo que hace de la izquierda latinoamericana una bestia acorralada y peligrosa, capaz de intentar cualquier demencia y jugarse el todo por el todo en un baño de sangre para, en un golpe de suerte, capturar el poder. Por el momento, la pandemia se ha hecho cargo de ellos, pero preparan la ofensiva y atacarán de nuevo. Por eso son cruciales las próximas elecciones del Bicentencario de la República. Porque no por casualidad fue el Perú el centro que irrdió la civilización en esta parte del mundo y el escenario, hace 200 años, de las batallas que decidieron el destino de América del Sur.

 

                    

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miércoles, 30 de septiembre de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 30 setiembre 2020



 

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¿Alguien manda

en este partido?

 

 

Jorge Morelli

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El Apra recibe a Roque con sentimientos encontrados. Todos piensan allí que no ha renunciado definitivamente a la candidatura de la Estrella, porque, si no, para qué inscribirse ahora y no esperar más bien a hacerlo después de las elecciones para levantar la moral. Pero se van a llevar una sorpresa. Puede ser congresista, y en buena hora, para lo cual necesita la inscripción. Los sentimientos encontrados se deben a que hay quien piensa que financiará la campaña del partido no importa quién sea el candidato –que son los más-, y los que quisieran que lo fuera él mismo -que son los menos-. Porque, claro, es la derecha. Y el dilema existencial que Haya barajó por la vía de la doble negación –“ni Washington ni Moscú”- y que Alan sabiamente dejó de lado, necesitaría una nueva lectura unánime de sus herederos. Hoy, sin embargo, en el viejo partido los herederos pugnan por el legado. O sea, en esa nave nadie manda.

 

Algo parecido ocurre en Acción Popular, el navío ya carenado de Fernando Belaunde. Los partidos sobreviven con dificultad a la muerte de sus líderes, como las estrellas al hidrógeno combustible, para estallar luego vistosamente en fragmentos. Las fuerzas que tiran de Acción Popular hacia ambos lados son las mismas que amenazan al Apra: izquierda y derecha. Esa pugna también la zanjó el propio Belaunde, como Haya, y muy tempranamente con su notable lema: ni a la izquierda, ni a la derecha. “Adelante”. Hoy, sin embargo, como diría Belaunde, que amaba las metáforas taurinas, ni el lema está a salvo de los espontáneos. Irrumpió en el ruedo un émulo de Paniagua a quien la ocasión le pareció inmejorable para dar un salto al vacío. Acabó corneado en la enfermería.  

 

Solo el tiempo dirá si los viejos partidos tradicionales podrán soportar la presión simultánea de esas dos gravedades sin desgajarse de cuajo. Y veremos también si los nuevos partidos tradicionales sobrevivirán a las suyas propias. No entraré en esto ahora.

 

La conclusión es que, si el elector desea saber si alguien manda en un partido –cosa que es un elemento de juicio para decidir el voto- solo tiene que observar cómo votaron las bancadas en la segunda vergonzosa intentona de vacar la Presidencia en este quinquenio. Si el voto fue unánime es porque, malo o bueno, esa nave tiene un capitán. Si se dividió es porque allí nadie manda.

 

Algunos partidos lograron sobreponer la unidad a las discrepancias internas. Esa es toda la diferencia. Las estrellas jóvenes pueden resistir las fuerzas de la gravedad antes de caer en la entropía vencidas por la segunda ley de la Termodinámica. Es una cuestión de física, no de fe. Tal como las estrellas no son dioses, sino materia, los partidos políticos no son sino medios. No son y nunca fueron fines en sí mismos, como en otro tiempo creimos.

 

Seguimos despertando del sueño metafísico. El mundo no es perfecto, es real.  

 

          

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domingo, 27 de septiembre de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 27 setiembre 2020


 

 

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Milagro del equilibrio momentáneo

 

 

Jorge Morelli

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No faltarán ahora los tontos que critiquen a los candidatos por inscribirse en un partido político para postular en las elecciones. No saben que los partidos ya no son lo que eran. Hoy son solo caballos para la carrera electoral. El que gana la carrera es el jinete.

 

Partidos y líderes hoy son –siempre fueron- medios y no fines en sí mismos.

 

Tradicionalmente, un partido solía tener tres pisos, de arriba para abajo: ideología, programa y organización. Hoy no son sino organización en el mejor de los casos. La ideología ha muerto, y todos tienen, con variantes ínfimas, el mismo programa: la igualdad, el paradigma de nuestra era.

 

Pero entienden la igualdad no como igualdad de oportunidades para todos, sino como abolición de las identidades a menos que estén “representadas”. Han entendido al revés. Los partidos tienen incorporada la noción –más bien el chip mental- de la “representatividad” como meta superior y mérito máximo de la democracia. Y malentienden la representatividad como la “cuota” que cada grupo de identidad necesita alcanzar en un cuerpo político –plancha presidencial o lista parlamentaria- para poder existir.

 

Pues les tengo noticias. Eso es corporativismo. Además, tiene serias limitaciones prácticas. Reto al más pintado a imaginar cómo se puede meter Lima en el Callao o el mar en un balde. La inmensa diversidad de la sociedad peruana no puede ser equitativamente incorporada por el mecanismo absurdo de que cada identidad o grupo de interés necesita un representante para alcanzar su inclusión.

 

Esto no es solo una torpeza, sino que es inconstitucional. Según la Carta, un representante no está sometido a mandato imperativo. Y esto no se refiere solamente al partido en el que se encuentra circunstancialmente, sino a los electores mismos que lo llevaron a la curul.  Y, sin embargo, la premisa de la “cuota” es que quien ha sido electo está moralmente obligado a hacer lo que sus electores dicen. Es más, se da por supuesto que, por la naturaleza misma de su identidad ya sea racial o de género, no tiene otra alternativa de cualquier modo. No puede pensar por sí mismo. No es libre.

 

Algunos partidos recuerdan todavía vagamente la idea de la libertad, pero ya nadie se atreve ya a mencionar en público a la autoridad política. Con las justas se habla de gobernabilidad –que es el contrapeso necesario de la representación- para no herir la susceptibilidad de quienes sufren ataques de ansiedad cuando es necesario hablar de autoridad política legítima.

 

Y, sin embargo, autoridad, libertad e igualdad son las ideas que han dominado sucesivamente la historia política moderna. Cada uno de esos paradigmas tuvo su momento bajo el sol y no se edificaron negando en cada etapa al paradigma anterior, sino construyendo sobre él, en una pirámide trunca, para balancearlos en un equilibrio estable al que llamamos democracia.

 

Equilibrio relativamente estable siempre, sin embargo. Porque la democracia es un milagro. Es como esos juegos mecánicos que hay en los parques de diversiones donde una barca oscila como un péndulo a un lado y otro cada vez más hasta quedar inmóvil en el aire en equilibrio momentáneo perfecto. Pero siempre bajo amenaza de deslizarse en la demagogia o el autoritarismo.        

 

          

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sábado, 26 de septiembre de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 25 setiembre 2020

 

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MEDIA COLUMNA

La respuesta está

en la pregunta

 

 

Jorge Morelli

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@jorgemorelli1

 

 

La encuesta nacional de CIT del 10 al 12 de setiembre hizo esta pregunta: “si mañana fuesen las elecciones, ¿por cuál de los siguientes candidatos a la Presidencia de la República votaría Ud.?”.

 

Ante la lista cerrada de candidatos presentada por la encuestadora, la respuesta fue: No sabe/no opina (29.3%), Salvador del Solar (10.7%), George Forsyth (9.3%). 

 

La encuesta urbana y rural de Ipsos del 9 y 10 de setiembre hizo la misma pregunta: “¿si mañana fueran las elecciones presidenciales y se presentasen los siguientes candidatos, por quién votaría usted?”.

 

Ante la lista igualmente cerrada de candidatos, la respuesta fue: Ninguno, no precisa (32%), Forsyth (23%).

 

Lo primero que llama la atención es que ambas encuestas coincidan en mostrar que los indecisos son más o menos los mismos -32% en un caso y 29% en el otro-, lo que significa que es temprano para opinar. 

 

Ambas encuestas, sin embargo, pese a haber sido realizadas en los mismos días y a haber fraseado la pregunta de manera casi idéntica, muestran dos resultados diametralmente diferentes para el joven alcalde de La Victoria, que obtiene en una el 23% del voto y en la otra el 9.3%.

 

¿Cómo es posible tal cosa?

 

Como en todas las encuestas, la respuesta está en la pregunta. O, en este caso, en la lista cerrada que acompañaba a la pregunta. Mientras la encuesta de CIT incluyó a Salvador del Solar en la lista cerrada, la de Ipsos omitió, no por error, mencionar al ex primer ministro.

 

Hay que concluir que, ausente el gran Pantaléon de la lista cerrada, sus votos migraron donde el ex arquero de Alianza Lima. En otras palabras, los votantes de George Forsyth y los de Salvador del Solar serían los mismos e intercambiables.

 

¿Qué misterioso vaso comunicante hay entonces entre Del Solar y Forsyth que permite a sus votos migrar de uno al otro?

 

Hace poco, Del Solar hizo un llamado a constituir lo que llamó un ”espacio de conversación” al que convocó a Forsyth con nombre propio (como también a Julio Guzmán y a Jorge Nieto).

 

Si tal vínculo no existe, sin embargo, Forsyth haría bien en aclararlo, porque el ex presidente del Consejo de Ministros del gobierno actual es percibido como el candidato del oficialismo. Y ese virus se contagia.

 

Lo cierto, en todo caso, es que no podrán ir ambos a la contienda si su electorado es aproximadamente el mismo y, al parecer, se quitan los votos entre sí.  

 

     

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