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MEDIA
COLUMNA
Fin
de la pesadilla comunista
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
El
significado de la alianza política de Pedro Castillo con César Acuña va más
allá de la confianza que el presidente tenga en su paisano de Chota, y más allá
también de los negocios universitarios de Acuña. Mas allá de la vacancia
incluso. Es un giro que puede tener importancia para el Perú.
Desde
que Castillo llegó al gobierno, una mitad de los peruanos ha estado sumergido
en la pesadilla de la amenaza comunista en versión chavista. La alianza
Castillo-Acuña apunta al corazón de ese fantasma.
Uno
puede creer lo que quiera de César Acuña, pero comunista no es. Por años ha
gerenciado una red de universidades y fundado simultáneamente un partido
político con presencia en todo el país, le guste o no a la clase política o a
la académica.
Más
de uno ha elegido leer en esa alianza, sin embargo, un supuesto giro de
Castillo hacia la chicha asociada al mercantilismo y la corrupción. Si ese fuera
el caso, no obstante, solo habríamos vuelto a la “normalidad” con la que hemos
bregado sin éxito por décadas. La corrupción vive del sistema, se aloja en sus
fracturas, crece en las fallas de su arquitectura. El comunismo, en cambio, lo destruye
para sustituirlo por algo que no puede funcionar.
La
extrema izquierda es un peligro para el Perú no solo porque se cree
incorruptible sin serlo, sino sobre todo porque su composición de lugar es errada
y su diagnóstico y remedio fallidos. Cree que el Perú se halla en una coyuntura
prerrevolucionaria. Y lo está, pero de una revolución burguesa. Cuando la
extrema izquierda comprueba palmariamente, sin embargo, que el país no se halla
donde ella cree -es el caso de Vladimir Cerrón-, en lugar de aceptar la realidad
y trabajar a partir de ella, niega la evidencia y retorna con arrogancia a su
zona de confort leninista.
Lenin
se equivocó. La revolución proletaria que Marx vaticinaba no podía resultar en la
Rusia feudal de 1917, una economía de campesinos, no de obreros. La gran
transformación no podía venir desde la periferia hacia los centros de la revolución
industrial en Inglaterra o Alemania. Debía ir del centro hacia la periferia. Marx
lo sabía y dejó constancia de ello en su formidable obra “Formas
precapitalistas” (Formen). Si hacia el final de su vida estudiaba a Rusia y se aferraba
a esa vana esperanza, fue solo luego de los
fracasos revolucionarios de 1848 y 1870 en Francia, narrados en dos de sus
grandes libros. Pero eso solo muestra una duda políticamente poco desinteresada,
una grieta en su lectura de la realidad, una debilidad de carácter perdonable
en un pensador que ve su obra camino de ser mal usada.
No
puede haber revolución proletaria si lo que hay son campesinos migrantes a la
ciudad devenidos en emprendedores informales que reclaman igualdad de
oportunidades y papeles para sus bienes y activos. Lo que quieren es una
revolución burguesa auténtica, no una farsa. Esperan aun la verdadera
revolución, la que corresponde al “momento” peruano y a la coyuntura política, la
que consolida los derechos de propiedad, no la que los niega o los relativiza con
ambigüedades colectivistas. La revolución rusa fracasó por ir contra la
historia. Lenin no iba a producir sino a Stalin. No podía sino ser profundamente
reaccionario. Y la izquierda peruana fracasa por la misma razón.
En buena hora. La ruptura de Castillo con el leninista Vladimir peruano y su alianza con Acuña apuntan a impedir la vacancia, pero pueden significar también el comienzo del fin de la amenaza del comunismo reaccionario.
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