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MEDIA COLUMNA
Proceso de lo grotesco
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Para entender a un árbol no hay
que roer las raíces amargas, ni extasiarse en el canto de las aves en las
ramas. Simplemente hay que mirarlo desde cierta distancia. La foto del momento nunca basta, lo que importa es la
película en movimiento. No se conoce al árbol rolando las raíces sino retrocediendo para mirar
con perspectiva. Solo así se entiende el proceso del cambio en el tiempo.
Miremos el proceso del sainete
que terminó el viernes risiblemente en el Congreso.
Comenzó con la vacancia de la
Presidencia anterior, fallida en el primer intento, pero forzada luego obsesivamente
para conseguir la renuncia del presidente. No se derroca al poder sin
consecuencias. Es un hoyo negro y nadie sabe lo que hay al otro lado. El vacío
de poder siempre es llenado por lo que hay. Y lo que hubo fue un mandatario
astuto y una presidencia improvisada.
No era ningún misterio que la
vacancia traería consigo el recrudecimiento agravado del conflicto de
poderes existente entre el Congreso y el Ejecutivo desde el día mismo de las
elecciones de 2016. Todo puente fue dinamitado entonces, todo intento de diálogo
acallado o reprimido, todo esfuerzo por reconstruirlo perseguido.
Luego de la vacancia retornamos al conflicto de manera aun más sangrienta. No había que
ser adivino para entender que acabaría con
pérdida no solo política sino personal para
una de las partes, incluso con la privación abusiva de su libertad.
El siguiente eslabón en el
proceso sería el intento del Congreso de direccionar el nombramiento del
Tribunal Constitucional con el objeto de que el TC, renovado, tomara cartas contra la venganza política mal disfrazada de justicia. No obstante, fue evidente que
no habría en el Congreso los votos necesarios para cambiar al Tribunal. El empecinamiento, sin embargo, fuera ya de todo sentido común, sirvió en bandeja al Ejecutivo la
disolución abusiva del Congreso como resultado. Se dirá hasta el fin de los
tiempos que fue arbitraria. Es una discusión bizantina. El hecho prevaleció porque la opinión pública lo avaló.
La retaliación del nuevo Congreso,
heredero del encono, vendría con la siguiente censura del gabinete. No le bastó con eso. Luego
de la cabeza del presidente del Consejo de Ministros, el Congreso pidió la del
primer mandatario en la intentona insensata de vacar la
Presidencia de la República por segunda vez en el quinquenio.
La cadena de despropósitos no
podía desembocar sino en el fiasco que el país ha sido obligado a presenciar
mientras las familias luchan como pueden contra la pandemia y las empresas bregan
contra la quiebra de la economía.
Este es el proceso político de
los últimos cuatro años visto desde cierta distancia. Poco tienen que ver en él
los actores. El guión estaba escrito de antemano, porque no hicimos ni hemos hecho hasta
hoy nuestro trabajo. El milagro de la mayoría parlamentaria absoluta, que tuvo
la oportunidad del siglo de corregir la falla en la arquitectura del capítulo
político de la Constitución de 1993, dejó pasar la ocasión. No comprendió cuál
era su deber. No pagó la deuda que tenía con el Perú.
Lo que hemos visto el viernes no
es sino el desenlace de este sainete grotesco.
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