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Tiempo de palomas
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Desde una de las orillas, el gobierno
necesita comenzar de nuevo la construcción del puente hacia la otra.
Si el gobierno tiende el puente,
la oposición lo va a aceptar. No por facilismo, sino porque el pueblo está
harto de estos desmanes. Ambas orillas están cansadas de guerra. La hora de los
halcones pasó. De nuevo es tiempo de palomas.
Desde un orilla, el gobierno no
necesita ya disolver el Congreso. No va a poder ser sometido por la oposición. Se
ganó el respeto del pueblo y la legitimidad. Ahora debe gobernar.
Y tampoco el Congreso será avasallado
ya por el Ejecutivo. En realidad, el gobierno no tiene materialmente cómo
prevalecer mediante el cierre del Congreso. Por una razón práctica: no conduce
a ningún sitio orque continúa abierta la Comisión Permanente que no puede ser
disuelta, y en ella la oposición tiene todavía una mayoría más importante que
en el Pleno. ¿Cuál es el objeto entonces de disolver el Congreso? ¿Un golpe de
Estado para convocar a una Asamblea Constituyente? Esas son fantasías
delirantes.
Desde la otra orilla, una segunda
vacancia de la Presidencia tampoco conduce a ningún sitio. Ante todo, la oposición
ya no tiene la fuerza para tumbar otro presidente de la República. La economía
se pararía del todo. Los peruanos no soportarían semejante despropósito. Y sería
intolerable volver a recorrer el callejón oscuro de la de la farsa de la “incapacidad
moral”, que es lo que el Congreso quiera. Este despropósito jamás debió ser
puesto en una Constitución moderna y aún aguarda a ser
eliminado. Si este u otro mandatario tuviera en lo sucesivo situaciones de las
que responder ante la Justicia, deberá hacerlo cuando su gobierno concluya. Eso
es lo que la Constitución prevé. Es lo civilizado.
Lo que va a pasar, entonces, es
que las aguas se vana traquilizar y vamos a volver a la normalidad.
Desde luego, esa “normalidad” no
es satisfactoria. Pero, por ahora, es lo que tenemos. En el contexto posterior
a la batalla, la “normalidad “no puede ser otra que la de nuestra vieja
democracia de baja gobernabilidad. La baja gobernabilidad que está ahora al
alcance de la mano no es aún la del verdadero equlibrio de poderes, sino la que
resulta del agotamiento luego de una batalla en lo que no ha habido sino
perdedores.
Lo que queda en claro de ella,
sin embargo, es que el Congreso ha dado su brazo a torcer. Ya aceptó que debe renunciar
al poder absoluto que ha retenido por décadas. El resto es un asunto de
negociación.
La verdadera reforma del Congreso
aun está por venir y será para alcanzar el equlibrio de poderes. Va a suceder. La
bicameralidad es solo un medio para el fin, que es el equilibrio de poderes.
Hay tiempo para negociar eso.
Lo que no hay es espacio para más
conflicto. La opinión pública ya no lo tolera. Por lo mismo, pedir colaboración,
diálogo, pactos escritos o verbales encima o debajo de la mesa entre ambas
orillas, para lo que resta del quinquenio, es superfluo, innecesario. No hacen
falta.
Al fin, sin vencedores ni vencidos, es tiempo de aprender una
lección. Karma, le dicen.
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