jueves, 28 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 27 febrero 2019



ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
En Venezuela terminan
60 años de historia  


Jorge Morelli



El último capítulo comenzó cinco años atrás, en marzo del 2014, con la llegada de Sebastián Piñera nuevamente a la presidencia de Chile. Una golondrina no hace verano, sin embargo. Le siguió quince meses después Mauricio Macri, en la presidencia de la Argentina desde diciembre del 2015. Un intervalo demasiado largo, sin embargo, para hablar de una tendencia.

El punto de inflexión ocurrió un año después con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, en enero del 2017. Pronto siguieron dos más. Lenín Moreno en Ecuador en mayo del 2017 pareció al principio un herefero de Rafael Correa, en el poder desde enero del 2007. No lo era. Y luego Mario Abdo en Paraguay, desde abril del 2018. La tendencia tomaba forma.

Pero faltaba la definición crítica del hermano de Venezuela. En mayo del 2018 la llegada de Iván Duque a la presidencia de Colombia definió la tendencia. Aún faltaba, pese a todo, Brasil, el partido de fondo por su peso específico en la balanza de poder de Sudamérica. Cuando Jair Bolsonaro asumió la presidencia en enero del 2019 terminó la espera. La piezas estaban todas en su sitio. Era el momento.

Veinte años han pasado desde que Hugo Chávez llegó a la presidencia de Venezuela en febrero de 1999. Quince desde que Lula da Silva tomó el poder en Brasil en enero del 2003 para seguir luego de 2010 a través de su protegida Dilma Rousseff hasta la caída del régimen en el centro del lodazal de la corrupción sudamericana. Doce años, seis meses y quince días estuvieron los Kirchner en el poder en la Argentina desde que Néstor llegara en el 2003 hasta el descalabro final de Cristina Fernández, en el 2015.

Todos devorados por la corrupción de la izquierda del Foro de Sao Paulo.

Solitario queda Evo Morales en Bolivia en lo que por línea de carrera en la política andina sabe hacer mejor que nadie: sobrevivir. Hoy es aliado de grandes capitales europeos y chinos para la explotación en gran escala del litio boliviano que alimentará baterías de autos eléctricos en el siglo XXI. Irónicamente, el más humilde de todos ellos, los grandes izquierdistas latinoamericanos, les da una lección política. Como Víctor Paz Estenssoro hace medio siglo. En el gobierno de México desde diciembre del 2018, Andrés Manuel López Obrador haría bien en aprender la lección del humilde político sudamericano.   

Pero hoy es el momento de la decisión política final: la caída del régimen de Chávez, de Maduro, de Diosdado. Es el descabello. Venezuela ha esperado veinte años. Estamos presenciando su desestabilización económica y su aislamiento político. Ya falta poco.

Pero es solo el capítulo final. La historia no comenzó hace veinte años en Venezuela, sino sesenta años atrás en Cuba, con la captura del poder por Fidel Castro en enero de 1959. Fue Castro quien diseñó y ejecutó la exportación del castrismo a toda Sudamérica. Por eso Allende, por eso Velasco, por eso Chávez. Usar el petróleo venezolano fue su objetivo desde siempre. Cuando hace veinte años logró echarle mano, lo dilapidó comprando elecciones y gobiernos hasta desatar una marea que se apoderó por años de Sudamérica e incubó desde Venezuela y Brasil la mega corrupción que hemos conocido.

Fidel Castro fue por 60 años el general más importante de la izquierda en esta parte del mundo. Casi triunfó y en última instancia perdió.



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miércoles, 27 de febrero de 2019

ESTA NOCHE lunes 25 febrero 2019



ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Nueva guerra de la droga

Jorge Morelli
@jorgemorelli1 
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Martín Vizcarra aún no toma por las astas al toro más grande. El hilo conductor de la corrupción en América Latina no proviene solo del mercantilismo -que hizo posible que gobiernos, partidos y empresas fueran cómplices en las licitaciones de obra pública-. La corrupción más grande proviene del narcotráfico.

Todo período de la historia tiene una trama económica oculta, subterránea, invisible a simple vista, sin la cual es imposible explicar la evolución de la economía y de la política. En la historia latinoamericana de los últimos 40 años -en el Perú, en Colombia y en México, especialmente- ese hilo conductor es la historia del narcotráfico. Desde la colonización de la Selva peruana -del Huallaga al Apurímac- por los cárteles colombianos de Medellín y de Cali sucesivamente, hasta su reemplazo por los cárteles mexicanos -el de Sinaloa, especialmente- que impuso finalmente su imperio de costa a costa a lo largo de toda la frontera con Estados Unidos, el narcotráfico nunca fue manejado desde el Perú. Pero la feroz violencia que desató se conoció también en estas tierras por el papel subordinado a que quedó reducido el terrorismo senderista, que negoció su rol de sicario.

Tanto el Plan Colombia como, años después, la “negociación de paz” de Santos con las FARC revirtieron en nuestro perjuicio por el llamado “efecto globo”, según el cual cuando se lo aprieta por un lado el globo crece por el otro. En efecto, cuando Colombia y la DEA resolvieron suprimir a los cárteles de Medellín y Cali lo hicieron sin saberlo en beneficio del cártel mexicano de Sinaloa, pero los cultivos del narcotráfico migraron al Perú.

A mediados de los 90 -durante el gobierno de Alberto Fujimori-, el área sembrada de coca en el Perú llegaba a las 125 mil hectáreas. Fue reducida drásticamente a 34 mil hectáreas en solo dos años con la decisión política de interceptar las narcoavionetas sobre territorio peruano. Esto redujo la demanda en el lugar de producción y tumbó el precio, con lo que los cocaleros se pasaron a otros cultivos sin que nadie los obligara y encontraron a tiempo la asistencia del Estado. La estrategia peruana, sin embargo, no pudo contar con la colaboración necesaria de fuera porque mientras más eficiente era el Perú en la lucha antidroga, más difícil hacía el “efecto globo” la guerra en Colombia.

Hoy, la guerra contra el narcotráfico ha desembocado en un agotamiento y una rabiosa resignación en casi todas partes. Hoy, la guerra se pierde todos los días con la violación permanente de nuestro territorio por narcoavionestas que ahora llegan de desde Brasil y Bolivia. El hectareaje sembrado ha vuelto a aumentar a más del doble de la 34 mil hectáreas a que llegó en 1997, con una productividad por hectárea hoy dos o más veces mayor que la de hace 20 años.

No obstante, el 12 de diciembre pasado, el nuevo presidente colombiano, Iván Duque, anunció una nueva estrategia antidroga. Gracias a él por fin sabemos la verdad: que, a pesar del Plan Colombia y la “paz con las FARC”, los cultivos de coca en Colombia han aumentado 17% en 2017 hasta alcanzar el récord de 171 mil hectáreas, 25 mil más que el año anterior, según cifras oficiales de Naciones Unidas. El negocio del narcotráfico en Colombia representó en 2017 un 5 % del PBI de Colombia. Eso es equivalente a unos 15 mil millones de dólares anuales.

El presidente Duque anuncia ahora “operaciones de interdicción aérea, marítima, terrestre y fluvial” para "romper las cadenas logísticas”. Viene pues, una nueva guerra contra el narcotráfico en Colombia. Y el viejo “efecto globo” va a repercutir de nuevo en el Perú.


El gobierno de Martín Vizcarra no puede ignorar lo que viene. Necesita estar preparado para la decisión política de retomar la interceptación aérea en el Perú. EEUU se ha opuesto por años, pero es hora de negociar y conseguir que el gobierno de Donald Trump tome, a su vez, la decisión política de pedir a su Congreso revisar la ley que obliga a su país hasta la fecha a negarle el apoyo al Perú en la nueva batalla.

domingo, 24 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 23 febrero 2019




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MEDIA COLUMNA
¿Qué dice el oráculo de Omaha?

Jorge Morelli

El gradualismo del ajuste monetario de la Fed con el alza progresiva de las tasas de interés ya es demasiado poco, demasiado tarde. No habría logrado reducir la liquidez a la velocidad necesaria aun si hubiera sido aplicable. Y no lo era. Pronto tocó techo, chocó con el poder. En las últimas semanas, la Casa Blanca le torció el brazo a la Fed, que ya no habla de alzas. Su política encarecia el crédito, lo que desanima la inversión. Y revaluaba el dólar, lo que abarataba las importaciones y las multiplicaba.

Fue el exceso de liquidez lo que incubó la burbuja global que colapsó en 2008. Aun hoy el síndrome de abstinencia del paciente hace peligrar el crecimiento. El paciente no quiso o no pudo aceptar entonces la receta contra la adicción -que es renunciar a ella-, y la única salida que quedó, aplicada en los últimos once años, ha sido seguir administrándole dosis al adicto. Decía Einstein que la locura es seguir haciendo lo mismo y esperar resultados diferentes. La ilusión ya no existe. El gradualismo no funciona y el shock es políticamente inviable. El problema se resolverá mediante un nuevo colapso global.             

Mientras tanto, los magos privados de la economía global sacan conejos de sombreros. Hay mucho que aprender de ellos. Son el termómetro. Desde hace años hay una fiebre de fusiones empresariales en masa. ¿Las fusiones son realmente inversiones? La adquisición de unas mega empresas por otras no genera riqueza nueva. Solo es un cambio de manos. La causa material -lo que las hace materialmente posibles- es la liquidez ilimitada del sistema financiero global. Los bancos prestan el dinero a tasas bajas, porque necesitan salir de él, y las empresas lo toman para comprar otras empresas.

He aquí un caso emblemático, protagonizado por Warren Buffett, el “oráculo de Omaha”, propietario del famoso fondo Berkshire Hathaway que tiene acciones en Apple, Wells Fargo, Walmart, American Express, Coca-Cola y una multitud de otras empresas globales. Buffett se alió hace seis años con un fondo brasileño para comprar Heinz, la trasnacional de alimentos, que luego se fusionó con Kraft para crear el gigante alimentario Kraft Keinz. Pues bien, Kraft Heinz ha perdido 25,400 millones de dólares en el cuarto trimestre de 2018 con la caída de sus acciones en bolsa. Buffett culpa a unas nuevas reglas contables. O sea, un asunto regulatorio. Esa no es la causa. Buffett anuncia que no seguirá haciendo grandes inversiones por ahora, porque los precios son “demasiado elevados”. ¡Pero es el océano de dinero en el mercado lo que eleva los precios!

Es posible que el modelo esté llegando a su límite. Para relanzar la economía global luego del colapso siguiente hará falta volver a fijar las monedas a un referente universal de valor, como era hasta hace menos de 50 años. Si no lo hace Estados Unidos con el dólar, lo hará China con el yuan. 

Mientras tanto, el viejo mago hace su última jugada magistral al borde mismo del abismo. Decían los griegos que el señor que vive en Delfos ni dice ni calla, solo indica. Es lo que hace el oráculo de Omaha. 


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viernes, 22 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 20 febrero 2019





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MEDIA COLUMNA
Premios delatores


Jorge Morelli

 

 

El acuerdo del Estado peruano con Odebrecht permitirá acceder a los testimonios de funcionarios de la empresa y a los archivos digitales “drousys” y “mywebday” que contienen las pruebas de los sobornos a políticos y funcionarios peruanos.

 

¿El acuerdo es bueno para el Perú? Es una pregunta retórica. Nunca es negociable la verdad, porque no tiene precio. Acceder a la información es la prioridad. Aún si es a un alto costo.

 

Ahora veamos el costo. El acuerdo asegura a los brasileños el estatus de “delatores premiados”, como llaman allá a los colaboradores eficaces, a cambio de la información. No serán procesados en el Perú por lo que revelen. Es la condición para acceder a la información. Este premio es un acto legal en el Perú. Es un costo encajable.  

 

El acuerdo permite a la empresa seguir operando en el Perú. No es poca cosa. Involucra la definición de una cuestión de fondo: las empresas no son responsables de los delitos cometidos por quienes las administran. Es una definición necesaria. No tiene un costo.  

 

Pero tiene consecuencias. Porque, si es así, ¿podía acaso el Estado negarle a la empresa seguir funcionando en el país? ¿Puede negociarse el principio constitucional de que la iniciativa privada es libre? Hay en el acuerdo otro síntoma de la misma confusión conceptual: la empresa se “compromete” a pagar los 450 millones de soles que debe en impuestos. ¿Podía el Estado acaso negociar la oportunidad del pago tributario, o el pago mismo, como condición de la libre iniciativa privada? Esos han sido argumentos falaces en la negociación. Y eso tendrá un costo.

El Estado pacta con la empresa una reparación civil de 610 millones de soles a pagar en 15 años (con un interés de 150 millones). ¿Es correcta esa cifra? La pregunta no tiene respuesta. No existe una definición conceptual clara sobre cómo calcular la reparación. Esta debe ser proporcional ¿a qué, exactamente? ¿Al monto de los sobornos pagados? ¿A los sobrecostos en las obras? ¿A las sospechosas adendas adicionales? ¿Al tamaño masivo de unos megaproyectos que es dudoso que el país necesitara?

Sobre todo, ¿fueron esos megaproyectos fruto de la decisión autónoma del Estado peruano o vinieron atados al financiamiento de un banco brasileño por decisión política de ese gobierno? En tal caso, ¿por qué no demanda el Perú al Estado brasileño? Porque este costo es el mayor de todos.

 

¿Y en ese contexto, de paso, en qué queda la multimillonaria demanda de la empresa pendiente contra el Estado peruano respecto del Gasoducto del Sur? Es un costo escondido.

 

La empresa reconoce en el acuerdo que pagó sobornos en cuatro megaproyectos. Y el Estado acepta su palabra. Si aparecen nuevas evidencias, como es probable, ¿el acuerdo será renegociado? ¿O será unilateralmente revisado por el Perú? Esta ambigüedad es un costo incalculable.

 

El acuerdo será sometido ahora al control de un juez de garantías del poder Judicial. ¿Y la Contraloría a nombre del Ejecutivo? ¿El Congreso no tiene nada qué decir en el control del acuerdo?   


Son preguntas que no se han debatido ni planteado realmente hasta hoy. Y está pendiente, por respeto al pueblo peruano, una  explicación seria sobre todas ellas en vez del parloteo confuso que se ofrece hasta hoy por toda respuesta. Conocida la información que llegará, por el bien del Perú esta negociación debe ser objeto de un debate serio entre peruanos. Entonces conoceremos cuál es el balance final de todos sus costos. Entonces sabremos si el acuerdo será revisado.




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jueves, 21 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 16 febrero 2019





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MEDIA COLUMNA
El hombre que sabía
controlar los huaicos


Jorge Morelli


Es penoso el espectáculo del país, impotente ante los huaicos. Sin saber qué hacer ni qué decir, el gobierno se limita a paliar un poco los efectos sin la menor idea de cómo enfrentar las causas.

Sobrevienen así, en boca de todos, perogrulladas con el dedo índice admonitorio: ¡la población no debería asentarse en las quebradas! ¿No debería? En las quebradas es donde está el agua, ¿dónde más iría la población? Y de las perogrulladas se desprenden con naturalidad iniciativas de política pública inejecutables, que se repiten cada año: el Estado debería mudar –incluso de manera forzosa, dicen- a la población de esas quebradas en dirección hacia no se sabe dónde. Es una quimera irrealizable por partida doble.

En primer lugar, la población no se moverá ni siquiera ante el huaico y si la sacan volverá. Nadie se muda de donde ha echado raíces si no ve cómo vivir mejor en otra parte. Doble quimera, además, porque atacar las consecuencias de los huaicos es lo correcto solo si las causas están bajo control. Y no lo están. La  verdad es que el Estado peruano -entendámoslo de una vez- es incapaz de organizar una respuesta que esté a la escala del problema.

La causa de los huaicos no hay que buscarla entre los escombros de sus efectos. Hay que ir al origen. Hemos perdido el control del ciclo del agua de los Andes. Para recuperarlo hay que retener el agua de las lluvias en las alturas de la Cordillera. Hay que impedirle ir a la pendiente, donde toma velocidad y se forma el huaico que arrastra todo a su paso. Una vez que el agua está en movimiento, ya es demasiado tarde.

Un peruano entendió cómo controlar los  huaicos, sin embargo. La solución existió desde siempre en una tecnología milenaria de la civilización andina. Los comuneros hasta hoy le llaman “sembrar agua”. Consiste en cortarle el paso al agua hacia la pendiente, inmovilizarla para que penetre en el suelo. Haciendo esto en la escala necesaria en las nacientes de las quebradas que, según la experiencia histórica, generan huaicos constantemente, e innovando la tecnología, recuperaremos el control del ciclo del agua de los Andes.

Podemos no solo aprender a controlar los huaicos, entonces, sino almacenar al mismo tiempo un lago Titicaca dentro de los Andes, bajo el suelo. Esta masa gigantesca de agua regulará hídricamente por su propia gravedad los ríos que bajan hacia los dos océanos, de modo que no se desborden en verano ni se sequen en invierno.

Estas no son cifras arbitrarias. Dos millones de hectáreas de punas desde Puno hasta Cajamarca trabajadas de esa manera producirán un reservorio natural de diez mil millones de metros cúbicos de agua dentro de la Cordillera, cuatro veces la suma de los diez reservorios principales de agua del Perú.

Ahora bien ¿quién redescubrió la tecnología perdida del control del agua de los Andes? ¿Quién hizo esos cálculos precisos? ¿Dónde esta el hombre que innovó la tecnología y la experimentó en Junín en miles de hectáreas hasta comprobar que funcionaba? El lector ya lo sabe: fue Alberto Fujimori, hoy privado nuevamente de su libertad por la mezquindad y el odio políticos.          


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miércoles, 13 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 13 febrero 2019


ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Cómo, en simple,
es posible la igualdad


Jorge Morelli


La igualdad de oportunidades es el signo de esta era de la humanidad.

Para que haya igualdad, sin embargo, tiene que haber libertad económica primero. Y para que haya libertad tiene antes que haber gobernabilidad política.

Es más, esa gobernabilidad política tiene que ser democrática.

Jamás habrá igualdad de oportunidades si no existe primero una economía libre capaz de acumular un excedente importante que, una vez recaudado sin anular la acumulación, sea destinado a ofrecer salud y educación básicas.

La base de la pirámide, no obstante, es la gobernabilidad.

Porque solo un marco institucional de reglas claras y conocidas puede hacer posibles la seguridad jurídica y ciudadana. Y esto es lo que permite que la economía sea libre, sin la interferencia arbitraria del poder político de turno.

Estas son evidencias que no necesitan demostración. No en balde son, al mismo tiempo, las tres etapas de la historia del Estado moderno.

El Leviatán, el Estado absolutista de Thomas Hobbes, funda la gobernabilidad en la única forma en que podía ser entendida en su tiempo con el fin de poner fin a las guerras europeas de religión. Su famosa sentencia “la autoridad, no la verdad, hace la ley”, casi incomprensible para los hombres de hoy, significó un salto inmenso hacia la modernidad, que hizo posible la libertad de conciencia. Significa en realidad que cada uno puede pensar en conciencia lo que mejor prefiera, pero de este lado de la realidad se cumple la ley.

La libertad fundamental de la sociedad civil y la defensa del ciudadano ante el absolutismo del Leviatán de Hobbes es el segundo salto cuántico en la historia del Estado y el segundo piso de la pirámide. Es la obra de John Locke en el Segundo Tratado del Gobierno Civil, de 1690, los hombros sobre los que se levanta la obra de Adam Smith y la idea de la “mano invisible del mercado” -en la Teoría de los sentimientos morales de 1759- como el modo más eficiente de asignar los recursos de la economía. Pero eso sólo es posible si existe el fundamento de la gobernabilidad. Smith ya vivía en un mundo –la Inglaterra del siglo XVIII- en que se podía dar por sentado el marco institucional para garantizar la seguridad jurídica y la propiedad. Smith casi no lo menciona, lo da por sentado, porque no puede haber economía libre en un mundo en que los cimientos políticos no existen.

Estos dos pisos de la pirámide son los que hicieron posible el tercero, nacido de parto violento en las revoluciones europeas de los siglos XVIII, XIX y XX, en nombre de la igualdad. El nombre de Karl Marx hasta hoy conlleva ese significado. Entendida como igualdad de oportunidades para todos, que es su único significado posible, hoy es el signo de esta era en todas las sociedades sobre la faz de la Tierra.   

El primer piso, el marco institucional, es la gobernabilidad, la precondición para los otros dos. Pero en una mayoría de economías emergentes de hoy alrededor del globo simplemente no existe. ¿Cómo entonces puede haber libertad económica e igualdad de oportunidades? En una democracia de baja gobernabilidad no es imposible rediseñar el marco institucional, pero el peligro acecha. El Estado interfiere el mercado y traba la asignación de recursos. En nombre de la igualdad, el poder político hallará moralmente justificado distribuir excedentes que no existen creando impuestos arbitrariamente, endeudándose imprudentemente o aumentando exponencialmente la cantidad de dinero. Hará todo eso junto y no se detendrá hasta echar mano de cualquier fuente -el narcotráfico o la minería ilegal están a la mano entre nosotros- hasta que la farsa sea insostenible y sobrevenga el colapso final. Esto ocurre hoy en Venezuela. Pero, salvando las distancias, nos sucedió antes a nosotros.  

Aun en el Perú de hoy, sin embargo, como en la mayoría de las naciones emergentes, el sistema es invisibilizado en su conjunto. Solo se percibe a sus partes por separado, sin relación entre sí. En nombre de la igualdad queremos duplicar el presupuesto de salud y educación públicas, pero no se repara en que no es posible sin una economía libre. Y menos aun se repara en que la economía no puede crecer sin un marco institucional porque no hay seguridad jurídica.

Hay que volver a los fundamentos: no hay igualdad sin libertad y no hay libertad sin gobernabilidad. Es simple. 


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domingo, 10 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 9 febrero 2019




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MEDIA COLUMNA
Trump tuerce
el brazo a la Fed


Jorge Morelli


Esta semana el presidente de EEUU, Donald Trump, invitó a cenar a Jerome Powell,  jefe del banco central estadounidense, la todopoderosa Reserva Federal (Fed). ¿Y eso es una noticia, preguntará el lector? Sí lo es. Porque en el lenguaje político y personal de Trump una invitación a cenar no es una reunión para negociar, es un premio.

La pregunta, entonces, es ¿por qué premia Trump al presidente de la Fed? Y esto tiene su pequeña gran historia.

La Casa Blanca y la Fed han estado enfrentadas duramente desde que Trump advirtió a Powell que no subiera la tasa de interés, el precio del dinero, en diciembre pasado. Pero la Fed –ay- ignoró a Trump.

El Presidente no pudo ser más duro. Dijo públicamente que la Fed era un peligro para la economía de EEUU mayor que la propia China. Añadió que la Fed estaba “fuera de control”. Y la Fed ignoró la advertencia.

Uno puede suponer fundadamente que la Fed hizo esto para no aparecer subordinada al poder político teniendo, como tiene, autonomía constitucional frente al gobierno. O sea, por no dar su brazo a torcer ante todos. Un asunto de apariencias, en suma. Una frivolidad, en el lenguaje de Trump.   

La realidad es que ya habían ocurrido tres alzas de la tasa de interés en 2018 y la justificación para una cuarta no existía. El mandato constitucional de la Fed le ordena subir la tasa de interés cuando hay peligro de inflación. Pero virtualmente no hay inflación en EEUU. Es de alrededor de 2%. Salir, como lo hizo la Fed, a explicar que era necesaria una cuarta alza por razones preventivas de la inflación pareció arbitrario.

La tasa de interés de la Fed es la clave de muchas cosas. Cuando sube, hay un alza del dólar en el mercado global. Ese dólar, que vale más, abarata las importaciones y las multiplica. Las de China, especialmente. Eso anula el efecto de las medidas de Trump en las negociaciones con China. Le quita presión a su posición. Para anular el efecto del alza de las tasas, Trump tiene que amenazar con subir de nuevo los aranceles a China agravando la guerra comercial.               

Eso no es todo. Un alza del precio del dinero encarece el crédito a las empresas, lo que anula el efecto de las medidas de Trump para relanzar el crecimiento de la economía. Ha reducido los impuestos y ofrecido masiva inversión pública en la reconstrucción de la infraestructura del país. ¿Todo esto va a amenazarlo la FED?

No llamó la atención que llegaran rumores de que, luego de la cuarta alza, Trump consideraba seriamente echar del puesto sin contemplaciones –porque el presidente de EEUU nombra al jefe de la Fed- a su amigo Powell, a quien él mismo había nombrado poco tiempo atrás.

¿Por qué, entonces, sin justificación suficiente, dispuso Powell una cuarta alza en el 2018 desconociendo el pedido de su presidente y amigo? Este es un misterio doloroso, pero uno puede arriesgar una hipótesis. La Fed es un organismo privado. A su presidente lo nombra la Casa Blanca, pero sus integrantes son bancos privados representados por los bancos federales de varios estados de la Unión. O sea, la Fed representa el interés privado de la economía virtual de las finanzas. O sea, a Wall Street. Y el hecho es que el dólar fuerte aumenta la entrada de dólares de todo el mundo al sistema financiero de EEUU. Eso es lo que les interesa a los bancos.

Lo que es bueno para la economía virtual de las finanzas, sin embargo, no lo es necesariamente para la economía real. Lo que es bueno para Wall Street no lo es para Main Street. Y este conflicto potencial estaba cantado desde hace mucho. El curso de colisión entre la Fed y la Casa Blanca era perfectamente predecible y así lo advirtió incluso esta modesta media columna.

En su reunión de enero pasado, la Fed dio su brazo a torcer. Anunció que tendrá “paciencia” en su política monetaria y contempla menos alzas de las tasas en 2019. Este retroceso trató de disimularlo la Fed como pudo, vergonzosamente, detrás de un lenguaje risible, con ayuda de miles de analistas de Wall Street.

El hecho es que Trump ganó la partida y la invitación a cenar es el premio consuelo para su amigo Powell luego de haberle torcido dolorosamente el brazo.

  

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