jueves, 28 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 27 mayo 2020



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MEDIA COLUMNA                                              
Hayek en la ciudad,
Keynes en el campo


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


La pandemia va a pasar porque es un fenónemo natural sometido a leyes naturales. Dura 90 días y acá estamos ya en el día 70. Así ha ocurrido en Asia, que lo hizo bien, y en Europa, que lo hizo mal. Las políticas públicas tienen en el proceso un papel relativamente marginal. En la economía, que también es un fenómeno natural, la responsabilidad de la política pública es no estorbar el proceso de la recuperación, que ocurre ante todo por sí misma.

El Perú pronto va a ser informal en un 100% por un tiempo. Va a ocurrir, porque el Estado está trabando el reinicio de la economía intentando fallidamente formalizarla. Es algo pueril. Sencillamente, la economía le va a pasar por encima. El Estado no tiene la capacidad, mucho menos el deber o el derecho, de intermediar la asignación de recursos. Lo que necesita es dejar hacer. Incluso dejar de cobrar impuestos por unos meses. Y destinar parte del 12 o el 17% del PBI a revisar el lado fiscal e invertir con las empresas en una nueva economía.

Hayek y libertad para las ciudades, entonces. Y un plan Keynes para el campo.

Afortunadamente, las minas del Perú no están estructuralmente dañadas por la crisis. Han trabajado en la cuarentena. Están en condiciones de asumir con el Estado la responsabilidad en un plan masivo de empleo en la Sierra que, a Dios gracias, se ha mantenido aislada de la pandemia. Hoy hace falta un plan Roosevelt-Keynes que eche a andar de nuevo la economía del Perú comenzando desde adentro, por hacer crecer exponencialmente la economía de los Andes.

Es la oportunidad de colocar en la economía global dos millones de hectáreas de punas del Perú, con siembra y cosecha de agua y bosques. Lo está haciendo meritoriamente el Estado hoy en once regiones, pero en escala muy pequeña. Con 36 millones de soles obtiene 7 millones de metros cúbicos de agua para 15 mil hectáreas de bosques y cultivos, pagando 90 mil jornales. Es una inversión de 2,400 soles por hectárea. En dos millones de hectáreas serían menos de cinco mil millones de soles.

El Estado, en cambio, destina 60 mil millones de soles a tratar de mantener a flote a 350 mil empresas a las que hunde al mismo tiempo con el lastre de reglas imposibles de cumplir cuando debería dejarlas en libertad.

Mientras un plan Keynes masivo para la Sierra costaría la doceava parte, proveería al Perú de 10 mil millones de metros cúbicos de agua, cambiaría la geografía económica nacional para todo el siglo XXI y generaría de inmediato doce millones de jornales.

Hay una condición sine qua non, no obstante, para que sea sostenible en el tiempo:  igualdad de oportunidades. Eso es formalizar la propiedad de la tierra -empezando por la que se halla sobre los recursos naturales bloqueados debajo- dándoles papeles que se puedan vender en los mercados de valores del mundo entero.

Es la manera de recrear una atmósfera económica que todo el Perú pueda respirar en lugar de un reparto de tiendas de oxígeno organizado por el Estado.


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martes, 26 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 24 mayo 2020




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La nueva “normalidad”


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


A veces parece que los grandes mineros peruanos pensaran que el Perú les debe. Y es verdad. A medias.

Veamos. En oro, el Perú es hasta hoy un gran productor en el mundo. Lo ha sido siempre. El oro del Perú pagó las guerras de Carlos V contra los protestantes alemanes y contra los turcos musulmanes y su aliado el rey de Francia, orgullo del Renacimiento, que tuvo el dudoso honor de ser el primer monarca de la Cristiandad aliado con el Islam contra el Papa y el Emperador.

Quinientos años después, en el 2018, la minería formal del Perú produjo unas 160 toneladas de oro. Eso son unos 4 millones 350 mil onzas. Como la onza en el mercado de Nueva York estaba ayer en 1,735 dólares, se puede decir que el Perú produce formalmente unos 7 mil 500 millones de dólares de oro cada año.   
  
No obstante, hay en el Perú hoy también 400 mil productores informales de oro –sin contar a los ilegales-, organizados en una decena de federaciones en todo el territorio –son 60 mil solo en Arequipa-, que afirman producir otras 120 toneladas de oro cada año. Son entonces unos 3 millones 867 mil onzas que valen 6 mil 710 millones de dólares.

De manera que, de ser correctas las cifras, el Perú está produciendo unas 280 toneladas de oro por valor de más de 14 mil millones de dólares, cada año. (Fuera del oro ilegal de Madre de Dios que se contrabandea a Bolivia, donde nadie hace preguntas).

Esto sin contar tampoco el oro bloqueado en el subsuelo por los que ocupan el suelo encima, y que no van a permitir sacarlo hasta que obtengan por ello la tajada que consideran equitativa y justa.

Los 400 mil mineros informales organizados no están reclamando la propiedad de los recursos naturales debajo, sino la propiedad de la superficie encima de ellos. Pero una propiedad real, de verdad, que tenga papeles que puedan comprarse y venderse no aquí sino en las bolsas de Nueva York, Toronto, Londres y Shanghai. Porque es solo en el mercado global donde esa superficie puede tener un valor real. No en el mercado local, donde no vale nada.

De manera que los mineros informales también piensan que el Perú les debe. Solo que con tanta o mayor razón aun que los formales.

Y se apoyan en su reclamo en la fuerza de la razón y de la evidencia recogidas y difundidas durante décadas por Hernando de Soto a lo largo y ancho del mundo, hoy reconocidas sin discusión desde Nueva York y Washington hasta Shanghai y Pekín.

De Soto no fue invitado por los grandes mineros a Perumín en Arequipa el año pasado, sin embargo. Tienen temor a lo que propone, porque es algo nuevo. Pues tenemos noticias para ellos: es el futuro.

Hay en efecto  una nueva “normalidad” en el mundo. Para la reconstrucción de la eeconomía global después de la pandemia, la estrategia de China tiene tres iniciativas y la de EEUU no se quedará atrás.

Primero, la Ruta de la Seda (que pasa por el Perú); segundo, la red 5G de telecomunicaciones globales; tercero, la nueva criptomoneda digital -equivalente al yuan uno a uno-, que más adelante con seguridad tendrá respaldo en oro, como lo tuvo el dólar en el pasado y volverá a tenerlo.

De manera que el oro, que ya es el refugio del valor en el mercado hoy, será nuevamente en el futuro el fundamento global del valor. Y los bancos centrales tendrán que tener sus reservas en oro o su equivalente en dólares o en yuanes, pero respaldados en oro.

La mayoría de países del mundo no producen oro. Como Dios es peruano, el Perú sí. Más temprano de lo que creemos, entonces, y le pese a quien le pese, los mineros informales de oro del Perú pondrán en valor en el mercado global su razón, su derecho y su propiedad. 


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lunes, 25 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 22 mayo 2020



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Tontos por millón


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Como se sabe, hay mentiras y hay estadísticas. La que circula en las redes, donde el Péru ocupa el primer lugar en contagios por millón entre seis países expresamente elegidos, es un gran ejemplo de las primeras.

El Perú aparece acompañado en esa estadística de un país asiatico –la India- dos europeos –el Reino Unido y Rusia- y dos americanos –Brasil y EEUU- . La comparación con los tres primeros es tramposa, porque la ola del virus ya pasó semanas atrás por Asia y por Europa. Estamos en dos momentos distintos del mismo proceso, uno más adelantado que el otro. La comparación es entonces incorrecta y la conclusión es falsa.   

Comparar con los dos países americanos tiene más sentido, ya que estamos en el mismo momento del proceso. Pero también es engañosa, porque EEUU tiene una población diez veces mayor que la del Perú (320 millones versus 32 millones) y Brasil una más de seis veces mayor (210 millones). El tamaño inmensamente mayor de la población de ambos países y las de sus respectivos territorios hace que la comparación no sea válida si no se da cuenta de la densidad demográfica, la población por kilómetro cuadrado. Sin eso, la comparación no se sabe qué muestra, es indescifrable.

Tal parece que esa estadística hubiera sido armada para compartir un temor comprensible, pero irracional. Y su resultado, al margen de la intención del autor, es dar la falsa impresión de que el Perú ostenta el dudoso honor de haber alcanzado un nivel catastrófico.

Los hechos,en cambio, son que mientras el Perú reconoce unos 3,200 casos fatales, Brasil tiene más de diez mil, el Reino Unido 36 mil y EEUU más de cien mil.

Y también que, aun si esa cifra en el Perú con su pobre sistema de salud fuera cuatro veces mayor –como calcula Ricardo Lago-, la situación aun estaría lejos de ser similar a la del Reino Unido con el mejor sistema de salud del mundo.

Allá el índice de fatalidad es del 0.05 por ciento de la población,acá es del 0.01 por ciento. O, para decirlo en el mismo lenguaje de la estadística, allá las fatalidades son 500 por millón. Si acá fueran tres veces más de las que dice el gobierno y hubiera 10 mil casos fatales, serían 300 por millón. 

De manera que hay mentiras y hay estadísticas. La viralización de esta en las redes, más que sobre el Perú, dice algo sobre la cantidad de tontos por millón de habitantes.   


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miércoles, 20 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 20 mayo 2020



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Tontos


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


El virus es un fenómeno natural y obedece a leyes naturales. Por lo tanto,  es predecible. No cambia de “estrategia” como si fuera un inteligente invasor extraterrestre.

Al virus se le aplica la segunda ley de la termodinámica: es un proceso que va perdiendo energía. En palabras más simples es una cuestión de gravedad: puede tardar un poco, pero baja por sí mismo, como una piedra arrojada al aire o un satélite al espacio.

El virus es un proceso, entonces, y dura entre 70 y 90 días. Así ha sido en Asia, que manejó las cosas bien, pero también en Europa, que las desmanejó mal. Primera sospecha: el proceso del virus puede ser marginalmente intervenido por una política pública inteligente, pero básicamente sigue su propia dinámica. Como todo proceso gripal, se puede aliviar, pero solo se cura generando anticuerpos, su propia reacción inmunológica.    

Es necesario tener perspectiva. Tristemente, tenemos cerca de tres mil muertos, de una población de 32 millones de peruanos (es el 0.009 por ciento). El Reino Unido, con el doble de habitantes que el Perú y el mejor servicio de salud pública del mundo, tiene 40 mil muertos (el 0.06 por ciento). Así como suena: ¡40 mil muertos! Más de diez veces más que el Perú con solo el doble de población.   

Pero supongamos un momento que el gobierno en su perversa estrategia política trata de ocultar los hechos para evitar ser políticamente responsabilizado por ellos, o que por no minar-la-moral-de-la-tropa esconde maliciosamente que los números son en realidad diez veces más grandes. En tal caso el Perú, con su pobre pero valiente servicio de salud pública, tendría más o menos la misma proporción de muertes que el Reino Unido.   

No importan los motivos del gobierno. Lo que importa es la tendencia de la curva. Esa tendencia obedece a un proceso natural que dura unos tres meses. Estamos por encima de los dos meses ya. A mediados de junio estamos fuera de esto. Como lo están ya Korea e Italia independientemente de su manejo –excelente o desastroso- de la pandemia.

Pero los tontos andan por ahí lloriqueando porque nos vamos a morir todos, porque el gobierno nos miente, nos engaña. ¡Nadie sabe cuál es la verdad, tontos! El gobierno tampoco. Es más, nunca sabremos cuál fue la verdad, ni siquiera el número exacto de muertos, mucho menos el de contagiados.

¡No importa lo que el gobierno haga o diga! Lo único que está a su alcance es concentrar su acción en las zonas de contagio de hoy y respetar el undécimo mandamiento de no estorbar la recuperación de la economía. Lo que las familias y las empresas pueden hacer es seguir precauciones elementales para cuidar de sus miembros, mantener la cabeza fría y no perder de vista la tendencia hasta que la curva baje, como lo hará, porque es lo que hacen los fenómenos naturales. 

Y en el mejor de los casos quizá logremos sacar algo útil de la experiencia.


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domingo, 17 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 17 mayo 2020


 


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Soltar las amarras
y dejar partir  


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


La solución es permitir a todas las empresas formales del Perú reabrir sus puertas y que ellas se encarguen de cuidar a sus trabajadores. Y permitir igualmente a las empresas informales reabrir. Son clientes o proveedores de las empresas formales y no pueden ser separadas unas de otras. El gobierno debe delegar esa responsabilidad ahora ya en las empresas y en las familias.

El gobierno se siente política y moralmente responsable de los peruanos. Por eso cree su deber ampliar y extender su liderazgo –indispensable en la respuesta al reto descomunal de la salud- al campo de la reapertura de la economía. 

Es aquí donde se equivoca. Hizo muy bien en dictar oportunamente la cuarentena. Pero no es su deber ni su derecho prolongar ese estado excepcional hasta ejercer una tutoría en la economía que en este momento ya es clamorosamente dañina para los ciudadanos,.

Una vez alcanzada la meseta en que los casos nuevos de contagio se mantienen relativamente constantes y se inicia el descenso –por largo que pueda ser- en lo que resta el deber y la responsabilidad del gobierno es concentrar su capacidad de respuesta en salud en los focos donde el contagio es más grave en el país: la costa Norte, la Selva y los distritos ya identificados de Lima y el Callao.

Y es su deber también mantener en el resto del territorio una vigilancia con seguimiento diario de la información sobre los casos nuevos. Y publicarla prolijamente. En el resto del país ya no puede ni debe hacer más de lo que ha hecho. Ha llegado el momento de soltar.  

El plan de una reapertura en cuatro fases por cuatro meses y los protocolos sectoriales dictados hasta el momento, de aplicarse, quebrarían a las empresas peruanas.

Y la idea de aprovechar la reapertura para abatir la informalidad de la economía es un espejismo peligroso. Se convierte fácilmente en el pretexto para que el Estado intente recobrar en el Perú el control de la economía que perdió hace ya muchas décadas, que nunca debió buscar y que no podrá recuperar.

Exigir a las empresas formalizarse como condición para volver a la actividad productiva no es solo un imposible material, es un error. Lo que va a conseguir el gobierno es la pérdida total de su autoridad política y su legitimidad moral cuando el pueblo tome la solución en sus manos, ignore reglas absurdas y vuelva a la actividad resuelto una vez más a permanecer en la informalidad.

Para conseguir la formalización de la economía y la sociedad peruanas es el Estado el que debe ser reformado en primer lugar. La digitalización es necesaria, pero pero no suficiente. Porque la formalización tiene que ser primero un acto libre y voluntario de los peruanos, no puede ser impuesto.

Tiene como requisito previo el reconocimiento por el Estado del derecho irrestricto de los peruanos a la propiedad –desde la tierra hasta las ideas-. Y de su derecho también a la libertad incluidos los riesgos que inevitablemente supone, porque la libertad y la propiedad son la primera y última garantías de su derecho a la vida.


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sábado, 16 de mayo de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 15 mayo 2020



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El Estado intenta retomar
el control de la economía 

Jorge Morelli
@jorgemorelli1


El Estado ha resuelto ahora convertirse en el Gran Hermano. Pretende decirle a las empresas lo que tienen que hacer para reabrir, con planes irrealizables y protocolos ridículos. Y está estorbando gravemente la reapertura de la economía.

El conflicto en el Gabinete ha llegado a un punto muerto y las transacciones a las que llega producen cosas como el plan de reapertura de cuatro fases en cuatro meses, que quebraría a la mayoría de las empresas, o protocolos sectoriales que parecen de humor negro. 

Hay incompetencia o agenda política detrás de esto. Lo que el Estado está haciendo es poner a las empresas en una situación imposible. Las obliga a elegir entre quebrar o incumplir su reglas absurdas. Quiere poner a las empresas del país de rodillas delante suyo para luego decidir cuáles deben sobrevivir y cuáles no por ser nocivas para el “interés público”.






En suma, el Estado está tratando de retomar el control de la economía. 

Lo está haciendo con el pretexto de que es una magnífica idea matar dos pájaros de un tiro. O sea, aprovechar la reapertura para reducir la informalidad. Pero las políticas públicas jamás deben intentar matar dos pájaros de un tiro. Cuando lo hacen, irremediablemente terminan por no matar ninguno.

Exigir la formalización como condición para reabrir y volver a la actividad productiva  es un error craso. Lo que va a conseguir es la pérdida de toda autoridad cuando el pueblo tome la solución en sus manos, ignore las reglas absurdas y vuelva a la actividad resuelto una vez más a permanecer en la informalidad.

La única solución aquí es permitir a todas las empresas formales del Perú abrir sus puertas y que ellas se encarguen de cuidar a sus trabajadores. El Estado debe delegar esa responsabilidad en las empresas. Y delegar también en las familias la responsabilidad de cuidar a los trabajadores informales -que también necesitan reabrir y son clientes o proveedores de las empresas formales-. Así el Estado podrá concentrar su capacidad de acción en los focos donde el contagio es más grave en todo el país.

O esta será otra oportunidad perdida.


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miércoles, 13 de mayo de 2020

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Echar a la caviarada

Jorge Morelli
@jorgemorelli1

Fracasó la captura del MEF, la maniobra contra la colocación de los bonos, el impuesto a la riqueza. Todo fue un fiasco.

Comenzó con una nota periodística que intentaba desacreditar la colocación fuera de bonos peruanos para financiar el gasto público extraordinario ante la pandemia. Los bonos se vendieron como pan caliente, sin embargo, porque la imagen del Perú destaca en este vecindario mediocre.

Una semana después, se vio con claridad que la maniobra había sido la punta de lanza de un operativo político que instrumentaba a varios tontos útiles para sacar del puesto a la ministra y colocar en su lugar a otro que cargara sobre los peruanos un impuesto a los ingresos disfrazado de contribución de la “riqueza” .

Sin embargo, cuando la caviarada desempolvaba ya el terno y se preparaba para saludar a uno de los suyos en Economía se quedó con los crespos hechos y sin baile de Palacio. Su vocación no es la de una cenicienta, sino la de hermanastra.

Una y otra vez en cada gobierno la caviarada termina expulsada de Palacio por la puerta falsa. Y siempre por la misma razón: sobreestimar su capacidad. Cree usar al gobierno de turno para sus fines, cuando es el gobierno de turno el que la usa para los suyos. Luego, cuando resulta una compañía pesada, la echan del baile por no tener maneras y no poder ya fingirlas.

El sainete lo hemos visto hasta la náusea a lo largo de décadas. Hoy, una vez más, todo indica que el gobierno al que servilmente ha atendido ya ve el modo de despedirla. Su presencia se ha vuelto innecesaria además de odiosa. Es que los invitados, como el pescado, huelen mal después de tres días.

No es cuestión ya de la salida del ministro de Salud, que todos reclaman. Es que el conflicto en el Gabinete ha llegado a un punto muerto. No va ni para atrás ni para adelante y las transacciones a las que llega después de extenuantes sesiones producen esperpentos como el plan de reapertura de cuatro fases en cuatro meses, que quebraría a la mayoría de las empresas peruanas, o los protocolos sectoriales que son un obra maestra del despropósito. Basta echarle una lectura a cualquiera de ellos. Parecen el producto de un maestro de la comedia sarcástica.  

Aquí la única solución viable es permitir a todas las empresas formales del Perú abrir sus puertas y que ellas se encarguen de cuidar a sus trabajadores. Ha llegado el momento de que el Estado delegue esa responsabilidad en las empresas y las familias. Debe delegar en las familias la responsabilidad de cuidar de los trabajadores informales. El Estado debe concentrar toda su capacidad de acción en los focos de contagio principales en todo el país. Esa es su responsabilidad hoy.

Es indeseable que el Estado peruano lleve adelante la tarea de cuidar de los ciudadanos como a sus hijos menores de edad. Los peruanos no son menores de edad y no debe crearse la falsa ilusión de que todos pueden depender de él. La verdad es que no puede hacerlo.

Su patético intento -producto de la majadería caviar en el Gabinete- está estorbando ya gravemente la reapertura de la economía peruana. Si se insiste en ese camino inviable, lo que se va a conseguir es la pérdida de toda autoridad del Estado peruano que será el hazmerreir cuando el pueblo ignore sus disposiciones y tome el asunto en sus manos.

Ha llegado la hora de de sacar del Gabinete no a este o aquel ministros sino a toda la caviarada. De cualquier modo ya está acostumbrada a ese trato.


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domingo, 10 de mayo de 2020

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Los números fríos

Jorge Morelli
@jorgemorelli1

A la fecha, más de 1,800 peruanos han fallecido de coronavirus. Y los peruanos somos 32 millones.

El Reino Unido tiene unos 63 millones de habitantes y el número de los fallecidos es 30 mil. El porcentaje de sus muertos sobre la población total es de 0.05 por ciento.

Francia tiene igualmente unos 63 millones de habitantes y sus muertos son 25 mil. Es el 0.05 por ciento, igual que el Reino Unido.

España tiene 47 millones de habitantes. Sus muertos son 26 mil. Es el 0.06 por ciento.

Estados Unidos tiene una población bastante mayor que la suma de todos los anteriores. Son 328 millones. Y sus muertos son 72 mil, más del doble que cualquiera de los europeos en números absolutos. Pero relativamente a la población es 0.02 por ciento, menos de la mitad que cualquiera de ellos, la tercera parte que España.

Nuestros muertos,repito, son ya más de 1,800. Y los peruanos somos 32 millones. El número absoluto es tristemente grande. Sin que sea consuelo para tontos, sin embargo, el hecho frío es qqe proporcionalmente nuestro porcentaje es de 0.005%, diez veces menor que el Reino Unido, diez veces menos que Francia, más de diez veces menos que España, unas cinco veces menos que Estados Unidos.

Los países más desarrollados del mundo, con las mejores infraestructuras sanitarias del planeta, tienen entre cinco y diez veces más muertos en proporción a su población que el Perú con todas sus limitaciones y su desastroso servicio de salud. Esta es la evidencia.

El caso de Brasil es similar. Con 210 millones de habitantes, sus muertos son 9 mil. Más de cinco veces que los del Perú en números absolutos, pero en proporción a su población el 0.004 por ciento, un porcentaje similar al del Perú.

¿Cómo se explica esto? Hay hechos en los que es imposible no reparar. El coronavirus se expandió desde China a Europa como lo hace una onda al arrojar una piedra al agua. Llegó a Norteamérica y devastó Nueva York, pero golpeó con menos fuerza al resto de Estados Unidos, Canadá y México. A Sudamérica la ola llegó aún más débil. Por eso quizá la proporción de muertes es diez veces menor en Brasil y el Perú, que son los dos casos más serios en toda la región.

¿Por qué Brasil y el Perú? Tomará años una respuesta científica. Pero sabemos ya dónde están los focos del contagio: Lima y Callao, la Costa norte –Piura y Lambayeque- y la Amazonía –Iquitos-.

Es una hipótesis razonable que el factor clave sea entonces la densidad poblacional urbana pero multiplicada exponencialmente por la inmundicia –disculpen, no hay otro término- de los mercados populares en todas esas regiones, especialmente en la Costa norte. Esto lo sabe cualquiera que los haya recorrido alguna vez y ciertamente no lo ignoran los políticos que los vlsitan en busca de votos.

Hemos tolerado esta situación por décadas. Por eso sabíamos desde el principio que, dadas las limitaciones del Estado, todo iba a depender de lo que las familias pudiran hacer casi por sí mismas. Así las cosas, la cuestión manida por la prensa de si la cuarentena es un fracaso o no y cuál sea la responsabilidad del Estado en todo esto, no es sino una ridícula discusión bizantina y un penoso ruido que entorpece el camino de los que hoy hacen algo por los demás.


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