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MEDIA COLUMNA
La izquierda está en
el gobierno sin poder
Jorge Morelli
jorgemorelli.blogspot.com
@jorgemorelli1
La izquierda ha llegado al gobierno, pero no al poder. Carece
de legitimidad de origen. No está en el gobierno por el voto del pueblo. La
marcha que la colocó en el gobierno no la legitima.
Los
jóvenes marcharon contra Merino, no a favor de Vizcarra y menos por Sagasti.
Este es producto del azar. Marcharon sin hallar las palabras con qué expresar
lo que sienten. No saben cómo decir lo que quieren. El suyo es un grito en
silencio. Significa: ¡quíén manda acá! ¡Quién tiene legitimidad!
La
respuesta es nadie.
Se ha derrumbado el poder como tal. No el de este o aquel gobierno
o su oposición, sino el poder como tal. Esa es la obra política de este quinquenio.
Por
eso la izquierda descubre hoy que se puede llegar al gobierno y no tener ningún
poder. No logra ni reordenar la Policía sin provocar una reacción violenta.
Cree que el poder nace de la fuerza, cuando es a la inversa.
Esto
no es realmente una novedad. En los 200 años de historia de la República la
mayoria de los gobiernos considerados democráticos han estado en el gobierno pero
no en el poder. Los golpes de Estado siempre han sido una reacción contra eso.
La
nuestra es una democracia de baja gobernabilidad, incapaz de resolver los
problemas de la gente e incapaz de repararse a sí misma, de entender siquiera
la falla en su sistema de gobierno, que es la matriz.
Esto
lleva al grito silencioso de la marcha: no saber dónde exactamente está la
falla. Se encuentra en unos pocos artículos del capítulo político de la
Constitución que regulan las relaciones entre los poderes del Estado.
Pero es
fácil manipular para hacer creer que hay que tirar la Constitución entera,
refundar el país y comenzar de nuevo con un papel en blanco sobre una mesa
vacía. Lo que buscan en realidad es derogar el capítulo económico de la
Constitución, que se resume en esta luminosa y formidable sentencia: “la
iniciativa privada es libre”.
Comenzar
de nuevo es un pretexto imposible. Derribar la casa para reiniciarla desde un origen
prístino con un debate parlamentario estéril sobre cómo deben ser los cimientos
e un imposible. Es tirar al niño con el agua del baño. Es servir a la agenda
oculta para la captura del poder con una confusión descerebrada que le permita acabar
con la democracia, como en Venezuela, como en Cuba hace 60 años. Como puede
ocurrir ahora en Argentina, en Bolivia, en Ecuador, en Colombia, en Brasil
mañana. Ese es el error craso de los chilenos. Lo pagarán cuando la inversión
se detenga en su páis que fue el modelo para todos de cómo salir del
subdesarrollo. Chile ha sido llevado a recaer en la enfermedad. Estamos solos
en esto. Pero lo hemos estado en el pasado, y salimos vencedores.
Pero decir
con Sagasti que su gobierno sienta las bases para que el próximo haga una constitución
nueva no es sino una frase hueca destinada al fracaso, incluso en acallar el
grito de la calle. No expresa lo que el pueblo peruano quiere porque no
entiende dónde está la falla en la matriz de la que el grito nace.
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