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martes, 1 de octubre de 2019

MEDIA COLUMNA miércoles 2 octubre 2019




Donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.

MEDIA COLUMNA
La definición misma
de la tragedia

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com

Todos sabíamos cómo podía terminar esto.  

En el primer acto, el Congreso había ganado la batalla del adelanto de las elecciones, pero olvidó hacer un alto para hablar al país sobre esa victoria democrática. En lugar de eso, cayó en la trampa. En su fuga hacia adelante, el gobierno presentó al Congreso una cuestión de confianza sobre la elección de los magistrados del Tribunal Constitucional. El Congreso pudo y debió votarla y aprobarla de inmediato. Habría evitado el desenlace. Pero prefirió ir a la elección. Pasó sin transición intermediaria de exigir el retroceso en el adelanto de elecciones que consiguió -que era fundamental para la democracia-, a exigir elegir a los nevos jueces del TC -cuya oportunidad no es vital para la democracia-.

No había ya adelanto de elecciones. La batalla había terminado ya. Pero ante el trapo rojo de la cuestión de confianza, el Congreso olvidó que el peligro había quedado atrás, y cayó en el pantano. Aprobó la cuestión de confianza solo luego de elegir solo a un magistrado. Era el pretexto que el gobierno esperaba. Avisado estaba, hay que decirlo. Un distinguido jurista, hermano de un magistrado del TC, había advertido el día anterior que si el Parlamento no consideraba en primer lugar la cuestión de confianza el gobierno la daría por rechazada y disolvería el Congreso. El propio Vizcarra reiteró en entrevista que consideraría rechazo de la confianza que el Congreso procediera a la elección. El gobierno ya solo buscaba el pretexto para disolver el Congreso. Y el Congreso se lo alcanzó involuntariamente.

El segundo acto no es sino es el desenlace de lo anterior. Para cuando Vizcarra llegó en su mensaje al anuncio de la disolución, el Congreso ya había aprobado la confianza. Lo sabe todo el país, porque lo vio en la televisión en pantalla dividida entre Palacio y el Congreso. Fue evidente para todos que ya no había causal constitucional para la disolución. Pero el gobierno ya tenía el pretexto, y siguió adelante. El Congreso tenía que desconocer esa disolución inconstitucional. Y procuró a continuación la vacancia de la Presidencia por segunda vez en el quinquenio. La vieja trampa de Marco Junio Bruto, creyendo sacrificarse por la República. El Congreso no acabó con el centésimo émulo del César, terminó suspendiéndolo temporalmente con 86 votos, porque –nuevamente, hay que decir las cosas como son- no había 87 votos para declarar la vacancia. Y procedió a juramentar a su sucesora.

En el tercer acto, ante la bicefalía de facto, ocurrió lo que tenía que suceder: las Fuerzas Armadas, no el Estado de Derecho, terminaron dirimiendo la diferencia mediante comunicado. Pero solo porque las instituciones políticas habían abdicado. Sin equilibrio de poderes, nuestra democracia de baja gobernabilidad falló una vez más no solo en crear la ruta para arbitrar por el derecho una situación creada en los hechos, que se había presentado muchas veces antes. Peor aun, falló en eludir la tragedia repetida desde hace décadas y por todos anticipada.

La lección es que el Congreso debió aprobar la confianza e ir al debate de las modificaciones al Tribunal Constitucional. No solo en cuanto a la mecánica para elegir a sus miembros, que es lo de menos, sino para retomar las abandonadas reformas del sistema de gobierno y rediseñar el equilibrio de poderes retornando a la bicameralidad para balancear también el poder absoluto del Tribunal Constitucional mediante un Senado en el Congreso.

Pero, ante el trapo rojo de la cuestión de confianza, el Congreso siguió al adversario al pantano constitucional donde hoy nos hallamos una vez más. Hoy, de pronto, los peruanos nos despertamos para descubrirnos nuevamente flotando en la  irrealidad con un Presidente vacado por el Congreso convocando a elecciones para cambiar al Legislativo en cuatro meses.

Se puede y se debe evitar todavía el cuarto y último acto de la tragedia. Pero la lección es que las guerras se pierden por luchar contra el enemigo equivocado. El caos actual no favorece sino al enemigo verdadero, que toca las puertas, que obedece al Foro de Sao Paulo, a Caracas y a La Habana y opera a través de Evo y sus aliados locales para apoderarse -ahora que pierden el control del petróleo de Venezuela- de los recursos del Perú para el siglo XXI -el  cobre, el litio, el agua- propiciando el levantamiento del Sur para capturar el poder.

Cambiar el curso de la tragedia requiere un supremo acto de conciencia. Porque las tragedias ocurren a pesar de todos los esfuerzos por impedir el desenlace que todos conocen desde el principio. Es la definición misma de la tragedia.


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