Mostrando entradas con la etiqueta "Nadie me representa". Muchos quieren expresar su hartazgo votando blanco o viciado. Deben saber que no sirve de nada. Blancos y viciados no son votos válidos y solo los válidos se contabilizan. Mostrar todas las entradas
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sábado, 11 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 10 enero 2020


 

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MEDIA COLUMNA

Nadie me representa


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


La elección en dos semanas del Congreso de año y medio -cuyos parlamentarios no podrán ir a la reelección- está provocando en el electorado un malestar creciente. No pocos –sobre todo entre “los de arriba”- quieren manifestar contundentemente su infinito hartazgo votando en blanco o viciando el voto.

Deben saber que eso no conduce a ninguna parte. No sirve de nada votar blanco o viciado. Blancos y viciados no son votos válidos, y solo los votos válidos se contabilizan.  

¿Por qué es esto así? Aunque es imposible equilibrar una democracia de baja gobernabilidad como la nuestra reformando solo el sistema electoral, con insistencia majadera los aprendices de reformadores tratan de conseguirlo inflando la mayoría parlamentaria por medio de la sobrerepresentación.

Sus pócimas matemáticas terminan haciéndoles creer a las bancadas parlamentarias –siempre dispuestas en su infinita vanidad- que ellas representan a la mayoría de los peruanos.

La Constitución permite anular una elección si los votos blancos y viciados son mayoría. Pero exige que sea una de dos tercios de los votos emitidos. Eso es virtualmente imposible. Para la anulación, la única opción sería el ausentismo masivo. Porque solo reduciendo drásticamente el número de votos emitidos podrían los blancos y viciados llegar a ser dos tercios de los votos emitidos. Pero esto también es virtualmente imposible mientras el voto sea obligatorio.

De manera que el que vota blanco o viciado o se ausenta le regala en realidad su voto a la que resulte la bancada más numerosa. Esta sostendrá falsamente representar a una mayoría de los peruanos. Y el elector estafado creerá resignadamente haber expresado libremente su voluntad.  

En esta elección –solo parlamentaria- ese monumental despropósito se ve agravado porque nadie sabe por quién votar. Nadie conoce a los candidatos y todos se ven en la situación de tener que votar a ciegas por la “marca” de uno de los partidos políticos, ahora ya todos tradicionales.

No hay outsiders. Podría haberlos entre los partidos, pero no los hay. No hay caballos frescos en el partidor. Todos huelen a frotación y naftalina.

Y los líderes no aparecen. Ni siquiera los cabezas de lista se juegan por su lista. No conocen a quienes la integran y en año y medio no llegarán a conocerlos. Esos novatos, por su parte, creen que harán la diferencia, que ellos cambiarán las cosas. Para eso han llegado. No le deben nada al líder y menos a quien encabeza la lista.

Outsiders o no, los líderes se guardan para la carrera del 21. Pero no están apostando por el caballo que montarán en la carrera del 2021. Saben que dos tercios de los 24 caballos hoy en el partidor no van a pasar la valla en estas elecciones. Llegarán fuera de poste e irán al matadero. Los presidenciables se ponen de costado ante esta carnicería. Y no solo porque esperan al 2021. Están desgastados, extenuados en la pelea judicial o en la intriga interna, un pulseo malsano y sudoroso por decidir quién es en cada tienda Napoléon y quién Josefina. Sin éxito alguno. No saben ya a quién representan o si representan a alguien. A edad avanzada padecen una crisis de identidad adolescente. 



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