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MEDIA
COLUMNA
La
prueba ácida
es
la constituyente
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Pedro Castillo ha reiterado en su proclamación: “no somos
chavistas, no somos comunistas, no somos extremistas, menos terroristas”. Y una
vez más, en este su discurso inaugural, no mencionó la asamblea constituyente.
Como es costumbre en tales ocasiones, sin embargo, las emociones
expresadas son solo viento de palabras a menos que los actos prueben lo
contrario.
Porque todos hemos entendido ya que la constituyente es el
instrumento del autoritarismo y la dictadura de izquierda.
No pocos asumen de hecho que la discrepancia pública entre
Castillo y Cerrón sobre la constituyente no es sino la pantalla de la gran
mecida.
Por lo mismo, la constituyente se ha convertido en la prueba ácida
de la deriva del gobierno de Pedro Castillo.
Anunciarla dejaría a su gobierno
sin legitimidad de entrada desde el primer día.
No existe un camino constitucional para una
asamblea constituyente. Tampoco para un referéndum que apruebe su convocatoria.
Es una treta inconstitucional modificar la Constitución mediante una asamblea. Los
caminos constitucionales para hacer cambios a la Constitución pasan por el
Congreso. Ninguno permite trasladar esa labor a una asamblea. Una asamblea no
es el Congreso. Desde la Revolución Francesa sabemos la clase de decisiones que
una asamblea puede tomar. No es sino un tumulto lleno de ruido y de furia.
Días atrás, Castillo anunció que
iría al Congreso el 28 de julio a pedir que el Legislativo agende la
constituyente. Esto significaría que dejaría el tema en manos de la decisión del
Congreso. Es una decisión que, evidentemente, el Congreso no aprobará porque
significaría su propia muerte.
Castillo debe saberlo. No solo los
caminos inconstitucionales para convocar a una asamblea –el recojo de firmas o
el decreto supremo- estarían entonces fuera de sus planes, sino que tampoco lo
estaría la propia constituyente como tal.
Pero el solo anuncio de Castillo acabó con la
tregua provisional que se había instalado entre ambas facciones y desató la
ofensiva de Cerrón de los últimos días por arrinconar a Castillo ante un
congreso del partido que defina los temas “irrenunciables”. Obviamente, para
Cerrón la asamblea es “irrenunciable” aunque sea inconstitucional.
Los cambios a la Constitución son
necesarios, para una nueva gobernabilidad democrática que deje atrás nuestra fallida
democracia de baja gobernabilidad. Pero debe hacerlos el Congreso y no una afiebrada
multitud en una asamblea convertida en poder supremo.
Hoy Castillo parece comprender la necesidad de que sus
actos respalden sus palabras para que su gobierno no pierda su ya mellada legitimidad
de entrada. Pero la prueba ácida sigue siendo si pide o no al Congreso una asamblea
constituyente en su mensaje a la nación el próximo 28 de julio.
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