sábado, 26 de enero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 23 enero 2019


ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Breve historia de la
guerra del narco


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Es una amarga realidad que el hilo conductor de la historia de Latinoamérica en los últimos años sea la del proceso de producción y distribución del narcotráfico hacia el mercado global.

La corrupción y la violencia desatadas en el  norte de México, a lo largo de toda la frontera con EEUU -que hoy se intenta cortar con el muro de Trump, que ha causado el cierre de la administración de EEUU-, han marcado indeleblemente a las sociedades involucradas en esta historia.

Fue el cartel de Sinaloa -el del Chapo Guzmán- el que finalmente logró imponer su dominio absoluto a los demás. Consiguió articular la cadena productiva y de distribución subordinando desde Sinaloa por varios años a los patrones de las ciudades fronterizas de Juárez /El Paso a medio camino entre los dos océanos, desde Tijuana en el Pacífico hasta Nuevo Laredo en el Golfo. Los últimos delirantes proyectos de expansion de la red global del Chapo llegaron no solo a toda Europa, sino a Turquía y hasta Malasia.

El Chapo -hoy extraditado y recluido en una prisión de Nueva York- se sintió por un momento el amo del mundo. Tal vez lo fue. Nunca llegaron tan arriba los capos del narcotráfico que le precedieron. Ni siquiera el famoso señor del cartel colombiano de Medellín, Pablo Escobar, muerto hace ya más de veinte años y venerado en esa ciudad. Menos aún los sofisticados dueños del cartel de Cali, desplazados por los mexicanos años atrás luego de la derrota final de ambos cárteles por el gobierno colombiano y la DEA norteamericana en el contexto del Plan Colombia contra el narcoterrorismo.  

Hoy un testigo en el proceso penal del Chapo ante la jurisdicción norteamericana afirma -sin prueba fehaciente- que el cartel de Sinaloa entregó 100 millones de dólares a la campana electoral del mandatario mexicano que en diciembre pasado dejó la presidencia. Esta historia no ha terminado ni remótamente. La situación ha puesto a prueba al nuevo gobierno mexicano. El robo masivo de petróleo de los ductos cercanos a la frontera -que ha producido un atentado masivo que ha matado a decenas de personas- está manejado por los cárteles hoy disgregados de lo que fue el imperio del Chapo, han abierto decenas de túneles a lo largo de la frontera por donde abastecen de combustible a ciudades del sur de EEUU y distribuyen por todo el inmenso territorio de ese país la cocaína que viene de Colombia y del Perú.      

Lo más alarmante de esta historia, sin embargo, es la hipótesis que se abre camino cada vez más -incluso hasta las redes de producción de series de television de consumo global-: que en México y en Colombia, la unificación de los pequeños patrones en un solo gran cartel ocurrió luego de una cruenta guerra entre ellos y fue posible solo porque en ambos paises hubo gobiernos locales y nacionales que pactaron con el capo más fuerte para "pacificar" a cualquier costo y lucrar de esa complicidad política y económicamente.
  
Hoy, el nuevo presidente colombiano, recién llegado al poder, le ha declarado la guerra a los narcos nuevamente. Ha confesado hace poco el secreto mejor guardado de Colombia: que existen actualmente 170 mil hectáreas de coca en producción en ese país. Eso es más de lo que jamás hubo en el Perú (125 mil antes de que el gobierno peruano las redujera a 34 mil a mediados de los 90). La respuesta en Colombia: un coche bomba por primera vez en décadas, ha asesinado nuevamente.

La guerra colombiana contra los narcos viene de nuevo. Este es el fruto del fiasco del acuerdo de paz del gobierno anterior, un triste sainete que en su momento los colombianos creyeron de buena fe.

Desgraciadamente, el llamado “efecto globo” hará que la guerra colombiana empuje los cultivos de coca nuevamente hacia el Perú, el primer punto de la cadena desde siempre. Y el gobierno peruano, enfrascado en la lucha contra la corrupción del soborno en la obra pública, no repara aun en lo que viene. La raíz más profunda de la corrupción está en el narcotráfico. El gobierno no puede esperar a que, como en Colombia, recrudezca nuevamente la violencia urbana del narcoterrorismo para darse por enterado.           


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