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MEDIA COLUMNA
Noticias de las dos orillas
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
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Los gobernadores regionales de
Puno, de Junín, de Moquegua, los jefes del Más, de Nuevo Perú, del Frente
Amplio, dirigentes todos de la izquierda radical, se reúnen en Huancayo en este
momento para tantear cuál de ellos los representará a todos en las elecciones
del Bicentenario.
El elegido reclutará luego a los
mascarones de proa de la izquierda caviar que pondrán astutos asesores y medios
a disposición del comité de campaña y una pléyade de académicos surtidos,
sastres duchos en coser el programa electoral con los retazos de la pasarela
electoral de 2016.
La izquierda empieza siempre así
sus campañas electorales, y entrando a la recta final se quiebra. (El jefe de
Juntos por el Péru no asiste a Huancayo, por ejemplo, porque está ofendido por
los comentarios de un camarada).
Pero esta vez hay algo nuevo.
Esta vez tienen razón en comenzar temprano su danza ritual de la ruptura, para
exorcizarla. Nunca han tenido una mejor oportunidad de llegar al poder, porque
en la otra orilla el descalabro de Fuerza Popular ha creado un vacío pavoroso.
El vacío es llenado
momentáneamente por el gobierno de Martín Vizcarra. Solo por ahora, sin
embargo.
Si el Presidente decidiera dejar
de lado la idea de ir a la reelección, como debe, esa decisión política fundamental
le dejaría las manos libres para acometer las reformas económicas que el Perú
necesita. Si tiene éxito en la empresa, será un candidato de fuerza para las
elecciones de 2026.
Pero las reformas pueden ser
políticamente costosas. Invertir su capital en ellas es lo que el Perú le pide.
Pero la decisión política de hacerlas deja a Vizcarra fuera de la carrera
electoral del Bicentenario. No puede hacer las dos cosas, reformar y candidatear,
al mismo tiempo. Son escenarios políticamente incompatibles.
Si Vizcarra va a la reelección, por
el contrario, peor aun. Será un candidato rengo, con una falla de legitimidad
de origen que proveerá a la caviarada de toda clase de argumentos
constitucionales en su contra (para regocijo íntimo del radicalismo antiminero
que ya recolecta piedras mientras se burla con sorna de sus útiles tontos
jurídicos).
En cualquiera de los dos casos, lamentablemente,
el vacío reaparece en la orilla opuesta. Con lo que ya ha comenzado en las
filas del empresariado la búsqueda de un Bolsonaro.
Uno más moderado, de
preferencia, en cuanto a un conservadurismo que juzgan innecesario, pero inamovible
en materias de reforma económica y de reconstrucción de una autoridad política.
No hay, sin embargo, garantía
alguna de que el Bolsonaro en cuestión aparezca en el horizonte. Motivo por el
cual la izquierda radical ha visto la oportunidad del siglo. Por eso se reúne
hoy prematuramente, a explorar lo que en otro tiempo solía llamar el “nivel de
conciencia” no de las masas en este caso, sino el de los dirigentes.
Quizás no sospechan aún que ya
no hay “masas”. El mercado político está totalmente segmentado y apelar a unas
masas inexistentes revelaría no solo un completo despiste, sino un programa
politico objetivamente reaccionario.
Es posible que esta vez la
izquierda logre eludir ese error, pero siempre se puede contar con que no lo
consiga. Aún así, sería una pobre estrategia para la otra orilla confiar en que
eso ocurra.
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