domingo, 20 de enero de 2019

ESTA NOCHE sábado 19 enero 2019



ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Noticias de las dos orillas


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Los gobernadores regionales de Puno, de Junín, de Moquegua, los jefes del Más, de Nuevo Perú, del Frente Amplio, dirigentes todos de la izquierda radical, se reúnen en Huancayo en este momento para tantear cuál de ellos los representará a todos en las elecciones del Bicentenario.

El elegido reclutará luego a los mascarones de proa de la izquierda caviar que pondrán astutos asesores y medios a disposición del comité de campaña y una pléyade de académicos surtidos, sastres duchos en coser el programa electoral con los retazos de la pasarela electoral de 2016. 

La izquierda empieza siempre así sus campañas electorales, y entrando a la recta final se quiebra. (El jefe de Juntos por el Péru no asiste a Huancayo, por ejemplo, porque está ofendido por los comentarios de un camarada).

Pero esta vez hay algo nuevo. Esta vez tienen razón en comenzar temprano su danza ritual de la ruptura, para exorcizarla. Nunca han tenido una mejor oportunidad de llegar al poder, porque en la otra orilla el descalabro de Fuerza Popular ha creado un vacío pavoroso.

El vacío es llenado momentáneamente por el gobierno de Martín Vizcarra. Solo por ahora, sin embargo.

Si el Presidente decidiera dejar de lado la idea de ir a la reelección, como debe, esa decisión política fundamental le dejaría las manos libres para acometer las reformas económicas que el Perú necesita. Si tiene éxito en la empresa, será un candidato de fuerza para las elecciones de 2026.

Pero las reformas pueden ser políticamente costosas. Invertir su capital en ellas es lo que el Perú le pide. Pero la decisión política de hacerlas deja a Vizcarra fuera de la carrera electoral del Bicentenario. No puede hacer las dos cosas, reformar y candidatear, al mismo tiempo. Son escenarios políticamente incompatibles.

Si Vizcarra va a la reelección, por el contrario, peor aun. Será un candidato rengo, con una falla de legitimidad de origen que proveerá a la caviarada de toda clase de argumentos constitucionales en su contra (para regocijo íntimo del radicalismo antiminero que ya recolecta piedras mientras se burla con sorna de sus útiles tontos jurídicos).

En cualquiera de los dos casos, lamentablemente, el vacío reaparece en la orilla opuesta. Con lo que ya ha comenzado en las filas del empresariado la búsqueda de un Bolsonaro.

Uno más moderado, de preferencia, en cuanto a un conservadurismo que juzgan innecesario, pero inamovible en materias de reforma económica y de reconstrucción de una autoridad política.            

No hay, sin embargo, garantía alguna de que el Bolsonaro en cuestión aparezca en el horizonte. Motivo por el cual la izquierda radical ha visto la oportunidad del siglo. Por eso se reúne hoy prematuramente, a explorar lo que en otro tiempo solía llamar el “nivel de conciencia” no de las masas en este caso, sino el de los dirigentes.

Quizás no sospechan aún que ya no hay “masas”. El mercado político está totalmente segmentado y apelar a unas masas inexistentes revelaría no solo un completo despiste, sino un programa politico objetivamente reaccionario.

Es posible que esta vez la izquierda logre eludir ese error, pero siempre se puede contar con que no lo consiga. Aún así, sería una pobre estrategia para la otra orilla confiar en que eso ocurra.    

   
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miércoles, 16 de enero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 16 enero 2019


 ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
No se posterga las
decisiones políticas  


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Martín Vizcarra puede hacer las reformas que el Perú exige solo si deja de lado todo plan de reelección. 

Pero debe decírselo al Perú cuanto antes. No se posterga las decisiones políticas sin pagar un precio.

Este es el único modo en que el país quedará libre de la tóxica atmósfera política que una aventura reeleccionaria traería consigo. Semejante proyecto requeriría para comenzar de una "interpretación auténtica” que legitime la narrativa siguiente, que parece un guión de comedia: este gobierno no sería el que fue elegido en 2016 sino otro distinto, de modo que la reelección no sería reelección.    


A nadie se le escapa que el gobierno podría conseguir esta “interpretación” de parte del organismo jurisdiccional correspondiente. Pero es una pésima idea. Es una pócima envenenada. Un gobierno producto de una reelección trucha nacería con una falla irremediable de legitimidad de origen.  La oposición -sea cual fuere- no lo reconocería. Y esto haría la gobernabilidad imposible.   

La decisión política dificil de no ir a la reelección, en cambio, pondría al gobierno desde ahora a salvo no solo de la falla de legitimidad de una reelección como esa, sino a salvo también, y de inmediato, de la suspicacia respecto de sus planes futuros y a prueba, por lo tanto, de la acusación de sus adversarios de estar gestando una recaída en el autoritarismo.

La gobernabilidad en lo que resta de este quinquenio depende de despejar ahora mismo estas dudas.

Lo importante, sin embargo, recién comienza ahí. Solo con las manos libres de estos señalamientos, el gobierno podrá llevar a cabo las reformas que el Perú necesita para la batalla global en el siglo XXI. Sin ellas no pasará nunca de ser una economía mediocre con una democracia de baja gobernabilidad.

Se trata, desde luego, de la reforma judicial para la lucha contra la corrupción, que no ha hecho sino comenzar. Pero no solo la soborno en la obra pública, sino la del narcotráfico detrás del masivo lavado de activos. Solo así habrá gobernabilidad democrática. 

También de la reforma laboral y la fiscal para la derrota de la informalidad, la exclusión y el privilegio en el acceso a la libertad de la economía.

Y, sobre todo, de la reforma de la educación y la salud para una verdadera igualdad de oportunidades.

Esta es la misión que el Perú le ha encomendado a Martín Vizcarra, a quien, como al emperador Claudio, le cayó del cielo el ave herida en las manos.

Si se halla a la altura del mandato, el Perú estará en deuda con él. Si, en cambio, cede a la pequeña ambición y a la ceguera de forzar una reelección, no hará las reformas y fracasará no solo él sino el Perú.

   
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sábado, 12 de enero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 9 enero 2019



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MEDIA COLUMNA
Autonomía acotada


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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La renuncia de Pedro Chávarry no pone fin a este drama. Ni siquiera es el fin de un capítulo. La trama política va a continuar. Aun está ahí, por ejemplo, el pedido de que todos los fiscales supremos -incluido Chavarry- dejen sus cargos. Bajo las reglas actuales, esto sería una interferencia constitucional en la autonomía del Ministerio Público.   

La clave, sin embargo, no está en la palabra interferencia sino en el concepto de autonomía. Porque éste define los límites de lo que sea una interferencia.

Autonomía es un término reverenciado en la arquitectura institucional de nuestra democracia. Pero es la adoración de un ídolo falso. Me refiero a la supuesta autonomía de los poderes del Estado y de los organismos constitucionales llamados autónomos entre sí, precisamente como el Ministerio Público.  

La autonomía es un enorme malentendido. Una sentencia del Tribunal Constitucional, a propósito de los gobiernos locales, estableció claramente años atrás que la autonomía no es autarquía, que la autonomía tiene lugar siempre y solamente dentro del ordenamiento general del Estado.  

Lo que pasas es que nuestra idea de la autonomía nació mal. Tuvo un mal parto porque apuntaba a un fin subalterno, mal pensado. Surgió como un mecanismo para impedir la interferencia de unos poderes u organismos sobre otros, supuestamente para evitar la corrupción y la politización de la justicia. Tamaño despropósito, como si la politización y la corrupción no vinieran igualmente de dentro de las instituciones.

La autonomía así mal entendida es absurda por definición. Peor aún, al impedirse la acción de unos poderes sobre otros lo que se consigue es blindar a la corrupción dentro de la institución atacada.

Pero entre nosotros se estableció una seudo autonomía que vino a apoyarse sobre el principio de una igualmente malentendida separación de poderes. Lo que importa tanto o más que la separación de poderes es el equilibrio de poderes (que los estadounidenses llaman checks and balances) que va un paso más allá de la mera separación de poderes. Paso que no estamos ni siquiera avizorando. Por eso es que no podemos sacar las lecciones correctas de lo ocurrido con el Ministerio Público y el Consejo Nacional de la Magistratura.   

Los poderes del Estado no están solo separados, necesitan ser equilibrados entre sí, lo que supone por definición injerencia de unos sobre otros, pero de una manera acotada y dentro de una arquitectura cuidadosamente diseñada.

A eso se refería, por ejemplo, Emile Durkheim cuando hablaba de la transición de las sociedades de lo mecánico a lo orgánico. Aquí, las instituciones tienen una relación complementaria porque son parte de un mismo organismo funcional, no un mero agregado de instituciones con relaciones no normadas o mal normadas por ridículos celos respecto su autonomía recíproca.

El equilibrio de poderes es un salto cualitativo respecto de la separación de poderes. Lo sabían hasta los filósofos del Estado Moderno. Pero ese salto indispensable no ocurre de manera mecánica. Pasa por la mente y la decisión humana. Este es el problema que no estamos resolviendo.

El sainete que hemos vivido por semanas en el Ministerio Público, que ha agotado la paciencia de los peruanos, no se detendrá hasta que las instituciones de la justicia se encuentren dentro de un único sistema de justicia y bajo la rectoría única de la Corte Suprema a la cabeza. La democracia peruana se seguirá engañando si no saca las lecciones de lo ocurrido, reforma la justicia y rediseña sus relaciones con los otros dos poderes del Estado. No habrá progreso para la justicia mientras no se redefina el concepto de una autonomía acotada.

   
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jueves, 10 de enero de 2019

ESTA NOCHE sábado 5 enero 2019


 
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MEDIA COLUMNA
Cuáles trenes bioceánicos    


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Sebastián Piñera fue a Brasilia a la juramentación de Jair Bolsonaro y llegó a un acuerdo con él que cambiará la historia de América del Sur. Chile es el socio estratégico de Brasil en la región y en esto pesa hoy también la afinidad personal de Bolsonaro con Piñera, que ahora tomará una dimensión geopolítica.

El anuncio luego de la entrevista presidencial fue el siguiente: los socios estratégicos construirán un tren bioceánico desde un puerto en el Atlántico brasileño hasta la costa de Chile en el Pacífico. El tren llegará hasta los tres puertos del norte de Chile, uno de los cuales será con seguridad el de Mejillones, un megapuerto de aguas profundas capaz de recibir superbuques masivos para exportar al Asia. El megapuerto comenzó años atrás con inversiones del grupo chileno Luksic.  

Por declaración del propio Piñera, que no deja lugar a dudas, sabemos que el tren no pasará por Bolivia. Por razones ideológicas para Bolsonaro, es de suponer, quien no quiere saber nada con Evo Morales y su combo bolivariano, y razones geopolíticas para Chile, que no confía en Bolivia y no permitirá que su acceso al Atlántico dependa de un país cuya política exterior lo ha llevado a rastras hasta La Haya con su reclamación territorial a perpetuidad de una salida soberana no negociable al Pacífico.

Evo, sin embargo, está empeñado en reclutar capitales europeos para otro tren bioceánico, uno que vendría hasta Ilo en el Pacífico peruano desde Brasil pasando por territorio boliviano -un asunto conversado hace poco con el gobierno de Martín Vizcarra en el último gabinete binacional-.

Pero no parece factible que Brasil vaya a construir simultáneamente dos ferrovías -una por Bolivia y otra no- para arribar prácticamente al mismo lugar, como serían Mejillones en Chile e Ilo en el Perú.

Más bien, desde el punto de vista del interés peruano, el objetivo estratégico de Brasil está en la propuesta del presidente y el premier chinos en sus respectivas visitas a Brasil y al Perú, relativamente recientes: el tren bioceánico desde Sao Paulo en el Atlántico hasta Paita en el Pacífico peruano.

Desde Paita, en el punto más occidental de toda América del Sur, el viaje es mucho  más corto hacia China que desde los puertos chilenos. Y en Paita se encuentran, además, los fosfatos de Bayóvar -en manos de la empresa brasileña Vale do Rio Doce- que Brasil necesita como fertilizante para su masiva agricultura de la soya que vendrá en el tren desde Brasil para ser exportada a China en cantidades crecientes.

El tren bioceánico a Paita cobra nueva actualidad hoy precisamente porque, de resultas del acuerdo brasileño-chileno (que haríamos bien en dar por cerrado), al Perú se le hará cuesta arriba el proyecto boliviano por más que la llegada a Ilo apele al corazón moqueguano del presidente Vizcarra, una cuestión sentimental que no justifica la inversión. Similares consideraciones hacia Bolivia desafortunadamente tampoco tienen el peso económico necesario para hacer la diferencia.
    
Obviamente, los chinos ofrecieron financiar el tren al norte del Perú, lo que EEUU no ve con demasiada confianza. Por lo mismo, es la oportunidad para negociar bien de modo de no quedar atrapados en una deuda impagable.

Si para EEUU es una prioridad geopolítica equilibrar con su presencia la Ruta de la Seda china en Sudamérica, bien pueden los capitales americanos tener interés en un consorcio para financiar -en condiciones ventajosas para todos- el tren bioceánico a Paita. Después de todo, el Perú es un espacio estratégico en toda la región y, en palabras del Secretario de Estado americano, es uno de sus viejos y confiables socios en América del Sur.    

   
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miércoles, 2 de enero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 2 enero 2019


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MEDIA COLUMNA
La democracia manipulada


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Desde que Winston Churchill pronunció su famosa sentencia acerca de que la democracia es la peor forma de gobierno con excepción de todas las demás, mucha agua ha pasado bajo el puente de Londres para que la democracia inglesa haya venido a resbalar en el fiasco del “brexit”.

En verdad la calidad de la democracia es el tema central de la política del siglo XXI. Y la acusación explícita o implicita es que la democracia puede ser manipulada mediante la tecnología.

Décadas atrás apenas, la manipulación del voto se hacía burdamente: se quemaba las ánforas o se impedía votar. Hoy, se dice, no hace falta manipular el resultado electoral, hoy se “manipula” la voluntad del elector.

En la consulta del brexit británico, por ejemplo, se afirma, que se habría “manipulado” al votante a través del manejo segmentado de información sustraída de millones de usuarios de una red social por una sofisticada empresa inglesa dedicada a la asesoría de campañas políticas. El mismo procedimiento se habría utilizado luego, se dice, para “manipular” la voluntad de los electores norteamericanos en favor de la elección de Donald Trump. Estamos cerca de que similares acusaciones se hagan a Jair Bolsonaro en Brasil, a Iván Duque en Colombia, a Sebastián Piñera en Chile y a Mauricio Macri en la Argentina de parte de la izquierda.

La pregunta cae por su peso. ¿Puede la tecnología manipular la voluntad? ¿En serio? ¿Cuánto, en realidad, se puede “manipular” la voluntad del elector como consumidor de promesas?

Si se hace llegar a grupos segmentados información en favor o en contra de lo que ese consumidor aprecia o rechaza para reforzar su adhesión o su rechazo, ¿califica eso como “manipulación”?

Califica de lleno si la información está distorsionada (nunca es totalmente falsa). A esto se llama hoy “incepción”: una media verdad sembrada colectivamente y hábilmente formulada en un lenguaje que se “viraliza” en las redes para convertirla en realidad virtual. Es el precio de la posmodernidad.  

Pero cuando la información no es falsa aunque sí direccionada hacia segmentos de la opinión pública, ¿califica esto también como “manipulación”? ¿O alcanza esta a una opinión pre existente un lenguaje que la expresa? Porque esto y no otra cosa es el periodismo.

Suele decirse que hay una delgada línea roja entre la información y la opinión. No es cierto. La información conlleva opinión siempre, inexorablemente, lo sepa o no quien la enuncia. Ser conciente del color del cristal con que se mira y confesarlo al lector, al televidente, al radioyente es la prueba ácida del periodismo.

No hay nada que temer en la información cargada de opinión, siempre que se sea conciente de ella y se la comunique al que escucha. La objetividad es imposible en el periodismo, pero no la veracidad. Siempre he creído que esto es lo que quería decir César Vallejo en su famoso verso: “confianza en el anteojo, no en el ojo”.

No hay que temer al anteojo como tal, sino a su negación. La incepción de las llamadas fake news recurre a la “manipulación” para despistar a la opinión pública. Pero no hay manipulación posible de la voluntad si la información y la opinión son claras en cuanto a su origen y su destino, su fuente y su propósito.

El peligro de la hiperinformación de hoy no es su proliferación incontrolable, sino su control. El mejor antídoto contra el “big brother” de George Orwell es que detrás de quien maneja la cámara haya otra grabando.

  
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domingo, 30 de diciembre de 2018

ESTA NOCHE sábado 29 diciembre 2018


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MEDIA COLUMNA
Pax global para la
guerra comercial


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Donald Trump acaba de anunciar “un gran progreso” en al acuerdo de paz para la guerra comercial con China.

Luego de hablar largo con el presidente de China, Xi Jinping, ha dicho que el “deal” está avanzando muy bien. Desde luego, como siempre en estos casos, todo viene en un  solo paquete. Son varios los acuerdos que cubren “todos los  temas, áreas y puntos en disputa” y se cierran todos o ninguno. Significa que el acuerdo va a tener que ir más allá de lo estrictamente comercial para entrar en el terreno político.

En lo comercial, los chinos ya han levantado los aranceles a los autos americanos y han vuelto a comprar soya de EEUU, y hay un proyecto de ley para prohibir la transferencia forzada de tecnología. Trump pide además cambios estructurales en el sistema comercial chino, especialmente en cuanto a derechos de propiedad intelectual. Probablemente lo obtendrá también.       

Los ojos de todos están puestos en los términos de detalle del acuerdo comercial, para el que hay 90 días de plazo. Pero no hay que perder de vista el bosque por mirar el árbol. El acuerdo comercial será posible en realidad solo si hay un acuerdo en el escenario mayor: un marco de acuerdo político global.

Respecto de la propuesta de China de construir la Ruta de la Seda, el cínturón global de transportes y comunicaciones, por ejemplo. Ambas partes tienen que decidir en cuanto a eso quién es Napoleón y quién Josefina. O sea, qué va a hacer o dejar de hacer cada quien.

En este sentido, no es razonable pedirle a China que abandone el proyecto que está en no solo en su interés sino en el del resto del planeta. Ya son más de 55 los países que se han adherido a la Ruta de la Seda. El Perú todavía no termina de hacerlo aun cuando se ha comprometido y firmado ya algo limitado en ese sentido. Oponerse a esto haría que EEUU quedara pesimamente mal ante la comunidad global.

El acuerdo comercial supone en el plano políico que EEUU acepte aunque sea tácitamente que el proyecto de la Ruta de la Seda global debe seguir adelante sin obstáculos. La idea de que el tren transoceánico que atraviesa America del Sur desde Sao Paulo hasta Paita -que los chinos están dispuestos a financiar con crédito- les ha llevado a hacer advertencias a los países emergentes acerca de la trampa de endeudamiento y la posterior dependencia de China. Y a formar su propio cinturón de islas alrededor de Asia.   

Los europeos quisieran construir ese tren, pero no de Sao Paulo a Paita sino a Ilo, pasando por Bolivia. Pero al Perú le conviene tener ambos y, si tiene que elegir, debe elegir el de Paita, que le da salida a la soya de Brasil al Asia y, de retorno, salida a los fosfatos de Bayóvar para la agricultura de la soya en Brasil.

La construcción de la red ferrocarrilera de EEUU hace 150 años fue el punto de partida de la verdadera puesta en valor de la modernidad de Norteamérica. Estos son los términos que no aparecerán escritos en el acuerdo comercial, porque van mucho más allá de la economía hasta la medula misma de la cuestión de la hegemonía global en el siglo XXI y sí acaso realmente debe haber una. China se ha adelantado y no guarda silencio al respecto: repite y repite que jamás tendrá ambiciones hegemónicas. Esto trae a la memoria acuestiones de geopolítica territorial que son en gran medida cosa del pasado. EEUU debería confiar en nosotros, los latinoamericanos -sus viejos y confiables aliados, como dice- si no quiere o no puede hacerlo del todo en China.

Este tema -que es esencialmente también el de la tecnología de las comunicaciones globales- causa el recelo norteamericano porque China tiene su propio Internet, su propio Whatsapp, su propio Netflix, y sus redes parecen inaccesibles desde Occidente, aunque no necesariamente lo sean.    

Por eso la prueba ácída del acuerdo de paz que ponga fin a la guerra comercial no tienen que ver con el comecio de hoy sino con el de mañana. Es en realidad la firma de algo que no estará en el acuerdo de hoy: el marco de un paraguas poltico para el siglo XXI, una nueva pax global. Nada menos.

  
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domingo, 23 de diciembre de 2018

ESTA NOCHE sábado 22 diciembre 2018 s


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MEDIA COLUMNA
Ni palo ni zanahoria


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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La bancada de mayoría en el Congreso tiene ahora que luchar por su supervivencia. Es posible que la censura de la Mesa de Salaverry, sin embargo, no sea el camino para lograrlo. Para comenzar, no está claro que la bancada tenga los votos para hacerlo y, si no lo consigue, puede partirse de nuevo.

En lo inmediato, si se crean las dos bancadas pendientes -la de los Avengers especialmente-, la composición de la Junta de Portavoces va a cambiar y la primera bancada de la oposición va a perder la mayoría en ella. Y con ello va a perder el control de la agenda del Congreso, porque la Junta de Portavoces decide la agenda.

Perdería también su mayoría en las comisiones parlamentarias, las de castigo especialmente: Etica, Acusaciones Constitucionales y  Fiscalización.

Como se sabe, el burro camina con una mezcla bien dosificada de palo y zanahoria. Cuando la zanahoria no basta, ahí está el palo. Perdida la mayoría en esas comisiones, sin embargo, ya no hay palo para castigar a los rebeldes. 

Y tampoco hay zanahoria en adelante. El incentivo menor para que el partido se hiciera obedecer por la bancada era ofrecer presidencias de comisiones parlamentarias. Ahora habrá menos comisiones que ofrecer. Ha desaparecido tambien la zanahoria mayor: a cambio de obediencia, el puesto en la lista parlamentaria a la reelección. Ya no hay reelección.  

Los partidos se han quedado, pues, sin palo y sin zanahoria con qué hacerse obedecer. En adelante las bancadas les harán caso solo cuando coincidan libremente.

Thomas Hobbes fundó el Estado moderno sobre el principio de autoridad, pero el segundo piso lo construyó John Locke sobre el principio de la libertad de los ciudadanos frente a la autoridad, cualquier autoridad, la del Estado o la del partido. (El tercero lo construyó Karl Marx sobre el principio de la igualdad).

He ahí en breve la historia del Estado moderno, forjada a fuego en los últimos 300 años. La pugna entre el partido y la bancada no podía terminar de otra manera que con el triunfo de la libertad de conciencia sobre la autoridad. Nada va a prevalecer en su contra.

  
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