domingo, 26 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 26 enero 2020



Donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.



MEDIA COLUMNA
Si con caldo mejora,
caldo a toda hora


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


El voto preferencial, creado décadas atrás para sepultar a los partidos políticos, será empleado hoy por última vez en elecciones. Ha sido eliminado ya de la legislación y no tendrá lugar en la cédula de votación de las elecciones del 2021.

El voto preferencial ha sido abolido con el objeto de empoderar a los partidos políticos. Esta decisión de la clase política, no obstante, nace de un diagnóstico equivocado. Y desemboca, por lo tanto, en un remedio errado. 

Veamos. La premisa detrás es que el problema de nuestra democracia se origina en la debilidad de los partidos políticos. Empoderar a los partidos, entonces, debería lógicamente curar a nuestra democracia. ¿Cierto? Falso. Es exactamente al revés. La debilidad de los partidos es la consecuencia de nuestra democracia de baja gobernabilidad.  

Lo que fortalece a los partidos es el éxito en el gobierno en lugar de fracasar sistemáticamente -como les ocurre a todos- por falta de gobernabilidad.  

Es indispensable en una democracia el equilibrio entre el principio de representación y el principio de gobernabilidad. Pero la clase política peruana produce y reproduce constantemente una arquitectura democrática fallida en la que existe un gravísimo déficit de gobernabilidad y, al mismo tiempo, un superávit de representación.

Es una escandalosa sobrerepresentación parlamentaria. Hoy, sin ir más lejos, los partidos políticos que pasen la valla van a conseguir un número de curules proporcionalmente mucho mayor que el porcentaje justo y equitativo de los votos que obtuvieron. Y cada partido creerá representar al pueblo. Pero no es sino sobrerepresentación.  

No es sino el efecto de la decisión de la clase política de que los votos blancos y viciados no sean válidos. Combinado esto en el caldero de brujas con la magia negra de la cifra repartidora, un artificio matemático inventado hace décadas. Irónicamente se hizo con el pretexto de mejorar la gobernabilidad y en los hechos lo que ha producido es sobrerepresentación parlamentaria que ha empeorado la gobernabilidad. 

Al abolir el voto preferencial, la clase política ha vuelto a insistir en el error de creer que, fortaleciendo artificialmente a los partidos políticos con sobrepresentación en el Congreso, va a corregir la falta de gobernabilidad. La clase política sigue creyendo erradamente que puede corregir la falla en la arquitectura de nuestra democracia de baja gobernabilidad con más y más representatividad. Lo que estos médicos empíricos recetan se resume en dos palabras: si con caldo mejora, caldo a toda hora.

Pero lo que falta es gobernabilidad. Se la consigue con un rediseño del equilibrio de poderes. Esa es la verdadera reforma política y no la que introduce más y más cambios al sistema electoral agravando la sobrerepresentación para empoderar a los partidos.

Hoy el elector piensa que debería permitírsele votar por personas y no verse obligado a votar por partidos. Es lo que dice hoy la mayoría. Pero hoy hará uso de su voto preferencial por última vez. Y no lo sabe. Cuando el 2021 vea que ya no existe, comprenderá que fue eliminado para empoderar y sobrerepresentar a partidos políticos en que no confía.  


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viernes, 24 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 24 enero 2020

 

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MEDIA COLUMNA
Falla de carácter


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Un gran candidato debe tener una inagotable capacidad de trabajo. Laboriosidad y fecundidad. Es lo que el mito andino llama el poder del llankay, en quechua.

Pero un gran candidato necesita también lo que el mito llama el poder del yachay, el conocimiento. De detalle incluso, en el caso de cada uno de los temas públicos fundamentales, económicos, políticos y sociales.

Pero tampoco basta.

Porque lo que hace la diferencia entre un gran candidato y uno del montón no es ninguna de esas dos cosas. Lo que hace la diferencia es lo que el mito llama el munay, el poder de la voluntad y el afecto.

Este es el ingrediente que hace posible la química de la interacción de las tres cosas. La magia a la que el mito llama ayni, el intercambio recíproco de las tres condiciones.

En otras palabras, una elección es ante todo una cuestión de carácter. Una falla de capacidad de trabajo o de conocimiento es un error grave. Una falla de carácter es letal.

Sobrevivir a una falla de carácter no es imposible, pero requiere expiación. Dolor de corazón, acto de contrición, propósito de enmienda son los prerrequisitos de una absolución legítima en la confesión católica. Esto no es diferente.

El control de daños de una falla de carácter es improbable, no imposible. Pero solo tiene oportunidad de funcionar si parte de un doloroso sinceramiento –propio o prestado- que restablezca la credibilidad lo suficiente para que el transgresor acceda, primero, a la ocasión de ser escuchado y, luego, a la oportunidad de convencer de que hubo buena fe y no dolo detrás de la debilidad de carácter que la falla ha puesto en evidencia.

Casos de líderes que han sobrevivido a naufragios de este calibre los hay, pero contados con los dedos de la mano. El de Julio Guzmán, para bien o para mal, no parece uno de ellos.



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miércoles, 22 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 22 enero 2020



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Línea de fuerza


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Los dados ya están echados. Solo que no hay nada en juego. No hay apuestas, no hay carga emocional, no hay expectativa. El resultado es un fiasco por adelantado. No le importa realmente a nadie. Es una decepción porque no hay pozo en este juego. No significa nada. No hay nada que ganar, nada que perder. La elección del domingo y el Congreso que resulte de ella es un trámite que la Constitución manda. Si no fuera eso, nadie se tomaría la molestia. Es un engorro.

No se le oculta a nadie tampoco que el Congreso de año y medio no resolverá nada. Será más de lo mismo. Parte del problema, no de la solución. Otro síntoma de la patología de la política peruana. Por eso la mayoría quisiera votar en blanco o viciar su voto, o no tomarse siquiera la molestia de votar.

Sobre las consecuencias para la correlación de fuerzas políticas en lo que queda de este malhadado quinquenio -como ha dicho Juan de la Puente en magistral metáfora-,  el resultado no producirá siquiera una Blanca Nieves con siete enanos, sino un amontonamiento de pitufos –cuatro los más grandes- donde ninguno tendrá el peso político para prevalecer sobre los demás.

Conviene ir extrayendo, entonces, algunas lecciones para la carrera del 21.

La primera es la de la Constituyente de 1978, que tiene alguna similitud con la elección actual, salvo que no existe necesidad de una Constitución. Todos se precipitaron ávidos a las elecciones, salvo Fernando Belaunde. Sabía que el Perú le tenía una deuda de gratitud y que se la pagaría, pero solo una vez, no dos. Impuso por lo tanto a su partido, incrédulo, la decisión de no ir a a la Constituyente. Se quedó fuera. Con ese solo gesto creo una línea de fuerza, una tensión que reclamaba un desenlace. Creó, pues, una obra de teatro. Fundó su propio tiempo. Y ganó las elecciones de 1980.

De sobra sabía Belaunde que las elecciones las gana el personaje, no el actor. El protagonista y su narrativa tienen vida propia en la imaginación de los electores. Todo lo que el actor tiene que hacer es tratar de no traicionar al personaje con particularidades propias. Belaunde se lo explicó a Vargas Llosa en el 90. Como vio que no le haría caso, le dio a entender que la elección ya estaba ganada si lo dejaba administrar al personaje. Llegó a pedirle que desapareciera, que se fuera a escalar el Everest o a hacer un paseo por el Hades, como deben hacer los personajes antes de volver victoriosos. Por supuesto, MVLl no hizo caso. Sobreactuó, le quitó tensión a la obra. Malogró la línea de fuerza.
    
Lo mejor que puede hacer el candidato a la Presidencia que quiera ponerse desde hoy en el partidor para la carrera del 21, que es la de fondo, debe saber que la obra demanda a su personaje y este será –lo es desde ya- el que denuncie enérgicamente a los futuros parlamentarios de año y medio. El pueblo los detesta de antemano y con razón, puesto que no serán sino más de lo mismo. Parásitos del pueblo, podrá llamarlos si quiere. Es lo que se espera de él. El elector aplaudirá disimuladamente, como foca. Ahí está la línea de fuerza.    



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domingo, 19 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 19 enero 2020


 

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MEDIA COLUMNA
Cuatro pelos no
hacen una cabellera


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Robert McNamara fue secretario de Defensa de John Kennedy y de Lyndon Johnson entre 1961 y 1968, y luego presidente del Banco Mundial hasta 1981. Una sentencia suya sobre la guerra y la política decía que el problema es que en ambas siempre se tiene que decidir con menos de la mitad de la información que hace falta para decidir bien.

Eso es exactamente lo que ocurre en las elecciones en general, y especialmente en estas. No es inteligencia o criterio lo que falta a los electores. Es información, data para comenzar. Lo que le alcanzan son detalles sórdidos para descalificar personas. La información permanece oculta. La escamotean la mayor parte de las veces con pases de mago de feria.

La opinión pública es mantenida la mayor parte del tiempo en la oscuridad o en la confusión. No necesariamente de manera deliberada o intencional, sin embargo. Los propios medios son víctimas también de decisiones tomadas con menos información de la que haría falta para decidir bien.

El problema se origina en un estado de aceleración desmedida, una adicción a la adrenalina y la velocidad, un estado de agitación perpetua que se extravía en los detalles de la coyuntura y pierde de vista la cronología. La secuencia de los hechos en el tiempo es la que los coloca dentro de un proceso. Entender el proceso es lo fundamental para que la data sea información, conocimiento y luego, decisión acertada.

Caso contrario, el diagnóstico errado conduce al remedio equivocado y al eterno retorno al punto de partida. Indiferentes al bosque, perdidos en los detalles del árbol, algunes creen destilar sus secretos royendo las raíces más amargas, despreciando el autoengaño infantil del fruto, la rama y el tronco. Uno creería que levantan las alfombras para mirarlas por el revés, ya que la urdimbre y la trama de los nudos revelarían los trucos secretos que maliciosamente oculta el astuto tejedor. 

Así, la falta de perspectiva en el espacio y en el tiempo lleva a la precipitación de darse por satisfechos con cuatro hechos aislados, creyendo que de ellos se puede extraer alguna conclusión. Con cuatro pelos la gente se peina una cabellera.

Decidir en política como en la guerra nunca es fácil, pero más que una cuestión de inteligencia, es una de criterio ante la confiabilidad de la información. Hasta la más humilde de las personas tiene el sentido común más que suficiente para decidir bien. Los peores extravíos son los de quienes con cuatro datos locos creen saber. 
 

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sábado, 18 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 17 enero 2020



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El mal menor


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


Una encuestadora da cuenta de que el 63% en Lima está a punto de votar blanco o viciado si es que no deja de votar del todo. Si es cierto lo que la encuesta sugiere, el artículo 184 de la Constitución dice que el Jurado declara la nulidad del proceso electoral si los votos blancos y viciados alcanzan los dos tercios de los votos emitidos.

Además, mientras más ausentismo y menos votos emitidos haya, mayor probabilidad de que los blancos y viciados alcancen los dos tercios de los votos emitidos.

Pero al margen de que este escenario se concrete –lo que es improbable-, la pregunta aquí es cuál es el mensaje que los peruanos están transmitiendo con este estado de ánimo.

Pienso que no es que no quieran votar, sino que no quieren un Congreso. Ni el anterior ni el nuevo que, por lo que aparece en los medios, sospechan será más de lo mismo. Pero no es que no quieran una democracia, sino que están hartos de nuestra democracia de baja gobernabilidad que no resuelve. Demandan una democracia con gobernabilidad, que resuelva.  

De ahí entonces quizá la relativa aceptación de Vizcarra, aunque sea decreciente, desde que disolviera el Congreso. La marea de la memoria ha traido el recuerdo de Fujimori. Si no es políticamente correcto decir esto, lo siento. Es lo que piensa la gente. Por eso quiere expresar su malestar votando en blanco o viciando el voto o simplemente no votando en absoluto. Sospecho que le entusiasma, además, asustar a la clase política con la fantasía de que se anulen las elecciones. Le divierte poner a la clase política a parir en un disparadero.

La Constitución no dice qué sucede en tal caso. Lo que dice el artículo 134 es que, disuelto el Congreso, las elecciones deben tener lugar dentro de los cuatro meses siguientes. Y el 136 añade que, si no se efectúan en ese plazo, el Congreso disuelto se reúne de pleno derecho y recobra sus facultades (y no se puede descartar que algún gracioso esté fantaseando con esa posibilidad).

Pero ese no sería el caso si la elección se efectuara, pero fuera declarada nula porque dos tercios de los votos emitidos resultaron blancos o viciados. En este caso, para desmayo de los malhumorados electores, no quedaría otra salida que convocar de nuevo a elecciones. Y así sucesivamente hasta que se elija a un Congreso como sea. El castigo de Sísifo, condenado por el mito griego a empujar una piedra cuesta arriba y dejarla rodar abajo solo para volver a empezar.

De modo que mejor ir a votar. Pero no blanco ni viciado, porque esos votos no se contabilizan y usted estará aceptando mansamente lo que decidan los que voten aunque sean pocos. Usted puede elegir entonces entre dos alternativas. La primera, votar por uno de los partidos que llegarán fuera de poste para quitarle el poder al Congreso atomizándolo, de manera que no pueda alcanzar mayoría para nada importante. La segunda, votar por uno de los caballos favoritos, y soportar un Congreso de pocas bancadas sobrerepresentadas que se arrogan falsamente hablar por una mayoría de peruanos. Apueste usted nomás en este casino tirando una moneda al aire. Total, ante tales opciones quién sabe cuál será el mal menor.  
  

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miércoles, 15 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA miércoles 15 enero 2020





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¿Uranio, quién dijo uranio?

Jorge Morelli
@jorgemorelli1




La pregunta es por qué el interés de Irán en América del Sur.

Mary Anastasia O´Grady, la editorialista del Wall Street Journal, ha escrito el domingo “El terror latinoamericano de Soleimani”. Dice que, con la muerte del general iraní Qasem Soleimani, Donald Trump le ha hecho un gran favor a Latinoamérica. Ha dicho que los narcos de las FARC están de luto. Ha incluido entre los desorientados huérfanos a La Habana, Caracas y a su red de cómplices en el DF mexicano, el Foro de Sao Paulo, en Buenos Aires y en Lima. Así, con nombre propio.

Nadie puede decir que Mary Anastasia no sabe. Es la editorialista principal del WSJ para América Latina desde hace largo tiempo. La conocí en Washington en 1984 –a través de América´s Society / Council for the Americas, las instituciones de la familia Rockefeller para todos los asuntos latinoamericanos entre el cielo y la tierra (desde la Quinta Avenida de Nueva York)-, y O´Grady ya trabajaba en la página editorial del WSJ, sección Latinoamérica. Hoy da una vez más en el clavo.

Les hemos visto bien la cara a todos estos en Santiago, en Quito, en La Paz y en Bogotá tratando sin éxito de derrocar gobiernos solo para acabar perdiendo el centro del tablero, Bolivia. Su defenestrado lugarteniente, Evo Morales, hoy está asilado en Argentina por la sociedad de comediantes Fernández & Fernández hablando solo, dando órdenes a fantasmas. Ronald Reagan los habría incluido a todos como personajes menores de lo que en su tiempo llamó el “Eje del Mal”. Mary Anastasia piensa que deben estar muy preocupados porque las operaciones iraníes en Latinoamerica habían pasado inadvertidas hasta hoy.

Nuevamente, entonces, ¿por qué tanto interés de Irán en América del Sur? O´Grady menciona la muerte del fiscal argentino Alberto Nisman en 2015, la noche anterior a su presentación ante el Congreso, luego de haber acusado públicamente a la presidenta Cristina Fernández de encubrir la presencia de Irán en el atentado a la asociación judía AMIA en Buenos Aires en 1994. Nadie dice con certeza hasta hoy que la muerte de Nisman no fue un asesinato. Tampoco se dice con claridad que Irán tenía firmado un contrato de energía nuclear con el gobierno argentino -a cambio del cual, es de suponer, tendría acceso al litio-. Ese contrato resultó anulado en la saga de la durísima investigación de Nisman. Tal vez ese sea su legado.  

Irán lanzó una segunda ofensiva por los recursos naturales sudamericanos, sin embargo. Mary Anastasia recuerda la visita del ministro de Exteriores iraní Javad Zarif a Evo Morales en La Paz en julio de 2019, cuatro meses antes de su caída. Se firmó un memorándum de entendimiento para la transferencia a Bolivia de nanotecnología de uso nuclear. ¿Que pedía Irán a cambio? Abastecimiento de litio boliviano. El mineral tiene usos posibles, además de en las baterías de autos eléctricos, en la fabricación de bombas de hidrógeno.

El lector recordará, por otra parte, el desmedido interés de Evo Morales en el gobierno regional de Puno. Fueron públicas y notorias las reuniones en Bolivia con el presidente regional puneño, su declarado admirador, en las que se propiciaba el abastecimiento al Perú de gas boliviano. De haber sido reelegido Evo, estos angelitos habrían puesto la llave de la energía del Sur del Perú en sus manos. Hasta la fecha sigue pendiente la decisión sobre la concesión del proyecto Siete Regiones, en que la estatal boliviana de gas es uno de los dos postores. No se trata solo de gas por litio, sin embargo. Según estimaciones informadas, en la provicia de Macusani, en Puno, hay también seis millones de toneladas de uranio.

Como es público mundialmente, el objetivo geopolítico que mueve a Irán en el contexto global es precisamente el tema del acceso al armamento nuclear. Esta es la explicación más simple del inusual interés político del lejano Irán en los asuntos latinoamericanos, más allá o más acá de coincidencias meramente ideológicas y diferencias religiosas inconciliables.   


  


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domingo, 12 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 12 enero 2020




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MEDIA COLUMNA
Salgamos de esto


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


El Congreso que será elegido en dos semanas durará 18 meses y no hará nada importante. Tampoco debe tener la fuerza para intentarlo. La reforma política está fuera de su alcance. No tiene lo que hace falta, que es, para comenzar, el diagnóstico correcto.

Hasta algunos supuestos expertos siguen pensando erradamente que se puede corregir la falla de una democracia de baja gobernabilidad como la nuestra reformando el sistema electoral para que haya una mayor representatividad.

El principio de la representatividad no es un valor absoluto, debe estar en equilibrio con el principio de gobernabilidad. Pero la clase política peruana no ha madurado lo  suficiente aun para aceptar una gobernabilidad en equilibrio con la representatividad.

Para eso hay que reformar el sistema de gobierno y no ya, o no solo, el sistema electoral. Porque la falla está en la relación entre los poderes. Nuestra democracia s diciente porque no hay equilibrio de poderes. La tan cacareada separación de poderes es una condición necesaria, pero no suficiente.

Hay que quitarle poder al Congreso para restablecer el equilibrio con el Ejecutivo. No obstante, la clase política teme esta reforma. La escamotea y posterga, porque compromete el actual reparto de poder.

La clase política no tiene la madurez necesaria para renunciar al poder desmedido que posee en el Congreso. Y menos aún la tiene un Congreso de novatos que estarán año y medio y no pueden ir a la reelección.

Este Congreso de transición nada puede hacer para lograr lo que importa. Basta entonces con que se dedique a revisar los decretos de urgencia emitidos por este gobierno saliente, y a intrigar –como si  duda lo hará sin éxito- en torno a cómo restablecer la reelección para el 2021.

Hay que saber lo que es el Congreso para opinar y conocer los límites de lo que puede y lo que no puede hacer en un plazo determinado. Precisamente por eso resulta hoy penoso ver a algunos que sí conocen haciéndose los creyentes y tratando de venderles a los electores la “marca” de su partido tradicional –hoy todos lo son- a sabiendas de que no existe posibilidad alguna de que hagan lo que hace falta.

El elector que no esté de acuerdo con ninguno de ellos y desee expresar su indignación no debe, sin embargo, ni ausentarse de la elección ni votar blanco o viciado. Esos votos no cuentan. Si quiere quitarle el poder al Congreso, como hace falta, lo que debe hacer es votar por cualquiera de los partidos que tenga poca o ninguna probabilidad de pasar la valla. Escoger uno no será difícil. Son dos tercios de los que están en el partidor.  

De esta manera, la representación será lo más dispersa y atomizada posible, no habrá mayoría parlamentaria suficiente para ningún cambio importante –menos aun para una segunda nociva vacancia presidencial en este quinquenio- y ninguna bancada podrá atribuirse con arrogante suficiencia la representación del pueblo peruano.

Salgamos de esto. La batalla por el Perú es el 2021.


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