domingo, 10 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 9 febrero 2019




ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
Trump tuerce
el brazo a la Fed


Jorge Morelli


Esta semana el presidente de EEUU, Donald Trump, invitó a cenar a Jerome Powell,  jefe del banco central estadounidense, la todopoderosa Reserva Federal (Fed). ¿Y eso es una noticia, preguntará el lector? Sí lo es. Porque en el lenguaje político y personal de Trump una invitación a cenar no es una reunión para negociar, es un premio.

La pregunta, entonces, es ¿por qué premia Trump al presidente de la Fed? Y esto tiene su pequeña gran historia.

La Casa Blanca y la Fed han estado enfrentadas duramente desde que Trump advirtió a Powell que no subiera la tasa de interés, el precio del dinero, en diciembre pasado. Pero la Fed –ay- ignoró a Trump.

El Presidente no pudo ser más duro. Dijo públicamente que la Fed era un peligro para la economía de EEUU mayor que la propia China. Añadió que la Fed estaba “fuera de control”. Y la Fed ignoró la advertencia.

Uno puede suponer fundadamente que la Fed hizo esto para no aparecer subordinada al poder político teniendo, como tiene, autonomía constitucional frente al gobierno. O sea, por no dar su brazo a torcer ante todos. Un asunto de apariencias, en suma. Una frivolidad, en el lenguaje de Trump.   

La realidad es que ya habían ocurrido tres alzas de la tasa de interés en 2018 y la justificación para una cuarta no existía. El mandato constitucional de la Fed le ordena subir la tasa de interés cuando hay peligro de inflación. Pero virtualmente no hay inflación en EEUU. Es de alrededor de 2%. Salir, como lo hizo la Fed, a explicar que era necesaria una cuarta alza por razones preventivas de la inflación pareció arbitrario.

La tasa de interés de la Fed es la clave de muchas cosas. Cuando sube, hay un alza del dólar en el mercado global. Ese dólar, que vale más, abarata las importaciones y las multiplica. Las de China, especialmente. Eso anula el efecto de las medidas de Trump en las negociaciones con China. Le quita presión a su posición. Para anular el efecto del alza de las tasas, Trump tiene que amenazar con subir de nuevo los aranceles a China agravando la guerra comercial.               

Eso no es todo. Un alza del precio del dinero encarece el crédito a las empresas, lo que anula el efecto de las medidas de Trump para relanzar el crecimiento de la economía. Ha reducido los impuestos y ofrecido masiva inversión pública en la reconstrucción de la infraestructura del país. ¿Todo esto va a amenazarlo la FED?

No llamó la atención que llegaran rumores de que, luego de la cuarta alza, Trump consideraba seriamente echar del puesto sin contemplaciones –porque el presidente de EEUU nombra al jefe de la Fed- a su amigo Powell, a quien él mismo había nombrado poco tiempo atrás.

¿Por qué, entonces, sin justificación suficiente, dispuso Powell una cuarta alza en el 2018 desconociendo el pedido de su presidente y amigo? Este es un misterio doloroso, pero uno puede arriesgar una hipótesis. La Fed es un organismo privado. A su presidente lo nombra la Casa Blanca, pero sus integrantes son bancos privados representados por los bancos federales de varios estados de la Unión. O sea, la Fed representa el interés privado de la economía virtual de las finanzas. O sea, a Wall Street. Y el hecho es que el dólar fuerte aumenta la entrada de dólares de todo el mundo al sistema financiero de EEUU. Eso es lo que les interesa a los bancos.

Lo que es bueno para la economía virtual de las finanzas, sin embargo, no lo es necesariamente para la economía real. Lo que es bueno para Wall Street no lo es para Main Street. Y este conflicto potencial estaba cantado desde hace mucho. El curso de colisión entre la Fed y la Casa Blanca era perfectamente predecible y así lo advirtió incluso esta modesta media columna.

En su reunión de enero pasado, la Fed dio su brazo a torcer. Anunció que tendrá “paciencia” en su política monetaria y contempla menos alzas de las tasas en 2019. Este retroceso trató de disimularlo la Fed como pudo, vergonzosamente, detrás de un lenguaje risible, con ayuda de miles de analistas de Wall Street.

El hecho es que Trump ganó la partida y la invitación a cenar es el premio consuelo para su amigo Powell luego de haberle torcido dolorosamente el brazo.

  

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miércoles, 6 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 6 febrero 2019


ESTA NOCHE, donde usted se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.


MEDIA COLUMNA
El fabricante del Terror 


Jorge Morelli


El Terror con mayúscula no aparece espontáneamente. El Terror es fabricado para capturar el poder. Con elecciones o sin ellas. 

Este es el modus operandi de la revolución en todas partes, la bolchevique y la de su antepasada, la Revolución Francesa. Es el método de Trotsky y Lenin. Frío, inescrupuloso, el fabricante del Terror es un cuadro político sobrehumano. La revolución “justifica” la acción inmediata, terminal, la decisión fría desprovista de toda compasión para aplastar cualquier intento contrarrevolucionario incluso antes de que asome de manera brutal, decisiva, inapelable. El fabricante del Terror no se detiene hasta la captura del poder. Para eso es el Terror.

Cuando el Terror se ha apoderado de todos los ciudadanos, jueces, funcionarios, periodistas, profesores, militares y religiosos, ya nadie se atreve a oponerse. Tampoco se puede seguir ya los acontecimientos que se precipitan de manera vertiginosa. Con información confusa y contradictoria o sin ella, aterrorizados todos por la violencia física y mental, la opinión pública está lista para aceptar cualquier autoridad que detenga la violencia. Entonces y solo entonces están dadas las condiciones para la captura del poder. Esto se hace de un solo golpe, en un solo día. Es el hecho consumado por excelencia. Es el manual de Trotsky y Lenin, de Fidel y Chávez en Cuba y Venezuela. Una vez capturado el poder, el Terror arrecia hasta aplastar definitivamente toda forma de contrarrevolución. A partir de allí, el Terror es permanente, ubicuo, anónimo, fabricado minuciosamente. Instrumenta al gobierno, a la magistratura, a la prensa. Es difícil detectarlo disfrazado detrás de los principios morales y los prejuicios sociales de la clase media tras los que se oculta. Hay que identificar al enemigo con claridad. El enemigo es el fabricante del Terror.

En nuestro escenario, la lucha contra la corrupción oculta una lucha por el poder. Está  haciendo de la lucha anticorrupción el instrumento y el pretexto para la fabricación del Terror. La prueba de que se desnaturaliza es que, de toda la clase política señalada como corrupta, se encuentra privada de su libertad solamente quien no ha cometido delito. Su prisión es un mensaje: significa “si puedo hacer esto con un inocente, qué no podré hacer con el resto de la clase política, que no podré hacer con el ciudadano común, que no podré hacerte a ti”.

Esto es lo que aplicaron los bolcheviques en Rusia y sus émulos lstinoamericanos en Cuba y Venezuela. Es una técnica en estado químicamente puro. Sirve para capturar el poder. Para combatir el Terror, entonces, lo primero es hacer la pregunta correcta: quién es el fabricante del Terror. La pregunta correcta ya es la mitad de la respuesta.


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lunes, 4 de febrero de 2019

ESTA NOCHE sábado 2 febrero 2019




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MEDIA COLUMNA
Hijos dependientes


Jorge Morelli


La caviarada local se considera digna descendiente del pensamiento socialista europeo. Celebra el cincuentenario del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada -solo de la Primera Fase de Juan Velasco Alvarado, desde luego-, que finalmente hizo en el Perú la reforma agraria desastrosamente. “Rápido, aunque sea mal”, reza un dicho castrense peruano.

Pero la caviarada no sospecha la verdad. En realidad, la reforma agraria es la primera de las “reformas-vacuna” que el partido Demócrata de Estados Unidos en el poder recetó  para acabar con la desigualdad en América Latina luego de que Fidel Castro tomara el poder en Cuba el 1 de enero de 1959. Esto porque, aseguraba, la desigualdad latinoamericana incubaría revoluciones castristas en todo el hemisferio.

Hace poco, el tema ha sido revisado por Alan Greenspan, el ex presidente de la Reserva Federal (Fed), el banco central de Estados Unidos, que ha publicado Capitalism in America. A History. El coautor es Adrian Wooldridge. El libro es comentado por Mark Skousen en The American Conservative de enero. Cito a Skousen: “A Roosevelt le siguieron las administraciones benignas de Truman, Eisenhower y Kennedy que resultaron en una edad de oro del crecimiento en la pos guerra. Pero luego vino Lyndon Johnson, que sacó provecho del asesinato de Kennedy empujando una ´masiva expansión del Estado de los derechos (de bienestar, digamos)´ con Medicare, Medicaid, bonos alimenticios (food stamps) y el programa Ayuda para Familias con Hijos Dependientes. Como resultado, el gasto público y la deuda se inflaron como un globo y ´el gobierno comenzó a fracasar en todo lo que tocaba, desde la lucha contra la pobreza hasta la guerra con Vietnam del Norte”, cita Skousen a Greenspan.

Luego vino Nixon, continúa Skousen, y nuevamente citando a Greenspan anota que Nixon “presidió sobre una expansión del Estado de derechos mayor aún que la de Johnson´ añadiendo controles de precios y salarios, creando nuevas agencias gubernamentales, como la Agencia de Protección del Medio Ambiente, y sacando a Estados Unidos del patrón -oro”. 

Ahí está la clave. Al romper Nixon el nexo del dólar al oro -a la tasa fija acordada en Bretton Woods en 1946-, el valor del dólar pasó a depender de la oferta y la demanda en el mercado global. El dólar se devaluó a la mitad. La reacción árabe -que pasó a recibir la mitad por el mismo petróleo- fue aumentar cuatro veces su precio. En 1973, la crisis de la energía apagó la luz a la economía global. Fue el día en que murió la música.

El resto de los 70 serían la era del estancamiento con inflación. “Stagflation” le llamaron. (Una anécdota: para ahorrar gasolina, Velasco impuso en el Perú el uso de calcomanías de colores en los automóviles. Las blancas circulaban los lunes, miércoles y viernes; las rojas los martes, jueves y sábados. Resultado: los que pudieron compraron un segundo escarabajo u otro Toyota. Eran lo único que circulaba en la época).       

Fue esa cadena de acontecimientos lo que arruinó la economía de Occidente. La consecuencia del gasto masivo en la guerra de Vietnam y el culposo Estado de bienestar norteamericano. Lo dice Alan Greenspan, de puño y letra.

Curiosamente, le tocó a Greenspan lidiar con las consecuencias de esa historia. Presidió la Fed durante toda la época en que se incubaron las burbujas globales que vendrían a estallar una tras otra hasta desembocar todas en el colapso de la megaburbuja global de 2008. La economía mundial aun no se recupera de eso, y se discute la responsabilidad de la Fed de Greenspan en las hipotecas “subprime” y otras ficciones financieras ante las que falló clamorosamente por omisión. Es por eso que Greenspan escribe el libro, para deshacerse de la culpa. Según Greenspan, enonces, los responsables originales del desastre fueron los presidentes americanos Johnson y Nixon. 

Hoy la única solución para esto es volver a fijar el valor de las monedas globales a un referente universal del valor, el oro u otro. Si no lo hace Estados Unidos con el dólar, lo hará China con el yuan.

En lo que a nuestro pequeño escenario se refiere, rígida y anticuada como es, la caviarada local sigue añorando la vieja receta de esas reformas-vacuna americanas sin sospechar quiénes son sus padres. Viejos como están son, hasta hoy, hijos dependientes.

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domingo, 3 de febrero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 29 enero 2019





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MEDIA COLUMNA
Jefes e indios


Jorge Morelli


Víctor Andrés Ponce exagera para fines didácticos cuando llama “soviets” a los gobiernos regionales de Puno, Junín, Moquegua y los partidos aspirantes de la izquierda radical que ya hizo su primer ensayo teatral en Huancayo y anuncia tres más.

¿Qué están tramando estos gallos? 

No tienen forma de ponerse de acuerdo en lo ideológico, de manera que piensan contentarse con un plan B: pegar entre sí los retazos de un programa común. Ya veremos la consistencia de ese programa común.

Por lo pronto, lo urgente es que uno de ellos sea ungido jefe. Cohabitar en una misma tienda de un solo jefe, sin embargo, es algo a lo que no están ni remotamente habituados, educados como están en el juego letal del más radical, aprendido de Lenin, Trotsky y Stalin. Si no consiguen superar su incurable desconfianza -es el karma del radicalismo- cada encomendero se quedará por su cuenta con sus indios.

Este asunto de los jefes y los indios es crucial. En teoría podrían mantener sus tiendas separadas dentro de un mismo frente electoral, pero el enigma mal resuelto de la identidad del jefe único va a desplazarse y disfrazarse de un debate sobre el programa. Aquí reaparece entonces la contradicción.

Para marcar su terreno en todas las esquinas, la competencia va a ser sobre cuál es el programa más radical, más revolucionario, más antiminero, más antisistema. No obstante, el frente único necesita que concesiones al programa del otro. Es la cuadratura del círculo. Generaciones anteriores de radicales sucumbieron ante ella. La generación actual recién va a descubrirla.   

No obstante, es forzoso tomarlos seriamente y examinar comó sería ese “programa común”. Afortunadamente, han tenido la transparencia de adelantárnoslo. Se trata de siete puntos destinados a ocultar que se trata de uno solo, un único “plan”.

Una nueva constitución con su respectiva asamblea constituyente a la venezolana es lo primero en el “programa/plan” para copar todo el poder. Faltaba más.

El “plan” incluye, luego, revisar todos los contratos-ley de concesión de recursos naturales. ¿Para entregar la propiedad del subsuelo a las comunidades andinas y amazónicas poseedoras del suelo? No. Los recursos naturales tienen que seguir en manos del Estado. Si no, ¿cómo va a hacer la revolución un Estado sin el control de los recursos naturales?

El “plan” incluye su instrumento: la “autonomía de las regiones en cuanto a zonificaciones económicas y ecológicas”. Apunta a expropiar las concesiones privadas mineras, energéticas y forestales. Redondea el ”plan” una descentralización tributaria y fiscal, de manera que cada región cree sus impuestos, los recaude con su propia mini Sunat y los gaste como crea conveniente. O sea, varios países: uno para cada jefe con sus indios.    

Respecto de los “indios”, finalmente, el “plan” de sus jefes prevé que las comunidades andinas y amazónicas se contenten con una “consulta previa de carácter vinculante” y con lo que el futuro Estado revolucionario les dé a título de “reparto de utilidades de las trasnacionales”. Hay una contradicción insoluble en esto, que atraviesa el centro mismo del “plan”, pero pasa inadvertida para los jefes. Hay, por último, unos “gremios y organizaciones sociales reprimidas”. No son un problema, porque los jefes les ofrecen un “trato”. No preguntemos más, es un misterio gozoso.

Hace bien Víctor Andrés Ponce en llamar “soviets” a este orden de cosas en el que cada jefe tiene el suyo. Lobueno es que la izquierda radical nos ha adelantado su “plan” y ya sabemos cómo combatirlo: es calco y copia del chavismo. Con razón no pueden denunciar a Maduro.
   

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lunes, 28 de enero de 2019

ESTA NOCHE sábado 26 enero 2019





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MEDIA COLUMNA
Más allá del naufragio

Jorge Morelli


Muchos de buen corazón se duelen hoy de que Alberto Fujimori regrese a la prisión. Pero más habría valido un poco de inteligencia a tiempo y advertir que la vacancia de la Presidencia de Pedro Pablo Kuczynski iba a arrastrar consigo inexorablemente la anulación del indulto de Fujimori. En quienes la aplaudieron entonces los llantos están demás ahora. No se derroca al poder sin consecuencias.

Los de sentimientos encontrados dirán que Kuczynski tenía que irse porque era supuestamente un corrupto. Supuestamente corruptos eran también según muchos Toledo, García y Humala. Y, sin embargo, nadie planteó nunca su vacancia en serio. Fueron investigados o procesados solo al final de sus gobiernos. Kuczynski debió serlo también. Ninguno de ellos está en la cárcel hoy. Solo Fujimori, con sus ochenta años a cuestas, doce de ellos en la cárcel. Arrastrarlo hasta allí hoy nuevamente con peligro de su vida no es una venganza política, es un acto de la turba.

Nada hizo su partido para ayudarlo mientras tuvo mayoría parlamentaria absoluta. Los griegos dirían que al permitirlo, sin saberlo, Keiko Sofia Fujimori Higuchi violó las leyes de los dioses por acatar las de los hombres. Es la antítesis de la Antígona de Sófocles, que violó las leyes de los hombres por seguir las de los dioses. Antígona pagó por ello con su vida en la tragedia. Keiko Fujimori paga injustamente con su  libertad. Y su prisión, injusta como es, apenas si  provoca la compasión del pueblo peruano agradecido a su padre.

Todas las historias son la misma historia. Desde los mitos de los pueblos primitivos hasta las narrativas políticas. Siempre hay un río o un abismo que atravesar lleno de peligros donde el héroe puede naufragar, caer. De hecho, asi ocurre siempre. La historia es la de su regreso.

Fríamente, no obstante, las leyes de la materia dicen otra cosa. La segunda ley de la termodinámica se refiere al destino final de todos los procesos. Conducen a la entropía, ceden al desorden, al caos y finalmente a la inercia del cero absoluto donde ya nada se mueve. Ni siquiera los corazones.

Según las leyes de la materia, entonces, todos los héroes mueren en el naufragio, inexorablemente. Pero lo que los mitos y los rituales primigenios dicen y repiten y la literatura recoge incansablemente desde el comienzo de los tiempos es que el espíritu humano se sobrepone a ese destino, porque hay algo incluso más allá del cero absoluto. Desde la Odisea, el héroe sobrevive al naufragio, se reinventa a sí mismo. Los pretendientes no tienen lo que hace falta: carisma, significado, palabra.

El mito funda su propio tiempo y muere solo cuando lo ha consumido. Aun en prisión el trabajo de Alberto Fujimori no ha concluido.

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sábado, 26 de enero de 2019

ESTA NOCHE miércoles 23 enero 2019


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MEDIA COLUMNA
Breve historia de la
guerra del narco


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Es una amarga realidad que el hilo conductor de la historia de Latinoamérica en los últimos años sea la del proceso de producción y distribución del narcotráfico hacia el mercado global.

La corrupción y la violencia desatadas en el  norte de México, a lo largo de toda la frontera con EEUU -que hoy se intenta cortar con el muro de Trump, que ha causado el cierre de la administración de EEUU-, han marcado indeleblemente a las sociedades involucradas en esta historia.

Fue el cartel de Sinaloa -el del Chapo Guzmán- el que finalmente logró imponer su dominio absoluto a los demás. Consiguió articular la cadena productiva y de distribución subordinando desde Sinaloa por varios años a los patrones de las ciudades fronterizas de Juárez /El Paso a medio camino entre los dos océanos, desde Tijuana en el Pacífico hasta Nuevo Laredo en el Golfo. Los últimos delirantes proyectos de expansion de la red global del Chapo llegaron no solo a toda Europa, sino a Turquía y hasta Malasia.

El Chapo -hoy extraditado y recluido en una prisión de Nueva York- se sintió por un momento el amo del mundo. Tal vez lo fue. Nunca llegaron tan arriba los capos del narcotráfico que le precedieron. Ni siquiera el famoso señor del cartel colombiano de Medellín, Pablo Escobar, muerto hace ya más de veinte años y venerado en esa ciudad. Menos aún los sofisticados dueños del cartel de Cali, desplazados por los mexicanos años atrás luego de la derrota final de ambos cárteles por el gobierno colombiano y la DEA norteamericana en el contexto del Plan Colombia contra el narcoterrorismo.  

Hoy un testigo en el proceso penal del Chapo ante la jurisdicción norteamericana afirma -sin prueba fehaciente- que el cartel de Sinaloa entregó 100 millones de dólares a la campana electoral del mandatario mexicano que en diciembre pasado dejó la presidencia. Esta historia no ha terminado ni remótamente. La situación ha puesto a prueba al nuevo gobierno mexicano. El robo masivo de petróleo de los ductos cercanos a la frontera -que ha producido un atentado masivo que ha matado a decenas de personas- está manejado por los cárteles hoy disgregados de lo que fue el imperio del Chapo, han abierto decenas de túneles a lo largo de la frontera por donde abastecen de combustible a ciudades del sur de EEUU y distribuyen por todo el inmenso territorio de ese país la cocaína que viene de Colombia y del Perú.      

Lo más alarmante de esta historia, sin embargo, es la hipótesis que se abre camino cada vez más -incluso hasta las redes de producción de series de television de consumo global-: que en México y en Colombia, la unificación de los pequeños patrones en un solo gran cartel ocurrió luego de una cruenta guerra entre ellos y fue posible solo porque en ambos paises hubo gobiernos locales y nacionales que pactaron con el capo más fuerte para "pacificar" a cualquier costo y lucrar de esa complicidad política y económicamente.
  
Hoy, el nuevo presidente colombiano, recién llegado al poder, le ha declarado la guerra a los narcos nuevamente. Ha confesado hace poco el secreto mejor guardado de Colombia: que existen actualmente 170 mil hectáreas de coca en producción en ese país. Eso es más de lo que jamás hubo en el Perú (125 mil antes de que el gobierno peruano las redujera a 34 mil a mediados de los 90). La respuesta en Colombia: un coche bomba por primera vez en décadas, ha asesinado nuevamente.

La guerra colombiana contra los narcos viene de nuevo. Este es el fruto del fiasco del acuerdo de paz del gobierno anterior, un triste sainete que en su momento los colombianos creyeron de buena fe.

Desgraciadamente, el llamado “efecto globo” hará que la guerra colombiana empuje los cultivos de coca nuevamente hacia el Perú, el primer punto de la cadena desde siempre. Y el gobierno peruano, enfrascado en la lucha contra la corrupción del soborno en la obra pública, no repara aun en lo que viene. La raíz más profunda de la corrupción está en el narcotráfico. El gobierno no puede esperar a que, como en Colombia, recrudezca nuevamente la violencia urbana del narcoterrorismo para darse por enterado.           


domingo, 20 de enero de 2019

ESTA NOCHE sábado 19 enero 2019



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MEDIA COLUMNA
Noticias de las dos orillas


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
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Los gobernadores regionales de Puno, de Junín, de Moquegua, los jefes del Más, de Nuevo Perú, del Frente Amplio, dirigentes todos de la izquierda radical, se reúnen en Huancayo en este momento para tantear cuál de ellos los representará a todos en las elecciones del Bicentenario.

El elegido reclutará luego a los mascarones de proa de la izquierda caviar que pondrán astutos asesores y medios a disposición del comité de campaña y una pléyade de académicos surtidos, sastres duchos en coser el programa electoral con los retazos de la pasarela electoral de 2016. 

La izquierda empieza siempre así sus campañas electorales, y entrando a la recta final se quiebra. (El jefe de Juntos por el Péru no asiste a Huancayo, por ejemplo, porque está ofendido por los comentarios de un camarada).

Pero esta vez hay algo nuevo. Esta vez tienen razón en comenzar temprano su danza ritual de la ruptura, para exorcizarla. Nunca han tenido una mejor oportunidad de llegar al poder, porque en la otra orilla el descalabro de Fuerza Popular ha creado un vacío pavoroso.

El vacío es llenado momentáneamente por el gobierno de Martín Vizcarra. Solo por ahora, sin embargo.

Si el Presidente decidiera dejar de lado la idea de ir a la reelección, como debe, esa decisión política fundamental le dejaría las manos libres para acometer las reformas económicas que el Perú necesita. Si tiene éxito en la empresa, será un candidato de fuerza para las elecciones de 2026.

Pero las reformas pueden ser políticamente costosas. Invertir su capital en ellas es lo que el Perú le pide. Pero la decisión política de hacerlas deja a Vizcarra fuera de la carrera electoral del Bicentenario. No puede hacer las dos cosas, reformar y candidatear, al mismo tiempo. Son escenarios políticamente incompatibles.

Si Vizcarra va a la reelección, por el contrario, peor aun. Será un candidato rengo, con una falla de legitimidad de origen que proveerá a la caviarada de toda clase de argumentos constitucionales en su contra (para regocijo íntimo del radicalismo antiminero que ya recolecta piedras mientras se burla con sorna de sus útiles tontos jurídicos).

En cualquiera de los dos casos, lamentablemente, el vacío reaparece en la orilla opuesta. Con lo que ya ha comenzado en las filas del empresariado la búsqueda de un Bolsonaro.

Uno más moderado, de preferencia, en cuanto a un conservadurismo que juzgan innecesario, pero inamovible en materias de reforma económica y de reconstrucción de una autoridad política.            

No hay, sin embargo, garantía alguna de que el Bolsonaro en cuestión aparezca en el horizonte. Motivo por el cual la izquierda radical ha visto la oportunidad del siglo. Por eso se reúne hoy prematuramente, a explorar lo que en otro tiempo solía llamar el “nivel de conciencia” no de las masas en este caso, sino el de los dirigentes.

Quizás no sospechan aún que ya no hay “masas”. El mercado político está totalmente segmentado y apelar a unas masas inexistentes revelaría no solo un completo despiste, sino un programa politico objetivamente reaccionario.

Es posible que esta vez la izquierda logre eludir ese error, pero siempre se puede contar con que no lo consiga. Aún así, sería una pobre estrategia para la otra orilla confiar en que eso ocurra.    

   
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