jueves, 25 de octubre de 2018

ESTA NOCHE miércoles 24 octubre 2018



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MEDIA COLUMNA
El círculo de la corrupción

 
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Tomo prestado el título del libro de Eduardo Vega y otros autores publicado recientemente, que expresa la imagen correcta para el diagnóstico de lo que hemos vivido.

El círculo de la corrupción tiene cuatro partes: comienza en el Estado cuando un gobierno nuevo define la lista de megaproyectos que quiere llevar a cabo; sigue por las empresas constructoras, que se reparten las megaobras fingiendo respetar las licitaciones; continúa por los operadores, que reciben el dinero de las empresas y lo trasladan, en cuarto lugar, a los partidos politicos, no a este o a aquel, sino a todos. Cualquiera de ellos llega al  gobierno, hace su lista de megaproyectos y el círculo comienza nuevamente. Esto funcionó en gran escala en Brasil y fue luego exportado a América Latina.

El virus de la corrupción se expande por contagio: empresa que no entra al mecanismo quiebra; partido que no entra al circulo pierde. La corrupción es como el agua. Si se mete al bote, no se culpa al agua, que cumple una ley de la física. Igual la corrupción, hay que mantenerla a raya. Si se infiltra, la causa está en una falla en la arquitectura de la institución.

En nuestro caso, la corrupción comenzó en Ancash con una transferencia masiva de recursos presupuestales que las regiones claramente no iban a poder manejar. Se trasladó luego al Callao. Se construyó en ambos casos una red de politicos y jueces locales. Finalmente, fue trasplantada a nivel nacional y luego descubierta públicamente.

Ante la metástasis del cáncer en el país, la pregunta pertinente es por qué no se la detuvo en su fase inicial, por qué no hubo reacción oportuna.

La respuesta es que la regionalización fallida había destruído el equilibrio interno del poder Ejecutivo entre los tres niveles de gobierno: nacional, regional y local. Cuando la corrupción se apoderó de las regiones, la única respuesta del gobierno nacional fue el tímido ensayo del Ministerio de Economía de cerrarle a la región el caño de los desembolsos presupuestales. No existía ningún mecanismo que permitiera hacer otra cosa. No hubo gobernabilidad que permitiera tomar la decisión política necesaria.

Cuando el cáncer avanzó luego al nivel nacional, tampoco hubo modo de intervenir en los desmanes del poder Judicial porque en el Perú -a diferencia de todo el resto de Sudamérica, Centroamérica y Norteamérica- ni el poder Ejecutivo ni el Legislativo tienen entrada desde hace décadas en el nombramiento de los jueces supremos ni en el poder Judicial. Una malentendida autonomía, una falsa separación de poderes se sustituye al equlibrio de poderes condenando al Perú a una democracia de baja gobernabilidad.       

Lo que hace falta ahora es entender la magnitud exacta de la enfermedad y su remedio. Como todos los círculos viciosos, el de la corrupción tiene un punto -y solo un punto- en el que puede ser quebrado. Hasta el momento, hemos equivocado ese punto. Se parte de la premisa errada de hacer de la justicia el mecanismo para acabar con la corrupción. La justicia no puede hacer eso. Los magistrados juzgan a personas, no sistemas políticos fallidos.

El punto en el cual se puede quebrar el círculo de la corrupción no es el de la persecución que politiza la justicia acusando a los partidos de ser organizaciones criminales. El punto que permite quebrar la corrupción está en el lado opuesto, en las empresas, y es el que permite abrir el mercado a la competencia global en las licitaciones públicas. Lo que creó el circulo de la corrupción en el Brasil fue el mercado cerrado, un proteccionsimo mercantilista en favor de un grupo limitado de empresas locales que excluyó a las empresas de fuera. Tarde o temprano eso iba a quebrarse. Comenzó con la FIFA y el Mundial de Brasil.

Hoy, abrir las ventanas a la competencia global es lo que despejará esta atmósfera viciada. Ya vemos a empresas globales llegar al país a participar en licitaciones públicas. Sería crucial hoy que las instituciones académicas locales y globales -desde Naciones Unidas hasta la cooperación externa- inviertan recursos en el diseño de lo que podríamos llamar el “modelo de la licitación anticorrupción”.

Es una herramienta para reducir al mínimo la ocasión de que la corrupción se infiltre. Un navío en el que el agua no puede entrar.


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