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MEDIA COLUMNA
El 18 Brumario
de Martín
Vizcarra
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Luego
del 30 de setiembre, una vez más el Perú está partido exactamente de la misma
manera y por el mismo lugar que lo estuvo el 5 de abril.
De un
lado de la línea delgada se hallan quienes denuncian que el gobierno ha dado un
golpe de Estado y que la democracia se ha perdido. Del otro, quienes están a
favor de que el gobierno haya cerrado el Congreso a pesar de haber pasado por
alto las reglas constitucionales.
Hay
una contradicción aparentemente insoluble. Hace falta el marco en que puede ser
absuelta.
Ese
marco lo proporcionó hace años Samuel Huntington.
Todo
comenzó en la Universidad de Yale hace más de 60 años cuando el profesor Robert
Dahl acuñó el término poliarquía para referirse a una democracia no digamos
ideal, pero sí lo que más puede acercársele sobre la faz de la Tierra. Un
tipo-ideal, una herramienta de trabajo, digamos, según el término de Max Weber.
Le siguió los pasos en Yale otro gran profesor español de Ciencia Política,
Juan Linz. El problema era la definición precisa del régimen de Francisco
Franco. No era un totalitarismo como el de la Alemania nazi o la Rusia comunista.
Linz le llamó autoritarismo. En tercer lugar, un discípulo de ambos en Yale,
Guillermo O´Donnell, cerró el triángulo al estudiar por qué las democracias
–que llamó delegativas- son débiles e inestables. Se dedicó al análisis de las
transiciones del autoritarismo a la democracia.
Pero
fue Huntington el primero que reparó en la dinámica del sistema: lo llamó “modelo
dialéctico”. Involucra el proceso en que una democracia de baja gobernabilidad
–que es, digamos, la tesis- incuba su propia antítesis en el autoritarismo en un
18 Brumario mil veces repetido desde Bonaparte, desde Julio César.
Lo más
importante es su posible evolución posterior: el salto cualitativo hacia la
síntesis de una poliarquía. Ese es el marco en que se absuelve la falsa
contradicción. Pero tiene que ser deliberadamente diseñado. No ocurre solo.
El salto, por lo mismo, no es inevitable. Puede demorar indefinidamente,
precisamente porque depende de la decisión política y no de fuerzas mecánicas. Es
una trampa en la que una sociedad puede quedar atrapada por décadas -y hasta
siglos, como es nuestro caso- recayendo de la democracia de baja gobernabilidad
en el autoritarismo solo para hacer luego la transición nuevamente hacia una democracia
de baja gobernabilidad sin dar nunca el salto cualitativo hacia una democracia
en serio.
Esto
es lo que nos pasa a los peruanos desde la fundación misma de la República. Pero
es una falsa contradicción. El modo de resolverla y escapar de la trampa es
tomar la decisión política de rediseñar el equilibrio de poderes y fundar una democracia
en serio, con alta gobernabilidad. Es lo que el Perú debe hacer ahora.
Es el
mismo proceso que siguieron las democracias europeas, muchas solo después de
dos guerras atroces. Pero Francia lo hizo en relativa paz, en 1958, con la decisión
política crucial de fundar la Quinta República.
Esa
debió ser la lección del 5 de abril de 1992 y hace falta todavía que sea, 27
años después, la del 30 de setiembre de 2019. No perdamos más tiempo.
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