domingo, 23 de junio de 2019

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Las guerras de la electricidad

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Cuando el Estado peruano decidió cambiar la base energética del país del petróleo al gas cometió un error. Al lado de la Cordillera de los Andes, el Perú debió girar hacia la energía hidroeléctrica.

Lo demuestra hoy Jorge Baca Campodónico en su Linterna de popa en esta misma edición: las hidroeléctricas podrían abastecer sus necesidades por los próximos 50 años. Las 20 que se pensó construir en el Marañón en el 2011 habrían abastecido 60 mil megawatts, suficientes para medio siglo.

A mediados de 1944 –recuerda Baca-, Santiago Antúnez de Mayolo exploró el Pongo de Manseriche en el Marañón buscando dónde construir una represa para crear una caída de agua. Encontró el lugar en Huancanque, aguas arriba de Borja, donde el río se estrecha entre paredes de roca. Me consta. Me lo narró mi abuelo que estuvo allí (y casi pierde la vida cuando su bote se volcó en el turbulento Marañon. Pudo salvarse es porque se fue acercando a la orilla dejándose llevar por la corriente sin luchar contra ella). Decía mi abuelo que Antúnez de Mayolo había literalmente dibujado en su mente la represa. Baca recuerda que tendría una caída de 60 metros que generaría 7,550 megawatts, lo suficiente para casi reemplazar lo que producen hoy las generadoras de electricidad a gas.

A comienzos de la década –añade Baca-, la producción de energía hidroeléctrica representaba más del 80% del total. Hoy es solo el 50%. “La causa de esta sinrazón –añade- fue la moratoria de construcción de hidroeléctricas por diez años introducida para beneficiar el proyecto de gas de Camisea”. Confirma lo que venía sospechando esta columna: el Estado necesitó crear una demanda que no existía para poder colocar el gas y desplazó a la generación hidroeléctrica de la producción de electricidad.

Fue una doble trampa. Por un lado, el objetivo fue exportar el gas y masificar el consumo. Mientras la infraestructura no estuviera en su sitio, sin embargo, había que crearle provisionalmente un mercado al gas en la generación de electricidad y una competencia desleal para las hidroeléctricas. Esto explica quizá por qué el Estado permitió a las termoeléctricas a gas declarar costos que no eran reales: para que pudieran competir. Luego, ya sabemos. Como siempre en el Perú, lo provisional se volvió permanente. La construcción de la infraestructura del gas quedó enredada en la corrupción. El mercado de consumo que se iba a generar no alcanzó la magnitud necesaria. Los chilenos encontraron alternativas en la energía solar para sus minas. Y el autoengaño de los costos se volvió una trampa de la que el Estado no sabe ya cómo escapar.
  
El gas es un recurso que debe usarse para una industria petroquímica. Es un hidrocarburo, no es carbón. Quemar el gas para generar calor con el cual producir electricidad es poco menos que un crimen, un pobre uso de un recurso no renovable. Y además, quemarlo es contaminante. En el futuro necesitaremos cantidades exponencialmente mayores de electricidad. Tendremos que pasar ahora de la base energética del gas a la de la hidroelectricidad y abandonar el desperdicio monstruoso de ese recurso que pretende desconocer hasta las leyes de la termodinámica. La generación de calor es la más ineficiente de las formas de emplear la energía.



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