jueves, 6 de junio de 2019

MEDIA COLUMNA miércoles 5 junio 2019




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MEDIA COLUMNA 
Perdiendo la guerra

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Hemos abandonado las fronteras. Le hemos abierto las puertas al enemigo.

Que un miembro del Gabinete se tome la libertad de opinar contra la Constitución que el Estado peruano debería retornar a la actividad empresarial en “sectores estratégicos” –ese era el lenguaje de la falsa revolución del velasquismo de entonces y el de los reservistas del “etnonacionalismo” de hoy- se debe a que la noción falaz del estatismo -del Estado como protagonista de la redención nacional- sigue profundamente enraizada en el subconciente colectivo.

No se había atrevido a dar rienda suelta hasta hoy a ese lenguaje rancio. Hoy le da rienda suelta en el río revuelto engendrado en el país por el radicalismo antisistema que ve acercarse la hora de capturar el poder.  

Que el Presidente, la cabeza de la democracia, salga a enmendarle la plana a ese ministro ante los medios en lugar de cesarlo en el acto o exigirle públicamente su renuncia, es una señal, un acto de debilidad que le costará caro al mandatario. Que el Primer Ministro, su jefe inmediato, permanezca en silencio sin desmentir enfáticamente semajante cosa es otra señal: la prueba de que ese intocable está respaldado por la caviarada parlamentaria de tontos útiles del radicalismo que, al ver acercarse la captura del poder, lanza globos de ensayo para medir la capacidad de reacción del gobierno solo para comprobar que no tiene ninguna.

El paralelismo es chocante con la Segunda República española, la República Italiana y la Cuarta República francesa, hijas todas de democracias de baja gobernabilidad -muy parecidas a la nuestra- que incubaron su propia antítesis: el autoritarismo que luego capturaría el poder. Lo mismo que el débil gobierno de Kerensky ante el embate de los revolucionarios bolcheviques en la Rusia de 1917, o la nefasta república de Weimar de la Alemania de la entreguerra, asediada por el partido nazi que preparaba la captura del poder. Son hermanas gemelas las dos patologías del Estado del siglo XX: el comunismo y el fascismo. Son la reacción a las democracias de baja gobernabilidad.

Hay quienes de buena fe atribuyen al gobierno actual los males de nuestra democracia. Esto es de una ingenuidad conmovedora. Lo mismo sería culpar a Kerensky de la acción política de Trostsky, o a Hindemburg de la caída de Alemania en manos de Hitler. Ellos perdieron la guerra por luchar contra el enemigo equivocado.

Ganar una guerra comienza por identificar correctamente al enemigo. Si este consigue disimularse y operar escondido tras un colorido abanico de tontos útiles, ese es el síntoma inconfundible de que la guerra está perdida de antemano. Basta recorder los largos años que nuestra propia lucha contra el terrorismo senderista se prolongó innecesariamente por las falsas etiquetas que sus tontos útiles le entregaron gratuitamente. Y que siguen entregándole hoy al radicalismo antisistema engañosamente disfrazadas detrás de la minipulación de los derechos humanos o la falsa defensa de la democracia.    

Es hora de poner fin al autoengaño. Estamos perdiendo la guerra en primer lugar porque las fronteras han sido abandonadas y el enemigo ya no encuentra resistencia.  



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