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MEDIA COLUMNA
Nada es a
prueba de idiotas
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Las empresas
legítimamente interesadas en proteger el modelo de una economía en libertad jamás
debieron dar semejante cantidad de dinero a los partidos politicos. Debieron ofrecérselo
a los think tanks de quienes podían dar la batalla política, y apoyar a los
medios de comunicación que pudieran acogerlos. Así es como se gana una batalla
política. No arrojándole dinero al problema.
Habría sido una
inversion no solo infinitamente más eficiente en resultado, sino
absolutamente inobjetable desde un punto de vista ético.
No somos pocos
los que hace décadas, desde medidados de los 80, tocamos puertas para pedir a las empresas apoyo para institutos que pudieran dar respuesta al falso desafío intelectual del enemigo. Era para dar la batalla,
contestar y competir en su propio terreno con las ONG de izquierda
financiadas desde fuera. No era difícil vencer.
Sus productos eran mediocres por estar construidos sobre cimientos endebles y con arquitecturas fundadas en premisas falsas y lecturas ideologizadas que podían refutarse fácilmente con solo atender al proceso de la realidad
sin prejuicios.
Pero algunos empresarios sienten solo desprecio por los intelectuales,
incluso por los que podían defender el principio constitucional de que la iniciativa privada es libre. En vez de eso, prefieren campañas mediáticas entregando verdaderas fortunas a los
partidos para que ganen elecciones instrumentando medios
para aturdir a la opinión pública y sembrar el miedo para acorralar el voto. Eligieron
el camino ilegítimo solo porque no era ilegal. Nada es a prueba de idiotas.
Hay tontos convencidos de que el dinero es omnipotente y produce resultados instantáneos. El dinero no lo puede todo, el lavado de cerebro es más poderoso. El enemigo ha hecho su trabajo minuciosamente, paso a paso, en etapas perfectamente conocidas:
desmoralización, desestabilización, captura del poder. Desmoralizar a un país toma
20 años. Se ha completado el proceso cuando el pueblo es avergonzado y humillado diariamente y convencido sistemáticamente de que su patria es
una trampa sin salida.
No somos pocos,
sin embargo, los que recordamos bien la década en que vencimos a la
hiperinflación, al terrorismo senderista y al emerretista en la embajada
japonesa, la década en que redujimos a un tercio las hectáreas sembradas de
coca, en que firmamos la paz para siempre con un país hermano. Creo no
equivocarme si digo que los peruanos estábamos orgullosos del Perú.
Si hace 20 años
hubiéramos podido hacer el trabajo paciente de apelar a la lucidez, de crear
una narrativa que alcanzara a todos los peruanos significados para su historia
de los que estar orgullosos, habríamos evitado la desmoralización. Desmoralizados, los seres humanos se consuelan en el desencanto de que ya nadie los tomará por tontos. Pero falta algo en sus vidas y no sabén lo que les falta.
Los empresarios
peruanos hoy no volverán a donar jamás un centavo a un
partido politico. Pero au es necesario devolverles a los
peruanos su historia -que les ha sido expropiada- y recuperar su dignidad que un día conocieron y necesitan hoy para seguir adelante.
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