martes, 26 de marzo de 2019

ESTA NOCHE lunes 25 marzo 2019



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MEDIA COLUMNA
La proporción áurea


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com


Milton Friedman escribió alguna vez que la función de los bancos centrales debería limitarse a emitir todos los meses solo la cantidad de dinero que la economía necesita para moverse. Habló de una emisión anual de 3 por ciento.

¿Por qué 3 por ciento? Friedman no lo dijo. Pero un observador sagaz sospecharía que implícitamente, sin reconocerlo, estaba tomando como referencia el hecho de que 2.6 por ciento es, en promedio, lo que crece anualmente la producción de oro en el mundo.  

Si es cierta la observación, no es poco importante. Significaría que Milton Friedman -el abanderado del liberalismo económico de la Universidad de Chicago, el discípulo de Friedrich Hayek, el gurú de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y de la reforma económica chilena (con Augusto Pinochet)- no descartaba que el dinero –a diferencia de todo lo demás- no debe flotar en el mercado en la marea de la oferta y la demanda.

O sea, el dinero necesitaría el respaldo en un valor económico real y no puramente virtual, en papeles cuya ficción puede esfumarse.

Ese vínculo ha tomado históricamente como referente al oro. Oro físico, desde luego, el que está en las bóvedas de los bancos centrales o en manos privadas, y no futuros de oro, que son papeles. China, por ejemplo, tiene 20 mil toneladas de oro en el banco central -que equivalen al 70 por ciento de los yuanes circulantes- y otras 18 mil toneladas en manos de privados. India no debe estar lejos.

No hablamos del oro indeterminado que se halla bajo la tierra. No es una broma. En el Fausto, Goethe inserta una fascinante conversación entre Mefistófeles y el Rey, en la que éste se queja de que sus arcas están vacías. Mefistófeles desliza entonces la idea diabólica de que el Rey puede emitir moneda a discreción con el respaldo del oro que está bajo la tierra. Naturalmente, el Rey halla la idea fascinante. Esto es lo que pasa con los bancos centrales.

De allí no había sino un paso a que los Estados latinoamericanos –siguiendo el ejemplo de la legislación del recién creado Estado alemán en el siglo XIX- declararan que los recursos naturales bajo el suelo -el oro entre ellos- pertenecen al Estado y no al propietario del suelo (como en la legislación norteamericana). Las consecuencias económicas y políticas de ambos regímenes difieren como el día de la noche.

No habría dictadura en Venezuela, por ejemplo, si el petróleo no estuviera en manos del Estado. El subsuelo en manos del Estado produjo que el poseedor del suelo no tuviera título propiedad, para que no estorbara el negocio entre el Estado y la empresa concesionaria del recurso.

La libre flotación del dólar en el mercado global desde 1971 -en que Nixon rompió el vínculo con el oro establecido en 1944 en Bretton Woods- ya había producido para 1985 un desequilibrio tal que el mercado financiero, solo de la plaza de Nueva York, ya era entonces 25 veces más grande que todo el valor del comercio mundial. Si existiera una relación proporcional saludable entre ambas magnitudes que debe ser respetada, esta se halla quebrada desde hace más de 30 años. Ese es el origen de las mega burbujas que han aparecido y colapsado una tras otra en la economía global de las ultimas décadas.

Hernando de Soto dijo una vez que el problema del siglo XXI es precisamente que mientras en las economías desarrolladas los papeles no tienen bienes detrás, en las economías emergentes los bienes no tienen papeles. Son las dos caras de la misma moneda.

En el Renacimiento habrían dicho que la relación entre la economía real y la virtual –entre los bienes y los papeles- debe guardar una cierta proporción que existe en la naturaleza, a la que ellos llamaron la proporción áurea. 



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